Hace un par de semanas, en el número 755 de Espacio 4, desplegamos por este espacio una suerte de radiografía anecdótica alrededor de JD Vance: «compañero de fórmula» de Donald Trump (R) rumbo a noviembre. Hoy toca hacer lo propio —según alfabeto— con el running mate que Kamala Harris (D) eligió como su directo sucesor en la vicepresidencia: Tim Walz. Y es que este horno ya despide las últimas notas. Para cuando la edición 756 de su fiel Espacio 4 llegue a casa… ya conoceremos —circa del 5 de noviembre— quiénes estarán al mando de la nación con «los dineros» y el PIB más colosales del planeta. Y que además resulta ser nuestra vecina «de arriba» (No del «segundo piso». Eso son mitos)… si la fórmula demócrata Harris/Walz o el binomio republicano Trump/Vance. Igual, por alfabeto.
De la vicepresidenta Harris y el expresidente «Trón» (como dijo un señor tabasqueño) ya se ha dicho de todo. Hemos visto los rallys por TV, el debate con todo y mascotas, las encuestas de los rotativos más influyentes de EE.UU., los memes, y hasta las predicciones más mafufas de «tu amigo el conspiranoico». En general pareciera que Harris lleva ligera ventaja: un par de puntos en promedio según el medio. ¡Hasta para Fox! Pero bueno, ese atractivo sistema de voto por colegios electorales y el valor de cada Estado de la Unión, hace complejo el querer adivinar. Todo puede pasar… y, recordemos, a veces no gana el que más votos populares obtiene. Ya le pasó a Hilary. Aunque… no sé… se respiran posibilidades histórico-globales. La opinión pública gringa ya se imaginó —y sopesó— el deliberar de dos damas en Norteamérica.
Pero volvemos. Esta entrega y segundo garabato hará una zambullida, ahora, a quien camina con Kamala rumbo al día 5. El —visiblemente— bonachón Tim Walz.
Santo y seña (y antenas)
Es veinte años mayor que su contrincante directo para ocupar la silla de John Adams: el republicano con nombre de pinchadiscos. Ergo: su soltura y visión política —si bien, relajada… o hasta laxa— derrocha una madurez frontal y familiar. O por lo menos no pone en la boca de Dios —o, peor aún, del IRS (el SAT gringo)— castigos que, como rayos, retumbarán sobre aquellos que decidan «no tener hijos». Tranquilos, es Halloween.
El «Coach» Tim Walz nació como Timothy James Walz en vísperas primaverales de 1964. Eran años de pura efervescencia sesentera. Los soviéticos sembraban de micrófonos del tamaño de un bicho la embajada estadounidense en Moscú. Luego, a sabiendas de su extinción, Andy Warhol reprodujo en lienzo a Marilyn Monroe con un Shot Blue de pintura. Para que nunca se acabe. La contracultura ya manaba de las universidades gracias a cátedras y libros… como El hombre unidimensional de Marcuse. Sí, ahí donde critica los anuncios —tipo Elektra— para comprar un refugio antibombas.
La habitación con cuna del pequeño Tim tenía un aparato de radio. Era sorprendente cómo: más allá de The Beach Boys, o las sacarosas pegajosas voces de las Supremes y las Dixie Cups… un grupo extranjero ocupaba seis de los primeros diez puestos de popularidad radial y ventas de vinilo. Habían pisado Estados Unidos apenas un mes y medio antes. Por primera vez, y en un vuelo de Pan Am. Todo enloqueció. Era la Beatlemanía. El comienzo de la invasión británica en tiempos críticos para las fronteras. La Mary Poppins de Julie Andrews, el desparpajo de Sophia Loren, o la My Fair Lady de la Hepburn (y sus pestañas) desfilaban por cines y escenarios con el arrebato de suspiros de toda una generación. Pero Tim aún era muy pequeño. Ya le iba a tocar. Mientras, él se entretenía con la jazzística novedad en televisión: El show de la Pantera Rosa. Así como los episodios intercalados de Los Picapiedra y Los Supersónicos. Los mismos que Gerbner, académico de medios, desentrañó para delinear su «teoría del cultivo»: lecciones de vida, roles familiares y formas de gastar salarios vía dibujos animados. Y más acá, abajo… Liz Taylor se paseaba en bañador por Puerto Vallarta. Acompañaba a su nuevo galán: Richard Burton. Quien compartía créditos con Ava Gardner para La noche de la iguana… allá en la Mismaloya de Bahía Banderas. Cuentan que los locales quedaron hipnóticos con los ojos violeta de la Cleopatra vacacional. Qué bueno que en Jalisco no hay áspides. He ahí un contexto. Eso sucedía cuando el curioso Tim crecía en su diminuto pueblo natal de West Point, en la Nebraska del medio oeste. (Se parece… pero no es la microciudad de la serie de That ‘70s Show. Esa está en —Hello— ¡Wiscooonsin!).
