Hoy el sol me ha levantado, me ha quitado la cobija y ha abierto las ventanas.
El reloj ya ha sonado apresurando mi paso recordarme que voy tarde.
Tarde, tarde y más tarde siempre voy tarde.
Desayuno con el tic tac en la muñeca.
Por eso aún uso un reloj de manecillas, siempre me recuerda que voy tarde.
Apresuro mi paso, en serio lo intento,
pero nunca es suficiente,
el tiempo siempre me gana.
Trabajo y hago actividades ahora el tic tac me susurra al oído.
Corro a mi casa y almuerzo contando los segundos para que el arroz esté hecho,
pero de nuevo llego tarde,
el tiempo ha pasado y quemado el arroz.
Lo persigo a más no poder y se aleja de mis manos.
Tiempo vuelve a mí.
¿Por qué siempre tienes que huir?
¿No ves que es injusto que tú vueles y yo tenga que correr?
¿Cuál es tu prisa?
Ojalá pudieras esperar unos minutos más por mí.
Trato de descansar, pero ese tic tac que trabajando era un susurro se ha vuelto un grito.
Un grito incesante y alarmante.
Mis ojos se cansan y mi cerebro se apaga.
La noche ha llegado y ese tic tac ahora es mi arrullo.
Lo único capaz de hacerme descansar.
No sé si es por la seguridad de saber que después de un tic habrá un tac o simplemente la costumbre de su sonar.
No estoy segura de nada o mejor dicho: casi nada.
Mi única seguridad es que mañana apenas el sol me levante volveré.
Y de nuevo te perseguiré, mi valioso tiempo, yo algún día te tendré.