Esopo, el gran ensayista griego (siglo VI a.C.), creó muchas fábulas, textos literarios narrativos breves que tras su lectura ofrecen una enseñanza, la cual se encuentra resumida al final del relato con una moraleja ilustrativa.
Julio Cortázar, escritor argentino (1914-1984), en su obra Historias de Cronopios y de Famas (1962) crea en el «Cuento sin Moraleja», un personaje muy especial. De esa obra voy a parafrasear algunas ideas, comentando textos preciosos de ella entrecomillados:
«Un hombre vendía gritos y palabras, y le iba bien, aunque encontraba mucha gente que discutía los precios y solicitaba descuentos. El hombre accedía casi siempre, y así pudo vender muchos gritos de vendedores callejeros, algunos suspiros que le compraban señoras rentistas, y palabras para consignas, slogans, membretes y falsas ocurrencias»
Intuyendo que les había llegado la hora a los políticos retrógrados, pidió hablar con los partidarios de los tiranuelos que habían saqueado al país en décadas pasadas. Rodeados por sus secuaces de la mafia entogada y criminal, le recibieron y escucharon cuando les dijo:
«—Vengo a venderles sus últimas palabras- Son muy importantes porque a ustedes nunca les van a salir bien en el momento de su final y les conviene decirlas en el duro trance para configurar un destino histórico retrospectivo».
—Jamás sucumbiremos, somos eternos, para ello hemos robado tanto…
—Ustedes no han entendido muy bien— dijo el hombre—. Repito que vengo a venderle sus últimas palabras. Los ultraconservadores prianistas mandaron golpear y echar a la calle al hombre.
—Es lástima— comentó el vendedor. En realidad, lo que yo iba a venderles es lo que ustedes querrán decir, de modo que no hay engaño. Pero como no aceptan el negocio, como no van a aprender esas palabras, cuando llegue el momento no podrán decirlas, el miedo no los dejará. Como perderán todo su poder, fuero y credibilidad, estarán temblando de terror y no podrán articular palabra alguna. El pueblo que ya los juzgó, esperará por decoro un par de minutos, pero cuando de su boca broten solamente gemidos entrecortados por hipos y súplicas de perdón, se impacientará y los incinerará en el crematorio de la amnesia histórica.
Muy indignados, exigían a las autoridades electorales acabará con el prestidigitador y lo desapareciera del ámbito político nacional, que no olvidara que ellos habían «rosado» su defensa tiempo atrás. Pero éstas los echaron a empellones y se encerraron con el hombre para comprarle sus últimas palabras. Los defenestrados enfurecidos gritaron que nadie saldría ya a votar y buscaban saber cuáles serían sus últimas palabras para no expresarlas y romper el destino; finalmente encontraron al vidente y como no pudieron arrancarle confesión alguna, lo mataron a puntapiés.
«Los vendedores callejeros que le habían comprado gritos siguieron gritándolos en las esquinas, y uno de esos gritos sirvió más tarde como santo y seña de la revolución que acabó con los conservadores ultraderechistas. Algunos, antes de morir, pensaron turbadamente que en realidad todo aquello había sido una torpe cadena de confusiones y que las palabras y los gritos eran cosa que en rigor pueden venderse, pero no comprarse, aunque parezca absurdo».
Y se fueron pudriendo todos, habían pedido «no votar» y tenían elecciones en puerta con candidatos propios; invitaron a una manifestación y desesperados descubrieron que no tenían convocatoria y muy pocos iban a acudir, entonces decidieron convertirla en fatua protesta intrascendente al exterior del que va a ser su patíbulo. Pero por todos lados perdieron, ni los medios de comunicación tradicionales maiceados por ellos, ni sus nimios columnistas o triviales caricaturistas lograron impedir que finalmente murieran y que en el amanecer político de la nación surgiera otra oposición, pero inteligente y con propuestas, no necedades aferradas a prebendas, privilegios y a la homofilia estructural, es decir a mantener en todos los poderes a subalternos incompetentes.
No existe moraleja, solo apotegma: toda transformación surge y triunfa con, sin y hasta contra los reaccionarios.