Trayecto y vocación
De ascendencia alemana-sueca (un patrón clásico en el Midwest), James Frederick Walz —padre de Timothy— fue veterano en la guerra de las Coreas, pero con alma de educador. A su regreso fue superintendente de la jurisdicción educativa de su poblado. Ahí formó una familia de cuatro hijos bajo un clima católico, herencia europea de su bisabuelo. Recordábamos en la entrega anterior —con curiosidad— cómo ante el protestantismo mayoritario gringo, muy selectos nombres de trasfondo católico han llegado a la Casa Blanca o a otros puestos adyacentes: los presidentes John F. Kennedy y Joe Biden. El excandidato y secretario de Estado de Obama: John Kerry. Más este nuevo ejemplo. ¿Todos demócratas? Pues resultó, como hilamos en la columna pasada, que el running mate de Trump —JD Vance— es católico converso, proveniente de las iglesias evangélicas «trompistas». Y la paradoja, como adelanto: Tim Walz se convirtió del catolicismo al protestantismo para su matrimonio.
El preparatoriano Tim Walz era un responsable, pero inquieto chavo aventurero. Todas sus tardes escolares se devaneaban entre el equipo de futbol americano de su high school y escapadas de cacería con sus amigos —una profunda afición que, como vicecandidato, jamás ha ocultado y hasta la abraza… quizá se trata del único prurito republicano de su identidad—. Hace poco, cuando Vance elucubró sobre el derecho a las armas, Walz declaró algo así como «podrá defender esos calibres… pero jamás le va a disparar a un faisán con la precisión que yo tengo… que él no me hable de armas a mí». Tras su graduación, no perdió tiempo para el college. Así llegó al campus rural público del Chadron State College y sus «Eagles». Ahí se graduó con una licenciatura en Ciencias. Más adelante brindó un servicio de poco más de veinte años al ejército. Llegó a administrar operaciones satelitales en el contexto de Afganistán desde la sección aliada europea, en el 125 regimiento de infantería. Otro casi inédito —y versátil— rasgo para un militante demócrata.
Después de conocer y «caerse mal» con Gwen Whipple mientras ambos daban clase. Ella de inglés… y administrativa ante el Board de educación. Él de Humanidades y Estudios Sociales… y entrenador del seleccionado de futbol americano. Hasta que… se hallaron, se encontraron. Y decidieron —con su gusto por la tranquilidad— migrar juntos a Minnesota. Grandes sorpresas les esperaban allí. Primero Walz completó su posgrado en la Universidad Estatal de Minnesota, en la apacible ciudad de Mankato, de la que el nuevo matrimonio Walz —Gwen & Tim— se enamoró. La pasión por el nuevo terruño lo llevó a un involucramiento desinteresado y apasionado en la política regional del Estado. Incluso llegó a asumir puestos importantes como enlace de la campaña del demócrata John Kerry en 2004 —contra Bush Jr.— en diversos puntos de Minnesota. Hasta sus alumnos le ayudaban. Pero la victoria de George W no iba a ser golpe en seco. Al contrario. Como perfecto desconocido y sin «palancas», fue y se postuló a la Cámara de Representantes de su nuevo y querido estado. Fueron 12 años en la Cámara Baja… en donde jamás perdió —a la fecha— una candidatura. Y aquí cuentan, también: las de gobernador.
Septentrional
Hay que saber portar las canas. Y Tim Walz lo hace muy bien. Con su cabellera blanca que lo hace ver mucho mayor —y que le ha causado roces con sus simpatizantes, quienes le piden que se eche una especie de fashion emergency para atraer más votantes—. Él responde con inspiradora y rotunda indiferencia. Mientras se despeina el poco pelo a propósito. Alguna vez —ya converso— citó al papa Francisco en su reflexión sobre la belleza del envejecimiento, en contraste con la artificialidad de la medicina estética. Algo que también su esposa y su hija —mayor de edad— enarbolan.
Su casi perenne presencia legisladora en Minnesota, lo hicieron ser cribado entre la espesa nata de un estado lácteo. Y siempre pasó como fina arena. Con solo un tropezón setentero, Minnesota es un estado de talante rotundamente demócrata. Justo desde los años 60. Pero lo llamativo es que no se trata de la administración nacional del partido del burrito azul. Minnesota desarrolló con éxito una especie de facción demócrata que sabe responder a las características únicas de su cotidianidad. Es por eso que Tim Walz es, realmente, un afiliado al Partido Demócrata desde el segmento-división regional llamado Partido Demócrata Agrario Laborista de Minnesota.
