De maldiciones y dialécticas

En memoria de María Eugenia de la Rosa Jara, quien ya goza plenamente de las bendiciones beatíficas.

Se ha puesto de moda que las plataformas de streaming conviertan en películas o series, obras de la literatura. Ahora le tocó el turno a Las maldiciones de la escritora argentina Claudia Piñeiro. Claudia lleva rato dando de qué hablar con su talento. Ya había destacado con su novela Las viudas de los jueves, que también se convirtió en película y en serie.

Algunos solemos quedar insatisfechos con el montaje de estas obras en dichas plataformas. Así nos pasó con la serie Cien años de soledad, con la de Las muertas y ahora me pasa con esta serie corta de tres capítulos de Las maldiciones, que se puede ver en Netflix.

Fernando Rovira es el gobernador de la provincia de Buenos Aires y busca que no se apruebe la ley de aguas dulces para poder extraer libremente el litio. Mientras esto se decide, Rovira se entera de que Román Sabaté, su subalterno, ha secuestrado a su «hija» Zoe a la salida del colegio. Resulta que en el pasado, Fernando, que era estéril, le pidió a Román que le ayudara a concebir un hijo, el que sería el heredero de sus glorias y proezas políticas. La novela fija la mirada en la historia de Román Sabaté, quien se alistó, por necesidad, en las filas del partido político Pragma que lidera Fernando Rovira.

La novela de Piñeiro es un retrato fiel del pragmatismo que predomina en la política. Aquí en nuestro país es raro reconocer a un político con principios. La mayoría hace a un lado los escrúpulos y se aventura a medrar a costillas de la ciudadanía indefensa.

Yo alcanzo a ver dos omisiones en la serie respecto de la novela y de esto quiero hablar. Una tiene que ver con la noción antropológica de «maldición» que recrea la autora argentina y otra con la referencia a la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel.

En cuanto a la primera, ya desde el epígrafe en el umbral de la novela, la autora cita al antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss. Reduzco la cita: «No hay razones para dudar de la eficiencia de ciertas prácticas mágicas. Pero al mismo tiempo se observa que la eficacia de la magia implica la creencia en ella…» (Lévi-Strauss, C., El hechicero y su magia, p. 9). Hace falta entonces la triple creencia del hechicero, del enfermo o la víctima y de la opinión colectiva para que se dé dicha eficacia. Con la conjunción de estas tres creencias se aseguran los resultados de la práctica mágica, en este caso, de la maldición.

Y es que la novela no solo va de la llamada «maldición de Alsina» que afirma que ningún gobernador de Buenos Aires podrá ser presidente de la Argentina, sino, sobre todo, de la maldición que pesa sobre Román Sabaté, que será perseguido por Rovira y por su madre de manera inmisericorde. Hay un modo de vencer la maldición, no creer en ella, pero esto es harto difícil porque las tres creencias se conjugan y conceden una fuerza invencible a aquella.

La otra omisión, como decía, alude a la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. Román Sabaté se topa, literalmente se topa, en un colectivo, con una profesora de filosofía a la que no conoce. Le platica un poco de sus desventuras como subordinado de Rovira, pero no le suelta la parte más importante: la petición de que Román fecunde a su esposa, hijo que será de Rovira y no de Román. La profesora le espeta: «hasta que vos no tomés de él todo lo que necesitás, no te vayas. Pero quedate sabiendo que un día lo vas a hacer, que un día te vas a ir. Mientras tanto, también tené muy en claro que él depende de vos. Vos necesitás el sueldo que te paga, en cambio, lo que él necesita de vos es mucho más, infinitamente más: sin vos no puede sobrevivir» (pp. 200-201).

Y es que la relectura que hace la profesora de la célebre dialéctica hegeliana habla de la necesidad que tiene el amo del esclavo y viceversa. Y como los dos tienen su deseo propio, luchan a muerte para satisfacerlo. Pero el amo depende en todo del esclavo. Y el esclavo es quien provee de todo al amo, el amo necesita demasiado del trabajo del esclavo y a su debido tiempo se liberará: «aguantá hasta que hayas aprendido lo necesario para ser libre» (p. 200). Y es que tiene razón la profesora: el amo necesita del esclavo incluso para tener descendencia (p. 230).

La novela, entonces, es una invitación a ver las cosas de otra manera. Es verdad que hay maldiciones, pero las hay porque nosotros las detonamos con nuestras supersticiones. Y pueden ser superadas, porque, como señala al final de la novela, la China, una de las protagonistas, no hay que creer en maldiciones, sino en símbolos (p. 315). También es verdad que parece que el amo lleva la batuta del curso de las cosas. Pero es, finalmente, el esclavo quien decide el rumbo de la historia. Así lo confesó dubitativo Antonio Machado: «Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado».

Referencia:

Piñeiro, C. (2017). Las maldiciones. Alfaguara.

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