Despedidas presidenciales, entre el llanto, la deshonra y el aplauso

Después de una sucesión de gobiernos impopulares, López Obrador termina con una aprobación superior al 60% y una sucesora que afianzará las políticas sociales de la 4T. La falta de una oposición real dificulta los equilibrios. El discurso del caudillo, clave en la construcción del nuevo régimen

JLP, la oportunidad perdida; de la euforia a la debacle

El mea culpa de De la Madrid: «Me equivoqué con Salinas»

Andrés Manuel López Obrador, el presidente más legitimado y poderoso de los últimos 50 años, preparó con anticipación la entrega del poder. El banderazo de salida de la carrera presidencial lo dio dos años antes de las elecciones. Los tiempos del relevo, en el pasado, se extendían al límite. AMLO destapó, al más puro estilo priista, la terna de la cual surgiría su sucesora, Claudia Sheinbaum. En vez de contrarrestar el gambito, las oposiciones abandonaron el juego para ser espectadores. La circunstancia obligaba a encender las alarmas y a organizar la contienda, pero el líder del PAN, Marko Cortés, se achicó; y el del PRI, Alejandro Moreno, jamás dio señales de vida. El panista acusó que el lance presidencial era un montaje, una cortina de humo para distraer a la ciudadanía de los problemas del país y ocultar los pobres resultados de la administración obradorista.

Cortés replicó con un galimatías: «¿Qué es lo que busca el presidente? Que no se hable de esto; al contrario, de manera absolutamente ilegal, anticipada, estar promoviendo como él dice, porque él dice a sus “corcholatas”, aunque estos violenten completamente la ley con sus actos anticipados de campaña y por ello es que no podemos caer en ese juego, y nosotros no nos prestaremos para ello» (Infobae, 15.06.22). Mientras, según el líder panista, la 4T hunde al país en una espiral de violencia e inflación, Guanajuato, en manos Acción Nacional, da ejemplo de certidumbre y buen gobierno.

El PAN, PRI y PRD llegaron vencidos a las elecciones del 2 de junio. El trabajo y la autocrítica brillaron por su ausencia. Las orejeras les impidieron ver la realidad. Frente a la maquinaria de Morena y el liderazgo de AMLO, los partidos más longevos fueron una caricatura. La guerra de atrición y la apuesta al fracaso del presidente y su movimiento pusieron de relieve la soberbia y cortedad de miras del frente opositor y de los poderes fácticos. Perder gubernaturas, alcaldías y congresos lo tomaron como accidente, algo pasajero, no como preludio de su derrota y el fin del viejo régimen. El grueso de la población ignoró los escenarios catastrofistas y las acusaciones según las cuales López Obrador pretendía reelegirse o, de plano, implantar una dictadura.

Al contrario de Vicente Fox, Felipe Calderón y Peña Nieto, López Obrador planeó la sucesión y perfiló a su favorita con tiempo y a la vista de todo el mundo. Sus predecesores se desentendieron y cuando quisieron tomar el control, ya lo habían perdido. En consecuencia, postularon candidatos débiles. Josefina Vázquez (PAN) y José Antonio Meade (PRI) no eran los preferidos de Calderón, de Peña ni de las militancias. Las cúpulas partidistas aprovecharon la ingenuidad y buena fe de Xóchitl Gálvez para colarse al Congreso.

El liderazgo de AMLO fue crucial en todo el proceso. BBC News Mundo atribuye «la alta popularidad» del tabasqueño a la economía («el gigantesco aumento del salario mínimo impulsado por el Gobierno (…) casi 120% por sobre la inflación»), los programas sociales y a una trayectoria política de más de cuatro décadas, pero también a su discurso. «No solo ha sido hábil con las palabras —admiten sus críticos—, sino también con la imagen pública que proyecta cuando recorre el país y se acerca a la ciudadanía, cosa que ha hecho durante toda su carrera y continúa haciéndolo como presidente» (24.05.24). El portal de noticias de la BBC destaca otro pilar: «la ausencia de una oposición capaz de hacerle un contrapeso y desarrollar un proyecto político alternativo».

Impunidad política

Daniel Cosío Villegas (1898-1976) plasmó en sus libros algunas de las fotografías más fieles del régimen posrevolucionario. En El estilo personal de gobernar (1974) lo caracteriza como «monarquía absoluta, sexenal y hereditaria por línea transversal». El sistema superó crisis, deserciones, desavenencias y protestas ciudadanas por la represión y la falta de democracia. En la elección presidencial de 1940 y en el movimiento estudiantil de 1968 se le pasó la mano. La silla del águila se heredaba a quien garantizaba el continuismo y la tranquilidad del monarca que abdicaba muy a su pesar.

