Si quieres hacer la paz con tu enemigo, debes trabajar con él.
Nelson Mandela
Aun cuando quedó concluida la elección presidencial y ya nada se puede legalmente mover, no podemos ignorar los odios acumulados de millones de personas en el proceso electoral.
Los conflictos y la violencia verbal (afortunadamente de ahí no ha pasado) así como las agresiones personales basadas en mentiras y difamaciones no se resolverán con más acciones populacheras con cada día más escasa participación. Ellas pueden ser útiles en ciertas circunstancias, pero no llegan a ser las únicas y terminan cansando tanto a sus seguidores como a la población en general que tiene que soportar gritos, insultos, bloqueos y desvíos de sus rutas.
«No hay futuro sin perdón y reconciliación», frase de Nelson Mandela, necesitamos mucho más que el silencio de los insultos de las partes involucradas y de los medios tradicionales de comunicación y sus columnistas que perdieron por seis años más sus prebendas y de los políticos que por otro sexenio carecerán de intereses espurios, esos a los que estaban acostumbrados y los que decían defender bajo los nombres de México y pueblo.
Reconciliación significa: «Restablecimiento de la concordia y la amistad entre varias partes enemistadas» y habrá quienes piensen que resulta imposible, incluso entre la ya quebrantada alianza de viejos enemigos unidos circunstancialmente por bastardas luchas contra un adversario común; más difícil será entre los recientemente enfrentados hostiles opositores de inclinaciones ideológicas irreconciliables.
Lo que deberá surgir es simplemente una auténtica tolerancia en la forzada convivencia diaria y política que pueda sanar el corazón del pueblo. Indispensable que ofendidos/ofensores y ultrajantes/ultrajados acepten que no hay otro camino que trabajar juntos, ya no por mentiras demagógicas, sino por valores sociales auténticos que beneficien a la mayoría necesitada y no a unos cuantos potentados. Dejar atrás las blasfemias y la apología de acusaciones injuriosas como comunista o neoliberal y fincar profundos avancen en la construcción de proyectos de vidas dignos.
La oportunidad es única, pero se requiere que se busque realmente lograr lo fundamental de la existencia comunitaria: el «Ustedes» como un «Nosotros» en la vida social, la seguridad en sí mismos y la socialización.
Desafortunadamente, subsisten los «Profetas del Desastre»: Líderes partidistas, comunicadores y columnistas que defienden sus intereses políticos aun sabiendo que están en contra de acuerdos constitucionales que se aplicarán porque son legales hoy pero que en sus furiosos deseos por mantener canonjías perdidas, calumnian, denigran y hasta vilipendian en sus abyectos escritos a autoridades que aplican la ley, esas a las que antes, cuando cubrían sus oscuros privilegios no se tocaban, ahora se insultan, se manosean y hasta se quieren destruir.
Pero hoy, ante todo es indispensable cambiar el ámbito sociopolítico en que estamos inmersos y crear ambientes amigables, participar conjuntamente en una historia común que nos permita alcanzar, no un ridículo PIB que no nos dice nada sino un «Índice de Desarrollo Humano» excepcional donde quepamos todos. Acrecentar la voluntad de trabajar juntos alejando a los nefastos que, desde la política, la comunicación rastrera y los intelectualoides chayoteros, así como organizaciones de la sociedad civil ya prostituidas por su cercanía con el interés político, podamos crear nuevas estructuras sociales, confiables y cercanas al corazón popular.
Muy al estilo de Creonte en «Antígona» o Javert en Los Miserables estos fatuos defensores de la ley la consideran superior a la conciencia social del pueblo, olvidan que, este es el soberano, su lucha por el poder es el fruto de la ambición por el dominio económico, el manejo del erario; utilizan una trasnochada ilusión de «espiritualidad de la ley» para obtener en la mesa judicial lo que las urnas no les dieron. Esa misma ley fue tomada como letra cuando les convino y ahora alegan que debe interpretarse según sus facciosos intereses. Pero triunfará lo justo, es decir, lo que marca el acuerdo legislativo previo a las elecciones.