Ser de izquierdas es optar por los pobres,
indignarse ante la exclusión social, inconformarse
con toda forma de injusticia y considerar
una aberración la desigualdad social
Norberto Bobbio
En nuestra vida diaria, todos reconocemos la existencia de una clase dirigente o clase política como usualmente suele definirse. En México, la dirección de la cosa pública está en manos de una minoría de personas influyentes; median porque los ciudadanos concedemos voluntaria o involuntariamente la dirección del país.
No podemos percibir un mundo organizado en forma diferente. La idea utópica de muchos sería una sociedad en la cual todos, igualmente y sin alguna jerarquía, estemos dirigiendo la cosa política o pública.
México con su modelo de democracia representativa requiere de una clase política. Pero hoy la política, el modelo democrático, los mismos sistemas arcaicos de «procurar el bien común», la crisis de partidos, la opción coyuntural de las candidaturas independientes… han creado un vacío, una sensación de olvido y una percepción negativa sobre la política. En suma, han creado un descontento social y han desatado pasiones agitadas que sí son mal dirigidas, acelerarían aún más la crisis de la democracia.
Sin el apoyo de una clase numerosa, los representantes no podrán gobernar y sus acciones podrían encontrarse paralizadas. A pesar de que legalmente no se le prohíbe el acceso a ningún ciudadano mexicano a aspirar a un cargo público, el mismo desapego y desilusión de la sociedad por la política, hace que los partidos políticos postulen a cualquier persona para su posible manipulación o por un maniqueísmo empedernido; por eso la clase política se encuentra en una crisis total.
Para ser un buen político se pueden explicar las aptitudes y peculiaridades intelectuales, pero queda en el olvido lo que se necesita también de la clase política, como lo es las necesidades de carácter moral como fuerza de voluntad, características como el valor, el orgullo y la energía de carácter. En México y como en muchos países, las tradiciones, la familia, las escuelas y en concreto la sociedad, contribuyen al mayor o menor desarrollo de estas cualidades.
En conjunto, con una clase política deteriorada, percibimos una crisis de la democracia que se ha globalizado rápidamente. Desde que en el mundo, los partidos políticos han asumido políticas económicas anti-sociales, han perdido votos e intensificado el desinterés político por las elecciones.
La democracia tradicional se debilita por todas partes. Los partidos que en un tiempo fueron fuerza política pierden apoyos, los ciudadanos cada vez se interesan menos por la política, votan cada vez menos y los sistemas políticos ya no representan a la sociedad y por todo lo dicho, existe una crisis de la clase política.
Se puede decir que esta era —nuestra era— es la era del agotamiento del sistema de las democracias. Las instituciones que los legitimaban como partidos con definiciones ideológicas, sindicatos, dirigentes, representantes de proyectos políticos y medios de comunicación con autonomía, se han perdido. El desprestigio de la política es la consecuencia inmediata del Estado mínimo y de la centralidad del mercado.