El territorio fronterizo, cuna central y septentrional de la monumental cartografía gringa forma parte del tajo norte del Midwest. Canadá corona su serpenteo topográfico. En lengua dakota, «Minnesota» hace referencia al agua clara en donde hasta las nubes se reflejan. Y de allí viene su rico mote: «el Estado de los 10 mil lagos y la Estrella del Norte». Pero no son 10 mil. Son más. Casi 15 mil. Si uno clava la mirada en ese punto centro norteño de un mapa de EE.UU. es posible ver pequeñas manchas que representan los abundantes cuerpos de agua dulce. Hasta uno de los Grandes Lagos se enclava en su punta Este: el Superior, gran frontera natural con el Ontario canadiense. El gusto bucólico de los Walz se sacó la grande cuando llegaron allí. Se trata además de un sitio con más de un tercio de bosque de conífera y pino rojo, y uno de los máximos poseedores de granjas, praderas e hilos montañosos bien dotados de cabañas para el esquí.
Desde el llamado legislativo que recibió Walz a principios de siglo, la familia tuvo que mudarse a la emblemática y auténtica zona de las ciudades gemelas que forman el área metropolitana del estado: Minneapolis y Saint Paul. Las célebres Twin Cities… sí, como el equipo de beisbol: los Twins. La clave Walz: vivir en Saint Paul y trabajar en Mineápolis. Y fue así como llegó el gran llamado.
Un gobernador y una agenda
La carrera electoral 2018 rumbo a la gubernatura de Minnesota colocó a Tim Walz ante la prueba. Su cálido desenfado y pocos kilos de más podrían: tanto aniquilarlo… como encumbrarlo. Y fue la segunda. Tanto, que el estruendoso llamado por su reelección repintó a Minnesota de azul, como nunca.
En su primer lanzamiento, se llevó de encuentro al republicano Jeff Johnson por 12 puntos porcentuales. En enero de 2019 asumiría el cargo con temple y confianza. Y así arrancó su agenda. Esa agenda. La que —por consejo directo de Barack Obama— Kamala Harris decidió asumir a pesar de los cerca de cinco precandidatos de gigantesco perfil a la vicepresidencia que le acomodó el partido. Pero, como se dice en el beisbol, al parecer Harris apeló al humble approach, el small baseball: el accionar humilde, tranquilo… pero efectivo, con el librito de reglas en la mano.
Filosa, polémica, explosiva y atrevida agenda desdobló Walz en su estado. Primero se ratifica en modo legal la interrupción del embarazo. La posición dio un pequeño golpe en la mesa y así quedó: abierta. Luego vino una amable palomilla en esa agenda. Firmó el decreto indómito e inamovible para que todos los refrigerios de escuelas —públicas y privadas— fueran gratuitos. En paráfrasis, ante sus detractores, llegó a decir: «soy el monstruo que hace que los niños se llenen la barriga para ir a aprender cosas». La imagen de la firma simbólica con niños de escuelas primarias es divertidísima. Los «trogloditas del régimen trompista» festejan a carcajadas los lonches que nadie les va a quitar. Y lo hacen en un caótico y simpático abrazo colectivo con «el (señor) gobernador» de cachetes rollizos al sonreír.
Con asesoría de historiadores, el gobernador Walz se sentó con el FBI a replantear los lineamientos de las leyes de control de armas. Tras una profunda revisión, se logró —con el respaldo federal— hacer obligatorio en su estado la antes llamada invasiva (desde las eras Bush) verificación de antecedentes penales y contexto como requisito para adquirir un arma. Hasta ahora son cerca de 20 estados y el Distrito de Columbia quienes están alineados a esta práctica. Hay camino por recorrer… sin pistola alguna.
Quizá la prueba más difícil y apabullante —además en su primer término como gobernador— fue esa terrible cicatriz mental para tantos. Se trata del cruento asesinato de George Floyd en Mineápolis, durante mayo de 2020. Casi 10 minutos estuvo encima de él Derek Chauvin, el oficial de la policía que le entrecortó la respiración lentamente. Tras el incidente, el departamento de policía lo retiró de sus filas y le sugirió irse a perfil bajo. Incluso antes de que comenzaran los disturbios y protestas por parte de la comunidad afroamericana de Minnesota, Walz emitió la orden de arresto para el responsable, bajo el argumento de lesa humanidad. Y allí está ya. Cumple sentencia. Esta acción le trajo, por primera vez, los ataques sistemáticos de los militantes republicanos, tanto de Minnesota como de todo el país… en desacuerdo por la «persecución» de un oficial de la ley que sólo cumplía su trabajo. Ah, qué difícil, partido del elefantito.
