A ver si un día…

El mundo está atravesando por días aciagos, no se necesita ser genio para caer en cuenta, basta vivir en algún lugar de este planeta, y sentir en mayor o menor rigor que las cosas nos son como una desearía que fueran. Hace unos días Richard Gere, el actor norteamericano que fue galardonado con el premio Goya Internacional, en España, declaró que son «tiempos oscuros, el mundo está en peligro…» Y coincido con él.

También apunto, que no es la primera vez que esto acontece. La Historia da cuenta de diversas crisis a lo largo del paso de hombre desde sus primeros días sobre la faz de la tierra. Somos una criatura imperfecta, hecha de luces y de sombras, que ha sido capaz de acciones sublimes, pero también de  abyectas y despreciables.

El advenimiento al poder público de hombres en los que la soberbia y el delirio de avasallar a cuanto o cuantos se le interpongan, ha dejado una estela de destrucción a lo largo y ancho de la tierra, porque estos entes pueden nacer en cualquier latitud, de modo que ninguna sociedad está exenta de sus perversiones.

Se me vienen de pronto a la memoria, Calígula y Nerón, y ya más de esta era Hitler, Stalin, Mussolini. Y en América latina, Jorge Rafael Videla, Hugo Banzer, Joao Baptista Figueiredo, Augusto Pinochet, Fulgencio Batista, Fidel Castro, François Duvalier, Anastasio Somoza e hijos, Manuel Antonio Noriega, Alfredo Fujimori, Rafael Leónidas Trujillo, Hugo Chávez y su pupilo, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega. El listado es largo y quien guste lo puede consultar. Y en México, pues también tenemos pasado de esa laya, empezando con Antonio López de Santana, Porfirio Díaz Mori…

Características comunes de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX que las definieron como regímenes de corte autoritario, fueron la represión política permanente, la persecución sin tregua a sus opositores, control de los medios de comunicación, políticas de terror básicamente, con las que doblegaron a la población. Eran de sí o sí, o conmigo o contra mí. Hoy día, cuando nos referimos a una dictadura, describimos un sistema de gobierno en el que no se respetan las libertades y derechos democráticos y en el que todo el poder se concentra en una persona o en un grupo dominante. Pueden llegar a través de la violencia o por la vía de elecciones democráticas. Y arribados al cargo se va desmantelando el sistema e imponiendo el suyo, el hecho a la medida de sus intereses, con la finalidad de siempre, hacerse del poder ad perpetuam o hasta que los destinatarios de sus abusos se armen de valor y los manden al basurero del que nunca debieron de haber salido. A estas alturas, me cuesta entender la permanencia de déspotas, autócratas, mentirosos compulsivos, redomados sinvergüenzas y lo que usted quiera agregarle. Ya sabemos cómo se las gastan y le envilecen la vida a los gobernados. De verdad que no hay criatura más necia que el hombre, para expresarlo de manera educada.

El manual de estos ínclitos, prácticamente es el de siempre, control del ejército —de los de arriba, la tropa nomás acata— para mantener la estabilidad del régimen, culto a la personalidad, vendiéndolo como infalible, guía y salvador de la patria en pos de la prosperidad del país, actos públicos que lo glorifican a mañana, tarde y noche. Lo de siempre, carajo —perdón por el francés— y no falla el ritual

«Nada se interpondrá en nuestro camino». Con otras palabras, pero la intención era la misma, Hitler llevó a los alemanes a una guerra que devastó a la Europa de su tiempo y a la propia Germania, porque los dividió. Les alimentó el ego hasta convencerlos de que ellos eran la raza aria. Atizo un nacionalismo que se convirtió en el gen de su propia destrucción. Y ¿sabe qué es lo más triste? que hoy día hay quien propaga a soto voce su desprecio por el derecho internacional y la seguridad colectiva, y tiene el respaldo de un número escalofriante de seguidores. Cuanto propone revela la profunda deshumanización que le domina. Y no se vale tirarlos a Lucas, porque por lo general el poder legislativo les pertenece y el judicial, ni se diga.

Y refiriéndome al poder legislativo. No lo conozco de oídas el de nuestro país, he sido legisladora en dos ocasiones y antes de ello asesora jurídica, y por más de 20 años me desempeñé en el ámbito académico impartiendo clases de Derecho. Me enamoré de esta disciplina desde que era una niña. No sabía en aquel entonces a ciencia cierta que era, pero mi madre tenía unas propiedades que rentaba y casi todo el tiempo requería los servicios de un abogado, porque sus inquilinos les gustaba ocupar el lugar pero no pagar por ello. Yo le decía: «mamá, cuando sea grande voy a ser licenciada y te voy a defender…».

El derecho, las leyes, eran y siguen siendo el instrumento más civilizado para vivir en sociedad. Ese es su origen, adquirió fuerza y presencia cuando el hombre entendió que ni la ley del más fuerte, ni la del Talión, le servían para convivir con los que compartía tiempo y espacio.