Salvadas las apariencias, cumplido el ritual sucesorio —la faramalla del tapado, el dedazo y la cargada— y las no menos artificiosas votaciones, el elegido se guardaba durante meses para no herir la susceptibilidad del soberano a quien debía su ascenso al trono. La transmisión de la banda presidencial declaraba muerto al rey, cuyo futuro era un retiro dorado. Así podría disfrutar de la riqueza acumulada en seis años, pensiones jugosas y privilegios pagados por el erario. Eran intocables. En México ningún expresidente ha sido destituido o procesado por delitos de corrupción o crímenes de otra índole, como sí pasa en Estados Unidos, Brasil y Perú.

A partir de Lázaro Cárdenas, quien exilió a Plutarco Elías Calles, los inquilinos de Los Pinos se sacudieron la influencia de sus predecesores tan pronto fueron investidos. López Portillo envió a Echeverría al otro lado del mundo para evitar injerencias y poner fin a las murmuraciones sobre una presidencia bicéfala. Más severo que el general Cárdenas, Ernesto Zedillo encarceló a Raúl Salinas de Gortari por enriquecimiento ilícito y la autoría intelectual del asesinato de su excuñado José Francisco Ruiz Massieu, el número dos del PRI en ese momento. Carlos Salinas se rasgó las vestiduras y montó una huelga de hambre en un barrio pobre de Monterrey. Después del ridículo cruzó el Atlántico y se exilió en Irlanda.

La monarquía hereditaria terminó con la alternancia. Vicente Fox quiso reinstaurarla con su esposa Martha Sahagún o con su delfín Santiago Creel. Felipe Calderón tampoco pudo nombrar sucesor. Josefina Vázquez Mota no era su candidata, y la cúpula del PAN la traicionó. Lo mismo le ocurrió a José Antonio Meade, último candidato del PRI a la presidencia, quien pagó en las urnas los pecados de Enrique Peña Nieto. Ajeno a la corte, Andrés Manuel López Obrador destronó al PRIAN con votos y con la fuerza un movimiento social (Morena) que invirtió la pirámide del poder.

La 4T debe su éxito a múltiples factores. El debilitamiento del Estado frente a la oligarquía y los grupos de interés, jugó a su favor. Karl Marx advertía, desde mediados del siglo XIX: «Hoy, el poder público viene a ser, pura y simplemente, el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa». AMLO utilizó el concepto en su toma de posesión: «El poder político y el poder económico se han alimentado y nutrido mutuamente y se ha implementado como modus operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación». En el periodo neoliberal, denunció, se privatizaron tierras ejidales, bosques, playas (…) la industria eléctrica y el petróleo. «Privatización ha sido en México sinónimo de corrupción». Altos Hornos de México, en Coahuila, es un ejemplo irrefutable del capitalismo de compadres, cuyo principal promotor, y acaso beneficiario, fue Salinas de Gortari.

El talón de Aquiles

Claudia Sheinbaum recibirá un país distinto al gobernado por la mayoría de quienes la precedieron en el cargo después del periodo 1958-1970, conocido como desarrollo estabilizador o «milagro mexicano». Desde Luis Echeverría hasta Ernesto Zedillo, los presidentes enfrentaron crisis económicas (inflación, devaluación), políticas (protestas por fraudes electorales) y sociales (neozapatismo). Con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, la violencia y la corrupción se exacerbaron. Andrés Manuel López Obrador prometió solucionar ambos fenómenos, pero al final de su sexenio los avances son insuficientes. La tasa de homicidios bajó en promedio 6.6% en los tres últimos años, y en el segundo trimestre del actual la percepción de inseguridad descendió al 59.4%, uno de los niveles históricos más bajos, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

AMLO calificó en su discurso inaugural de «vergonzosa» la posición del país en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (TI). México ocupaba en ese momento el lugar 138 de 180 y su calificación era de 28 puntos sobre 100. En 2020 avanzó al sitio 126, donde se ha mantenido desde entonces, con una puntuación de 31 unidades, una mejoría de apenas tres puntos. TI observa que en México, Brasil y Honduras la independencia del poder judicial es socavada por «la destitución de jueces y fiscales sin mérito por parte de otras ramas del Estado, a menudo mediante procesos opacos y, en algunos casos, ilegales».

