Alarmante

El mundo de la academia se ilumina de vez en cuando con la aparición de figuras distinguidas que realizan una actividad investigadora que, a su vez, constituye la base para comprender el mundo. Eso ocurre con personajes como Ferdinand de Saussure, Charles Sanders Peirce, Umberto Eco, y otros más, que mantienen un espléndido currículum filosófico de valía incuestionable. Sus aportaciones, en múltiples áreas del saber, han contribuido al desarrollo de la humanidad con aportes significativos en torno a diversos temas del pensamiento.

De todo ese cúmulo de sabiduría, destaco hoy una vertiente filosófica abordada y refinada por ellos. Me refiero a la semiótica, una disciplina que se hermana con la hermenéutica, aunque con algunas sutiles diferencias. Ambas se ocupan de interpretar signos, pero la semiótica pone énfasis en los actos comunicativos que realizan las personas.

Para este trío de sabios, a partir de las representaciones simbólicas, es posible entender los factores clave de la cultura que los origina. La semiótica es, por tanto, un acto de cultura que tiene que ver con todo lo que le atañe a esa sociedad en sus actos comunicativos.

Los semióticos aludidos proponen ver los fenómenos de cultura como procesos de comunicación. La propuesta constituye todo un hallazgo metodológico porque si se ven como procesos de comunicación, entonces se pueden desentrañar en toda su magnitud descomponiéndolos en cada uno de sus signos para buscar lo que verdaderamente quieren señalar.

Perdóneseme este largo preámbulo, pero encaja bien en el tema del presente artículo pues es, precisamente, desde la semiótica que me propongo abordar un acontecimiento por demás interesantísimo desde la perspectiva que nos propone esa rama de la filosofía.

Me refiero entonces a un acontecimiento que se sostiene con dos vertientes. Un comentario del presidente Andrés Manuel López durante la mañanera y luego una declaración de un alto mando militar respecto de la violencia sostenida por varios días en Culiacán. Ambas tienen interés aquí desde el punto de vista de la significación.

Desde su mañanera, el presidente pidió a los grupos criminales actuar con responsabilidad. El general del ejército dijo que la paz dependía de los grupos protagonistas. En el ámbito del Estado y sus marcos jurídicos, ambas declaraciones resultan incomprensibles.

Pero si se aborda desde la perspectiva interpretativa llamada semiótica, esos actos de comunicación revelan más de una cosa por demás interesante. De hecho, adquieren una relevancia de tintes extraordinarios. Veamos por qué.

Lo primero que llama la atención es el atrevimiento, ¿o la ingenuidad?, de los personajes en cuestión para declarar públicamente lo anterior. El presidente, único actor en un estrado inviolable que, por ello, deja claro quien ostenta el mando, lo dijo sin el menor rubor. El otro actor parece tener el mismo status de poder y por eso también parece tener el mismo grado de atrevimiento.

Y las preguntas surgen. ¿Por qué dijeron eso? ¿Dependen de los criminales? ¿Son los mismos? ¿Les tienen miedo? ¿Son rehenes del narco? ¿Los están protegiendo? Y las respuestas pueden venir en cascada, pero siempre en forma afirmativa. Sí, tanto el presidente como el general dependen de los grupos criminales. Sí, son los mismos. Sí les tienen miedo. Sí son rehenes. Sí los están protegiendo…

Para este caso, el Estado se mostró medroso ante la oleada de violencia desatada en Culiacán y que ya suma muchos muertos. Tanto el presidente como el general declarante se vieron mansitos, sumisos, miedosos y, por ello, perdieron la oportunidad de alzar la voz. ¡Caramba! Tanto ruido para tan pocas nueces. ¿Acaso no saben que la democracia autoriza a elevar la voz?

No se les pide a los criminales actuar con responsabilidad; el crimen no contempla esa significación léxica; si así fuera no serían criminales. Que se acabe la violencia no depende de ellos mismos sino del ejercicio eficaz de una autoridad que ponga orden.

Las declaraciones plantean una realidad de fondo. Visto desde el exterior, frente a problemas tan cruciales como los temas fronterizos, el aumento crudísimo de la violencia por parte de los grupos criminales (no sólo en Culiacán), el desafortunado y hasta irresponsable manejo de la pandemia, el desabasto de medicinas para el quebrado sector salud, la fractura en la educación y el poco crecimiento económico, por citar sólo algunos de los desafíos que enfrenta el país, el Gobierno del presidente mexicano se ha mostrado timorato e indeciso. Un fracaso en términos de respuesta. Lo mismo que en los eventos de Culiacán.

Después de tales declaraciones del presidente y su alto mando del ejército, el Estado mexicano se ha empequeñecido en la medida en que no se ha entendido el papel de las diferentes esferas del Gobierno.

Bueno, así se ve desde la semiótica un evento como el que hemos aludido en este artículo. Y desde esa perspectiva lo vemos bien: el presidente confirma él mismo lo que ya públicamente se maneja como rumor y sospecha: los nexos con los grupos de narcotraficantes del país.

Sí, examinado desde la semiótica, la simbología que nos ofreció el presidente desde Palacio Nacional con su petición a los grupos criminales que actúan en Culiacán, está constituida por un entramado de signos que nos dice mucho acerca del estado en que se encuentra su gestión al frente del país.

Esa sola declaración nos mostró la imagen de un presidente solo, frágil, atrevido, desvergonzado. Pero, lo más significativo es la ausencia de los otros poderes del Estado y cuyo silencio importa tanto porque, el Congreso, los Senadores y la Suprema Corte de Justicia, constituyen la estructura del Estado mexicano. Y su ausencia y su silencio en este caso es el indicio más destacable y el signo que nos permite interpretar lo que ocurre, simbólicamente, con la visión que tiene de sí mismo el presidente y la concepción que mantiene respecto de lo que debe ser el Estado mexicano.

Y analizado desde esa perspectiva se puede aseverar con toda certeza que el presidente se concibe a sí mismo como la figura que se ha instalado por encima de las instituciones y la historia para proclamarse públicamente como la encarnación del estado. El Estado es Andrés Manuel.

Alarmante. ¿En manos de quién estamos?

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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