Llegó noviembre de 2022 y una nueva apuesta por Minnesota, ya con antecedentes que podían —quizá— cambiar libretos. Pero no. Si bien no se alcanzó la histórica cifra porcentual, Walz sí repasó al médico senador Scott Jensen —abanderado republicano— por siete puntos. En enero de 2023 comenzaba su segunda gestión estatal. Vinieron agudas reformas a la educación en todos los niveles, especialmente en los superiores. La seguridad social debería ser carta abierta para los estudiantes de todo el estado. El año pasado palomeó la propuesta de ley para legalizar el cannabis para uso recreativo. Justificó ante su Congreso que, con responsabilidad y llamado a la libertad de decisión, el psicotrópico bien puede utilizarse para fines no clínicos. El progresismo de su agenda se proyectó aún más con los programas de asistencia médica transgénero para pacientes en proceso de conversión. Y en cuanto al Departamento de Asuntos para Veteranos de EE.UU. —el V.A.—, instaló y reforzó la presencia fija de médicos psiquiatras para tratar a veteranos con diversos llamados de salud mental, tales como el Trastorno por estrés postraumático.
Finalmente… hace varios meses —antes del golpe de timón de Joe Biden— Tim Walz fue nombrado presidente y líder del influyente DGA: la asociación que reúne a todos los gobernadores demócratas del país, en el contexto de problemáticas y discernimientos necesarios. Fue ya en ese cargo cuando recibió —como llamada al bullpen— la invitación para atisbar descarga rumbo al 5 de noviembre junto con Kamala: la vicepresidenta que lo quiere hacer vicepresidente. ¿Sí será?
En muy pocos días sabremos si Vance o Walz jurarán el «segundo a bordo» del Ejecutivo, así como la presidencia simbólica del Senado de los Estados Unidos como vicepresidentes. Y asumir su sobresaliente posición de gabinete. ¿Quién vivirá en la acogedora casona del número 1 de la rotonda del Observatorio, allá en Washington, D.C.?: la residencia oficial de quienes recubren la sombra de un presidente.
Paisajes dylanianos: epílogo
Del estado de Minnesota proviene un hijo pródigo que alguna vez echó ruta hasta el sur. El curso del río Misisipi fue la guía que lo llevaría al núcleo de la música negra. Del soul, el blues y el jazz. Voces que recibirían una pincelada de su genuina cepa. La que evoca la prosa del rocanrol y el folk. Así, hace ocho años recibía de la academia sueca el Nobel de Literatura. Por todas las letras vertidas en su música. Como si cruzáramos la Highway 61, toca revisitar un legado que hoy vuelve a palpitar en la historia.
Un joven de origen judío, Robert Zimmerman, partió de su natal Duluth —puerto del Lago Superior— con media mochila, su guitarra y una armónica destinada al ícono. Nacido con los efluvios del verano de 1941, su espíritu era bautizado por aquellos 10 mil lagos. Cuando partió de casa, lo haría con otro nombre. Le perseguían las historias del gueto de Varsovia.
Lo fue olvidando conforme se acercaba al sur. Ahora era solo Bob. Atravesaba los escarpados que el Misisipi le plantaba. Ya eran aquellos años sesenta. Atrás quedaban las historias infantiles de cama: Pearl Harbor, los cómics del Capitán América contra los nazis, Casablanca y los Lucky Strikes de Humphrey Bogart, El ciudadano Kane, Greta Garbo… y Rita Hayworth (con guantes).
Cuando llegó a su destino final, ya era Bob Dylan. Y cuando observó el mundo, percibió —como ahora— que «los tiempos están cambiando». Mucho. El 5 de noviembre, algo estará […] «a changin». Y si el panorama pinta extraño… se puede pensar en lo que escribía Dylan. Lo que nos llega flotando en el aire (o las bocinas, o los audífonos): «[…] Yes, and how many deaths will it take ‘til he knows / that too many people have died? / The answer, my friend, is blowin’ in the wind…».
Y ya. Si nada funciona, toca recostarse y cantarle al Mr. Tambourine Man: «Hey, Señor de la Pandereta, tóqueme una canción. / No tengo sueño. Y ya no tengo a dónde ir…».
Todo estará bien. Siempre recuerden la anécdota de Tim Walz: la primera cita con su esposa Gwen. Fueron a ver una película. Y luego a un Hardee’s a cenar. ¿Y eso? Tranquilamente. El Hardee’s es el papá del Carl’s Jr en el Midwest. Mismo menú, logo y todo. No cambió la marca porque ya era un clásico en la región. Saltillo, Torreón, Monclova… vayan a ver una película de Halloween, y luego por una hamburguesa o unas tiritas de pollo. Y sus refrescos. Algún buen augurio ha de traer(les). Nos vemos en noviembre.