David Lynch y su historia de reconciliación

¡Cuánto nos cuesta reconciliarnos con el otro! No cabe duda de que sin la gracia de Dios resulta imposible acercarse humildemente al que fue cercano, para arreglar las cosas, y mediante la ansiada «explicación» superar la crisis en una relación. Estamos hablando del perdón.

Hace unas semanas falleció el cineasta David Lynch, mejor conocido por su cine surrealista que por su cine convencional, yo diría, de mensaje. El lector seguramente admiró al realizador norteamericano por su genialidad a la hora de construir historias hasta cierto punto incomprensibles. Mulholland drive es sólo uno de los ejemplos de ello. Hoy quiero destacar otro flanco de nuestro artista, el que propone un modo de continuar con la frente en alto en este «valle de lágrimas». Dos cintas del celebrado Lynch asaltan mi memoria: El hombre elefante y Una historia verdadera. Me referiré en esta ocasión a la segunda. El hombre elefante, una historia que pone de manifiesto la crueldad que nos caracteriza como especie, merece un tratamiento aparte debido a su carácter excepcional.

The Straight story, Una historia sencilla o Una historia verdadera es una peli de 1999 que concentra su atención en la historia real del viaje que en 1994 emprendió Alvin Straight, de aquí el nombre de la cinta, a través de Iowa y Wisconsin en una podadora. Alvin Straight es un hombre de la tercera edad que vive en Iowa con su hija Rose y tiene una discapacidad intelectual a la que se le suman el enfisema, la pérdida de visión y unos problemas de cadera que complican su andar cotidiano. Cuando es notificado de que su hermano Lyle, con el que ha estado distanciado desde hace diez años, ha sufrido un infarto, a pesar de su salud en contra, decide ir a verlo a Wisconsin. Esto se convertirá en una odisea, pues tendrá que recorrer 500 kilómetros en el único medio de transporte con el que cuenta: una cortadora de césped.

Vale la pena subrayar que Alvin se enfrenta, a lo largo del trayecto, a una serie de obstáculos que procura salvar con ingenio y terquedad. Alvin es admirable porque derrocha energía en ese largo periplo para estar con su hermano en el ocaso de sus vidas. El encuentro entre los dos hermanos es conmovedor. Lyle le pregunta a Alvin si ha viajado desde lejos en ese tractor sólo para verlo. Y Alvin le contesta con un lacónico «Lo hice, Lyle». Uno observa la escena final y no puede menos que derramar lágrimas: los dos hermanos se sientan juntos en silencio y contemplan las estrellas.

El actor que hace las veces de Alvin, Richard Farnsworth, soporta un cáncer de próstata metastásico durante la producción. Acepta hacer ese papel por la admiración que profesa a Alvin Straight. Lamentablemente, Farnsworth se suicidó al año siguiente, a los 80 años, con la muerte rondándole desde hace rato.

Pero ¿cuál es la causa de que no nos reconciliemos con los hermanos o con los amigos? Seguramente el orgullo, la soberbia, el no dar nuestro brazo a torcer, el pensar que es humillante que yo me acerque al otro y le pida perdón o que, simplemente, lo busque. La humildad, al contrario de lo que se piensa, nos engrandece. El tomar la iniciativa para el reencuentro es recomendable.

Es verdad que en ocasiones uno pondera en la balanza si tiene sentido reanudar una relación. Quizá ya no valga la pena. Quizá las coincidencias se hayan esfumado, y el tiempo haya hecho su maldito trabajo. Pero estoy hablando de esos casos donde se ve claramente que viene bien volverse a dar la mano y abrazarse. Muchas veces será la sangre la que llame, el llamado «instinto sanguíneo». En otras ocasiones, la amistad añeja será lo que atraerá como imán el acercamiento.

En estos tiempos de división fomentados por la administración Trump de manera inmisericorde, viene bien esgrimir el célebre «agere contra» del que hablaba San Ignacio de Loyola. Esta estrategia es una invitación a actuar en sentido contrario a los apegos que tenemos hacia los bienes de este mundo. Conviene entonces «poner mucho rostro contra las tentaciones del enemigo haciendo el oppósito per diametrum», otra expresión ignaciana, para vencer al mal espíritu que nos lleva a encerrarnos de manera mezquina.

Apenas tuve la oportunidad de rumiar la estupenda cinta uruguayo-argentina Planta permanente (2020). Se trata de una historia de encuentros y desencuentros entre dos amigas de toda la vida —Lila y Marcela— que intentan reactivar el servicio de un comedor irregular en una dependencia gubernamental. Desgraciadamente, la nueva directora, una burócrata de mente estrecha y ambición desmedida, se aprovecha de estos distanciamientos para imponer a sus lacayos en el control del comedor. Moraleja: los diferendos causan estragos en la clase trabajadora. Sigamos tozudamente el ejemplo de Alvin Straight. ¡Qué nos cuesta musitar un «pelillos a la mar» para dar por zanjada una discusión!

Un comentario en “David Lynch y su historia de reconciliación

  1. Muy buen artículo mi querido amigo lo que sucede por acá es que el carácter de los protagonistas que mencionas se queda corto y eso impide la sanación de las heridas pero os felicito calurosamente porque se acerca a muchas realidades que pudieran repararse con un poco de humildad de bondad de introspección y don de gentes para con los demás. Te mando un caluroso abrazo

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