Criminal

Cuando en la vida ordinaria perdemos a un miembro de la familia, tenemos posibilidades de superar la pérdida porque mantenemos la esperanza de que surja algo de gran valía que nos reconforte y nos alivie.

Pero en el caso de México, hoy, lo veo como una casa sin esperanza. Si me asomo al presente, con una presidenta sin personalidad ni voz propia, sin mando, secuestrada e intimidada por los ladridos de los más duros de su partido y la voz de oráculo oculto de AMLO, mi percepción del futuro me resulta incierta, frente a la nada entendida como abismo.

Estamos en una crisis. Pero a pesar de eso, esa condición representa la mejor opción para enfrentar el desafío de cambiar el escenario que abruma al país. Y la solución es simple pero radical: re-formularlo, re-crearlo, re-inventarlo, re-fundarlo, olvidándose de segundos pisos, de conceptos vagos para referirse a la ciudadanía y mirar de frente los problemas vitales de la nación.

Hay que despojarse de los legados malditos y re-formular prácticamente todo, empezando por el partido que la encumbró y que se ha convertido en un centro formador de una burocracia tremendamente eficaz a la hora de pervertir el concepto de democracia y de ciudadanía y sacar beneficios a costa del resto; re-crearlo a través de su arte revalorando su cultura, expresada en su cocina, en su vestido, en sus danzas, en su colorido, en su lenguaje, en su visión de mundo. En todo eso es donde se pueden encontrar las formas vitales de su existencia.

Ese, creo, es el camino, re-inventar este país a través de todos los procesos que despliega una sociedad viva para que le permita proyectar su futuro habiendo asimilado, su maravilloso pasado y su doloroso presente. Empezar de cero. Convocar, no a una manoseada reforma del Poder Judicial, sino a un nuevo Constituyente que dé por concluido un ciclo e impulse una renovación total que involucre una nueva Constitución, nuevas instituciones, nuevas formas de convivencia, nueva sociedad que sepa enfrentar los desafíos que le presenta la existencia real, no la abstracción que ha sido hasta ahora. Nueva patria, pues.

Digo esto porque una sociedad que recela de las instituciones que ha creado para gobernarse, no sirve de ninguna manera; de la misma forma un gobierno que ha vulnerado la credibilidad en sus instituciones, tampoco. Y en México, sociedad e instituciones convertidas en gobierno, no sirven para nada.

Y no sirve porque en la conciencia de la sociedad mexicana las instituciones son entidades falsas, sin sustrato, y mejor termina por diluirse a diario en la masificación de los medios, las redes sociales, las mañaneras. A través de ellos, asiste al espectáculo de su propia decadencia en el monólogo infame, el embrutecimiento del alcohol de fin de semana en el bar, al aislamiento al que es arrastrado por el negocio del deporte organizado; en el morbo patológico del reality show en el que se ventila la intimidad de tal manera burda y patética que termina por degradar al ser humano; en el desborde sensiblero de los programas televisivos y en la supuesta democratización de las redes sociales donde caben las ideas sin tino.

Y todo eso ocurre sin que bulla en la cabeza del ciudadano de hoy, lo más próximo a una conciencia que le permita visualizar lo que está detrás de lo obvio. Y le ocurre porque su cerebro ha cedido su lugar al vacío. Y en ese vacío se ha hundido lo mejor del individuo: la dignidad.

Dicho de otro modo, México es una sociedad sin conciencia, burda, analfabeta, embrutecida, incapaz de ver que las instituciones, el Gobierno, son uno con los narcotraficantes, con el crimen organizado vía la complicidad, la impunidad y otras perversidades del gremio político.

La prueba histórica nos ha dado los nombres más célebres de la decadencia moral encarnados hoy en Adán augusto, Ricardo Monreal, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum, estos dos últimos como patético ejemplo de irrefutable y perversa irresponsabilidad traducida en crimen social en sus otros datos que esconden las grandes tragedias por las que pasa el país.

Pienso en las propiedades diseminadas a lo largo y ancho del territorio nacional de estos magos que hacen crecer y multiplicar su patrimonio como un verdadero milagro, así como las cifra inaudita de sus fortunas de espanto. El expresidente López tiene una propiedad que no logra explicarse bien su origen (lo de la herencia no es verosímil), cerca de su propiedad fue construido un moderno hospital, permanece cuidado por el Ejército mexicano. En contraparte nosotros apenas una casa del Infonavit que tardará en pagarse treinta años, acudimos a un sistema de salud con apenas lo mínimo para trabajar y de nuestra seguridad nadie se encarga.

Y pienso también en mi vecino, hombre de trabajo rudo en una carpintería, quien a lo largo de su vida desempeña jornadas de doce horas para medio llevar la vida y apenas alcanza para tener dónde vivir, un par de camisas y pantalones desgastados; ese hombre realiza una comida al día y tiene prohibido enfermarse porque entonces le va como en feria.

Mi vecino, es el ejemplo vivo de que en México el que trabaja honradamente no emerge nunca de los sótanos de la pobreza. Y eso corrobora, otra vez, los mecanismos de hacer riqueza en forma ilegal que los políticos, algunos empresarios y otros de la misma calaña, tienen como vocación profesional.

La gran farsa del proceso electoral llevado a cabo recientemente y que dio como resultado la falacia que representó la arrolladora victoria de Claudia Sheinbaum, como simulación de una democracia que no contempla otros instrumentos de análisis más allá del sufragio.

Ese evento constituye el planteamiento puesto sobre la mesa, con descaro y cinismo, de una serie de fallas y desaciertos que, de ninguna manera, pueden ser calificados como si hubieran ocurrido por casualidad. En realidad hay un hilo conductor que permite ver el tejido de una trama sumamente compleja orientada hacia la consecución de un objetivo: la búsqueda de un poder desmedido, aunque para ello se tuviera que ir minando poco a poco la capacidad de respuesta de los ciudadanos mexicanos, a través de múltiples estrategias que los fueron despojando de todos sus atributos que, se supone, tiene un ser humano haciéndolo dependiente, como un niño pequeño que necesita que lo lleven de la mano porque no alcanza a comprender el mundo que le rodea.

En otras palabras, haciéndolo un individuo que complementa un mecanismo que se mueve al gusto de los que pueden gobernarlo porque sólo es una pieza más de esa maquinaria; es decir, un individuo con ciudadanía incompleta porque le falta la conciencia.

Y en ese faltarle la conciencia se nota en su voz cautiva que no le sirve para nombrar siquiera la tragedia de los migrantes, el terror inacabable frente a la violencia, la devastadora humillación de los ancianos y de los jóvenes frente a la dádiva presidencial, o la miseria de mi vecino, el carpintero criminal.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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