Tal condición «fomenta la injusticia y un sistema en el que la ley se aplica de acuerdo con los intereses del Gobierno y las élites gobernantes. También garantiza la impunidad de los corruptos y obstaculiza la recuperación de activos robados», apunta el organismo. La presidenta electa Claudia Sheinbaum anunció que, para cortar las cabezas de la hidra, instituirá la Agencia Nacional Anticorrupción (ANA). El sistema creado por Peña Nieto en 2016 —y en Coahuila por Rubén Moreira—, con el mismo propósito, devino en pantomima. La deuda estatal desviada al bolsillo de funcionarios y diputados, y para financiar campañas políticas, confirma la tesis de TI.

La agencia propuesta por Sheinbaum «puede ser parte de una exitosa estrategia de comunicación», pero su efectividad depende de varias condiciones, advierte Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI). Una de las principales consiste en no subordinarse al poder político. «Una agencia es autónoma e independiente cuando es capaz de elegir a su propio personal y tiene injerencia para decidir a la cabeza de la organización; cuenta con margen de libertad en la asignación de recursos presupuestarios, y es capaz de elegir sus objetivos y metas, así como los casos que serán investigados».

López Obrador no heredará a Sheinbaum casos como la Estafa Maestra, que esfumó 7 mil 670 millones de pesos a través de 128 empresas fantasma. El fraude involucró a Pemex, seis secretarías de estado y ocho universidades públicas. Sin embargo, en monto (9 mil 500 millones de pesos), existe uno mayor: el de Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex). «Es la mancha que me llevo», declaró AMLO el 26 de julio en rueda de prensa. La mayor parte del dinero se recuperó —dijo—, «los responsables están en la cárcel y no hay impunidad para nadie». La mayoría aprueba al presidente por los programas sociales (64/15%), pero en combate a la corrupción las opiniones se dividen (34/36%), de acuerdo con evaluación de Reforma correspondiente a agosto. E4


JLP, la oportunidad perdida; de la euforia a la debacle

Deslumbrado por la riqueza petrolera, el «último presidente de la Revolución» llora su fracaso en la tribuna del Congreso. Ese día estatiza los bancos y arde Troya

Pocas despedidas presidenciales han sido tan patéticas y delirantes como la de José López Portillo, en septiembre de 1972, cuando rindió su sexto informe. Político carismático, culto y enérgico, hizo renacer la esperanza tras el Gobierno desastroso de Luis Echeverría. Orador fogoso y seductor de masas, el «último presidente de la Revolución», como se denominó a sí mismo, Don Q entregó el país en ruinas. Y él, envuelto en las llamas de la frivolidad, la insolencia y del repudio social. Presa de la hibris todavía, sacó el pecho: «No vengo aquí —dijo ante el Congreso— a vender paraísos perdidos, ni a buscar indulgencias históricas. (…) vengo a cumplir con un compromiso elemental: decir la verdad, la mía».

«Soy responsable del timón, pero no de la tormenta. (…) A los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí perdón (…) les digo que hice todo lo que pude para organizar a la sociedad y corregir el rezago».

José López Portillo, sexto informe

No se ganó todo ni se perdió todo, sentenció. «Un país como el nuestro es mucha entidad para concentrar su destino en una coyuntura, así sea la creada por los poderosos de este mundo». López Portillo escondía en los pliegues de la retórica su drama. Deseaba responder «a las preguntas limpias de la gente sencilla; a los gritos de los que hace poco aplaudían; a los reproches de quienes no quieren recoger varas y hace poco tiraban cohetes; a los que quieren seguir lucrando con el riesgo del país amparándose en la desconfianza; a los monólogos de los pontífices críticos». También deseaba replicar «a los que se me rajaron, a las dudas de los amigos, a las condenas de los enemigos, gratuitos porque desde el poder no dañé, ni a nadie ofendí».

Agobiado y condenado de antemano, el presidente jugó la última carta, pero en vez de mitigar la inquina de las élites, la polarización social y la crisis financiera, las avivó. «(…) para salvar nuestra estructura productiva (…) y detener la injusticia del proceso perverso fuga de capitales-devaluación-inflación que daña a todos, especialmente al trabajador, al empleo y a las empresas que lo generan (…) he expedido dos decretos: uno que nacionaliza los bancos privados del país, y otro que establece el control generalizado de cambios, no como una política superviviente del más vale tarde que nunca, sino porque hasta ahora se han dado las condiciones críticas que lo requieren y lo justifiquen».

