Candidaturas polémicas

Necesaria aclaración: en este artículo hablo de los políticos de la llamada Cuarta Transformación porque son quienes gobiernan, pero, por supuesto, los Gobiernos del pasado no están exentos de lo que aquí se dice. Todos son iguales.

Comienzo entonces. Mi percepción, absolutamente personal y sin ánimo de imponerla a alguien, es que los políticos mexicanos mienten siempre; está en su genética. El tiempo nos ha dado la certeza de esa práctica histórica. Por lo tanto, no es debatible.

El hecho de que mientan ya es, de por sí, un problema que no deberíamos padecer. Pero la magnitud del problema es que con la mentira deviene toda una gama de vicios que concluyen en la maldad, que ya se ha hecho costumbre en ellos.

En efecto, los políticos mexicanos son malos por definición. Son una casta enferma, inútil para la vida ciudadana y veneno puro para la democracia a la que aspira todo pueblo civilizado. Y lo peor es que, en este momento, de México, no hay antídoto eficaz contra este virus maldito.

La desmesura de sus aspiraciones de poder no conoce límites para conseguirlo. Van desde la práctica clientelar para legitimar su presencia en la vida pública del país, aunque esto deje un vacío de fondos para la administración y tenga que imponer tasas recaudatorias porque el dinero se tira al cesto de la basura estropeando el curso normal de la economía del país.

Y de eso, precisamente, quiero hablar en este artículo: de los grandes vacíos del Estado mexicano convertidos en huecos enormes, abismos insalvables para la buena marcha de un país que no logra definir su rumbo.

El primer gran vacío del que me ocupo es el de la ausencia de liderazgo de las jerarquías de poder en México. No hablo de dirigencias porque esas están basadas en esquemas de selección que se corresponde con una estructura que hay qué seguir al pie de la letra. Hablo de liderazgo, esa cualidad imposible de describir, pero por la cual un individuo puede influir en grandes masas poblacionales.

En ninguno de nuestros liderazgos está presente esta cualidad. No está en la presidenta ni en las figuras visibles de los órganos legislativos y, desde luego, tampoco está en el Poder Judicial. Un repaso a la planilla de gobernantes en los Estados, de los alcaldes en las ciudades, de los rectores en las universidades, los sindicatos… nos muestra que la ausencia de esa cualidad resulta poco menos que patética.

Pero hablemos de la falta de liderazgo en la presidenta. El hecho, por demás incontrovertible, de una aprobación por arriba del 70%, no significa reconocimiento de liderazgo. La explicación es simple y la dejaremos para otra ocasión. Esa capacidad de líder surge cuando hay algo que lo pone a prueba.

Y a prueba llegó; la puso, no la oposición a quien tanto gusta culpar, ni Trump con sus aranceles, ni María Corina Machado con su Premio Nobel de la paz, sino la naturaleza, esa fuerza que se mueve libremente por toda la faz de la tierra sin que nadie le pueda poner freno, porque no tiene quien la mande. Es dueña de sí misma.

Las torrenciales lluvias que azotaron Veracruz, Puebla, Hidalgo, Querétaro y algunos otros Estados de la república sorprendieron a la dirigente de este país. Ante la magnitud de la tragedia no pudo responder eficientemente la presidenta. Se quedó corta, chiquita, fuera de base, donde fue puesta out por la logística del CJNG cuyos camiones llegaron más rápido que cualquier autoridad mexicana para coordinar ayuda y entregar despensas.

Criminales 1, Gobierno 0. Pero no es de sorprender, si hay un vacío lo ocupa alguien. En este caso el vacío de poder del Estado Mexicano en gobernanza y control de territorio fue ocupado simplemente por alguien que también tiene poder. Y tal parece el cártel tiene mucho poder. Con recursos propios repartió las primeras ayudas. El Gobierno se quedó atrás. Su ayuda llegó tarde. No hay recursos. Se tiene que solicitar la cooperación solidaria del «pueblo», pero sólo el Gobierno puede distribuir la ayuda para que parezca que la autoridad actúa. Es falso.

Pero eso es lo de menos. Lo de más son las preguntas que surgen como una obligación: ¿por qué la logística de los delincuentes funciona mejor que la de la autoridad?, ¿por qué estaban ellos ahí primero que las autoridades? ¿Sabía el ejército, la marina y la guardia nacional? ¿Estaban ahí porque son ellos los que gobiernan realmente? ¿Qué exigirán después?

Por donde le busque, eso es vacío de poder presidencial. La logística, los recursos económicos, los protocolos efectivos, el territorio gobernado, el control sobre los asuntos de la gente, lo tienen las organizaciones criminales, no el Gobierno.

Y a la presidenta sólo alcanzó para decir que «eso no está bien» pero ninguna autoridad se puso a la altura que le correspondía: perseguir y detener al grupo criminal. Sólo hicieron lo que la organización criminal les exigió hacer: limpieza.

La realidad es que no hay fondos para atender esas emergencias; fueron desaparecidos en el sexenio anterior bajo el pretexto de que había mucha corrupción. ¿No hubiera sido mejor aplicar la ley? Lo cierto es que esos recursos fueron destinados a financiar los programas sociales del expresidente López Obrador.

Dirigencias sin liderazgo no sirven de nada. Aquí la popularidad no ayuda, se desmorona frente al golpe de autoridad que representa la realidad. Y la realidad para la presidenta es que es una mujer sola. Los grupos cercanos están dando rienda suelta a la incongruencia de sostener un discurso de austeridad, pero en la realidad se mueven en la ostentación, el lujo y el despilfarro que tanto le achacan al pasado.

Esos grandes vacíos constituyen un riesgo para las dirigencias del país pues se está a merced de los que los pueden llenar. No todo, sin embargo, está perdido. Puede hacer buenas dirigencias, aunque carezcan de liderazgo. Pero se necesita más humildad para recibir la crítica, mayor disciplina para entregarse al trabajo de Gobierno y no mentir más. Darle, por fin, a la ciudadanía la certeza de que su discurso no es vacuo sino de un contenido afiliado sólo a la verdad.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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