Siendo como es, obra del hombre, no es perfecto, pero sí perfectible. Fui integrante de la LXII Legislatura federal, una de las más prolíficas que ha tenido el Congreso de la Unión. Me entregué al quehacer parlamentario, y esto no es para alardear, al cien por ciento, porque era y es mi pasión como estudiosa del Derecho. Aprende, una, si está dispuesta, a proponer iniciativas de ley aterrizadas, viables, que le sirvan a la población de la que se es representante, al margen de filias o de fobias políticas. Si esta regla de oro se observara, sin duda que tendríamos un país arraigado en el desarrollo integral de cada una de las personas que lo habitamos. Y la política se entendería como lo que es, un instrumento para generar bien común, y no la grotesca exhibición de  mezquindades en que se ha ido convirtiendo. Y entro al punto de estas reflexiones que me permito compartir con usted, que hace favor de leerme.

Empiezo por las leyes, porque cuando entra en vigor cualquiera de ellas, debiera de dársele seguimiento a su aplicación, es decir ser evaluadas y si se demuestra que no están dando respondiendo para el objetivo que fueron creadas, pues a trabajar en su derogación. Debiera ser por mandato de ley —valga la redundancia—  la evaluación y revisión de leyes que son innecesarias, que no son armoniosas jurídicamente. Esto fortalecería la seguridad jurídica y por ende la económica. Se garantizaría, verbi gratia, el destino de los recursos públicos y medidas en beneficio de los gobernados. Coadyuvaría a la buena salud de la política, lo que se reflejaría en la credibilidad del estado y la confianza de la ciudadanía en las instituciones. Lo mismo debiera operar en la implementación de las políticas públicas, si se demuestra en los hechos que no son las idóneas, que han generado daño o bien que están equivocadas ¿Por qué no darles marcha atrás? Y algo más, que tengan responsabilidad política sus promotores. Es elemental, porque lo que se usa es dinero público. Propuse una Dirección que se encarga ex profeso de esta evaluación, infortunadamente no prosperó y hasta donde tengo conocimiento, sigue sin haberla.

Las leyes, retorno a ellas, se hicieron para organizar al Estado, entendido como hecho político por antonomasia, para ponerle límites, y con ello salvaguardar la dignidad de la población. La Constitución, es la norma de normas, la de mayor jerarquía del orden jurídico, y tiene varios objetivos, a saber: Conjunta a la sociedad de un país. Incluye a toda persona, grupo, sector, segmento, región, identidad o cultura.  Asegura la vida comunitaria, el orden, así como las libertades individuales y colectivas. Reconoce los derechos con los que nacen las personas y garantiza su cumplimiento. Organiza el ejercicio de los poderes del Estado para: a) crear leyes, o sea el Poder Legislativo. b) aplicar esas leyes, función del Poder Ejecutivo c) resolver los conflictos en la aplicación de esas leyes, de lo que se encarga el Poder Judicial. Asimismo, ordena la interacción de los tres órdenes de gobierno, que son el federal, el estatal y el municipal. Y finalmente, establece la prevalencia de valores, principios, guías y normas de conducta, que son la suma de derechos y responsabilidades de cada nacional. Todas las demás normas deben su validez a la Constitución, es lo que denominamos supremacía constitucional, de manera que cualquier ley que contradiga uno de sus preceptos es inaplicable para un caso concreto, e inclusive, puede llegar a excluirse del ordenamiento jurídico si la Suprema Corte de Justicia  de la Nación, en el caso de México, declara su inconstitucionalidad. De ahí la relevancia de que la autoridad jurisdiccional no se conforme por la vía del voto público. Así lo concibió el Poder Constituyente

El Derecho es una disciplina dinámica, es decir que debe evolucionar conforme a la realidad que regula. No obstante, eso no significa que se legisle obedeciendo a intereses políticos particulares. En nuestro país todavía deja mucho que desear el desinterés de los electores para la integración de los congresos, háblese de los estatales o de las nacionales. Aún no se ha entendido que deben de llegar perfiles ad hoc para la realización de una función sustantiva del Estado, como es la de hacer las leyes que regulan la vida pública del país, la de autorizar la ley de ingresos y el presupuesto de egresos y revisar la cuenta pública —todos estos dineros salen del bolsillo de los mexicanos, el gobierno no tiene un centavo—, la de ser el contrapeso del Poder Ejecutivo.

También, y con esto concluyo, porque no se vale engañarnos, el orden jurídico no obra milagros. Los problemas de injusticia social y de ausencia de equidad no se resuelven ni con cien Constituciones, pero sin lugar a dudas coadyuva. La cultura política que tenemos en México es pobre, todavía cargamos a cuestas lastres que nos impiden entender en toda su vasta dimensión la relevancia que tiene nuestra participación en los asuntos públicos. El día que se asimile esto, la democracia dejará ser un concepto apenas entendible y se convertirá en una forma de vida.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

Deja un comentario