Tres casos recientes evidencian cómo las redes sociales se han convertido en detonantes de agresión entre los jóvenes. Roberto Zamarripa resalta la desconexión entre el mundo virtual y la realidad tangible
Un niño de 12 años muere por una bala disparada «por aburrimiento». Una influencer es apuñalada por otra adolescente. Un joven termina reclutado por el narco tras responder a una oferta de trabajo publicada en redes sociales. Estos casos recientes, todos ocurridos en México, retratan un fenómeno cada vez más frecuente y perturbador: la violencia que germina, crece y estalla desde los entornos digitales, especialmente entre los más jóvenes.
En su texto «Voces para un emoji» (Reforma, 31.03.25), Roberto Zamarripa plantea una advertencia clara: «Quienes juzgan y deciden por los adolescentes son followers o influencers y no sus padres o sus maestros. Y al final, la burbuja digital se pincha con la realidad tangible». Y esa realidad duele.
«Las características de diseño de las redes sociales, que fomentan la gratificación instantánea y las respuestas emocionales, también juegan un papel importante en la adicción».
Alessandro Massaro, doctor en Psicología Clínica y de la Salud
El caso de Israel, un niño que trabajaba en una forrajera y murió tras ser baleado en Otumba, Estado de México, es un ejemplo brutal. Uno de los agresores, de apenas 17 años, confesó que disparó «porque estaban aburridos». La normalización de la violencia como forma de distracción parece salida de una distopía, pero es parte de una rutina en la que el ocio juvenil está dominado por pantallas, contenidos extremos y vínculos digitales sin límites.
En esa misma lógica, series como Adolescencia —basada en un homicidio perpetrado por un niño de secundaria— no solo reflejan realidades mexicanas, sino que las amplifican, generando identificación, miedo o, en el peor de los casos, imitación. La serie, escribe Zamarripa, «ancla en el mundo digital juvenil como explicación de la tragedia». Las redes se han convertido en el nuevo campo de batalla de la autoestima, la pertenencia y la frustración.
Ansiedad y promesas falsas
Valentina Gilabert, influencer de 18 años, sobrevivió a 15 puñaladas propinadas por Marianne, también influencer. Lo que parecía un conflicto adolescente escaló hasta convertirse en una historia de horror, alimentada desde los dispositivos móviles. La propia Valentina lo expresó con crudeza: «Estamos acostumbrados a no tener tantas consecuencias de lo que hacemos y pues eso puede llevar a muchas personas a hacer cosas muy malas». Las redes sociales, lejos de ser solo vitrinas de vidas felices, se han vuelto espacios donde las emociones se distorsionan y las consecuencias parecen diluirse.
No menos alarmante es el caso de Abisaí Aguilar Padilla, reclutado por el crimen organizado luego de responder a una oferta de trabajo en redes sociales, muestra otro rostro de esta violencia: la manipulación de aspiraciones. El joven solo quería un mejor futuro para su madre y su hermana. Hoy está preso; quienes lo engañaron, en libertad. «Su único error fue aspirar a un empleo bien pagado», afirma su madre. En un país donde las oportunidades escasean, los jóvenes encuentran en internet un mercado lleno de promesas vacías, disfrazadas de likes, contratos rápidos y dinero fácil.
En este entorno, los adolescentes muchas veces callan. Pero no del todo. Hablan con emojis, con mensajes cifrados, con silencios digitales que los adultos no saben o no quieren descifrar. Zamarripa lo resume así: «El silencio juvenil tiene una objetivación. Los emojis. La miniaturización de la emoción. Antes que satanizarlo, hay que descifrarlo y buscar que esos códigos tengan un diccionario compartido. Se necesitan traductores, no censores».
El reto, entonces, no está solo en limitar o vigilar. Está en entender. En crear puentes entre generaciones, entre plataformas y realidades. En reemplazar el juicio con empatía y la censura con alfabetización digital. Los celulares, apunta Zamarripa, son «prótesis que asumimos como indispensables». Pero cuando esas prótesis dominan el cuerpo y la mente, desorganizan los sistemas de defensa individuales y sociales. Lo advirtió Baudrillard hace décadas, y hoy sus palabras resuenan con más fuerza que nunca.
Ritmo emocional
Las redes sociales operan a una velocidad que contrasta con el desarrollo emocional de los adolescentes, quienes aún están en proceso de formación. Likes, comentarios y mensajes llegan en segundos, exigiendo respuestas inmediatas. Sin embargo, los jóvenes no siempre poseen las herramientas necesarias para procesar estos estímulos de manera adecuada, lo que puede generar ansiedad e impulsividad. El psicólogo Alessandro Massaro señala que «las características de diseño de las redes sociales, que fomentan la gratificación instantánea y las respuestas emocionales, también juegan un papel importante en la adicción».
Esta inmediatez digital puede dificultar el desarrollo de habilidades esenciales como la paciencia y la reflexión. Además, la constante exposición a estímulos rápidos y la necesidad de respuestas inmediatas pueden interferir con la capacidad de los adolescentes para manejar situaciones que requieren un procesamiento más pausado y profundo. Es fundamental que padres y educadores comprendan esta dinámica para guiar a los jóvenes hacia un uso más consciente y equilibrado de la tecnología, fomentando espacios donde puedan desarrollar su madurez emocional sin las presiones de la inmediatez digital.
No se trata de eliminar las redes, ni de regresar a un pasado sin tecnología. Se trata de enseñar a habitar esos espacios con conciencia, con sentido crítico y con herramientas emocionales reales. Porque, como demuestra la historia de Israel, Valentina, Abisaí y muchos más, lo que sucede en línea ya no se queda en línea. La violencia digital es violencia real. E4