El presidente estaba devastado. Impotente para cambiar la realidad, buscaba un faro para salvar el naufragio. «Soy responsable del timón, pero no de la tormenta». El líder que había pedido al país «acostumbrarse a administrar la abundancia», basada en la renta petrolera, ahora sollozaba y se excusaba por ello. Volvió a pedir perdón a los desposeídos y marginados «por no (…) sacarlos de su postración». Les dijo haber hecho todo lo que estuvo a su alcance «para organizar a la sociedad y corregir el rezago; que avanzamos; que si por algo tengo tristeza es por no haber acertado a hacerlo mejor».

Después de la euforia por la estatización de la banca (revertida por Salinas de Gortari en condiciones desventajosas para el país) vinieron el escarnio y la venganza. La oligarquía jamás le perdonó a López Portillo haberla despojado de una parte de su imperio. La mansión del presidente en Paseo de los Laureles 268 (Cuajimalpa) fue bautizada como «La colina del perro». Así le restregaban otra promesa incumplida: la de «defender el peso como un perro». Seis meses antes de terminar el sexenio, el Banco de México abandonó el mercado de cambios, el Gobierno se declaró en moratoria y la moneda se devaluó 218% al pasar de 22 a 70 pesos por dólar. E4


El mea culpa de De la Madrid: «Me equivoqué con Salinas»

Raúl, el mayor del clan, traficaba con contratos y negociaba con el narco, declaró el presidente de la «renovación moral». Enrique, el menor, fue asesinado

Miguel de la Madrid fue uno de los presidentes que menos daño infligió a los mexicanos y, junto con Ernesto Zedillo, de los pocos que podían salir a la calle sin ser injuriados. La administración detuvo el desplome de un país quebrado en un contexto adverso: hiperinflación y devaluaciones con tasas acumuladas del 4,000% e inestabilidad política y social. La Cámara de Diputados catalizó las protestas por el fraude electoral de 1988. Porfirio Muñoz Ledo interpeló a De la Madrid mientras leía su último informe en medio de consignas e improperios de las fracciones parlamentarias de izquierda. «Una de las tareas del presidente consiste en tragar sapos», le confió a un amigo coahuilense en Los Pinos.

«(CSG) terminó muy mal. Permitió una gran corrupción de parte de su familia, sobre todo de su hermano (…) se comunicaba con los narcotraficantes (…) los que le dieron el dinero para llevárselo a Suiza ».

Miguel de la Madrid. Entrevista con Aristegui

De la Madrid vivió su peor momento en 1985, cuando un terremoto en Ciudad de México, con magnitud de 8.1 grados, puso al Gobierno al borde del colapso. El vacío de poder provocó que la sociedad asumiera, en los días críticos, las labores de búsqueda y rescate. La tragedia unió al país y lo concienció para organizarse e impulsar cambios políticos por vías pacíficas. De la Madrid rompió en el ocaso de su vida la ley del silencio observada por los exmandatarios. Entrevistado por Carmen Aristegui el 13 de mayo de 2009 para MVS Noticias, el presidente de la «renovación moral» entonó el mea culpa por haber inclinado la balanza en favor de Carlos Salinas de Gortari en la sucesión de 1988. «Me equivoqué, pero en aquel entonces no tenía elementos de juicio sobre la moralidad de los Salinas».

El Gobierno salinista le pareció bueno al principio, «pero terminó muy mal. Permitió una gran corrupción de parte de su familia, sobre todo de su hermano». ¿Qué tanto?, preguntó la periodista. «Mucho. Permitió que Raúl y Enrique consiguieran de manera indebida contratos de licitación, ya fuera de obra o de transporte». Raúl, además, «se comunicaba con los narcotraficantes (…) los que le dieron el dinero para llevárselo a Suiza (120 millones de dólares)».

Aristegui pidió nombres. «Son informaciones muy difíciles de obtener. Fue más fácil procesar a Raúl por la muerte de (José Francisco) Ruiz Massieu». De la Madrid supo de los vínculos del mayor de los Salinas con el narco, cuando él ya no era presidente. «(Fue) a partir del gobierno de su hermano (Carlos)». La conclusión —válida en cualquier momento— es que los presidente deben informarse «mejor de la moralidad de sus colaboradores». Salinas rechazó las acusaciones y movió los hilos para que su predecesor se retractara, pero el golpe ya estaba dado.

Salinas de Gortari terminó su Gobierno, repudiado. Entre mayo de 1993 y septiembre de 1994 fueron asesinados: el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo al ser confundido, según la versión oficial, con el narcotraficante Joaquín «el Chapo» Guzmán; el candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, y José Francisco Ruiz Massieu, excuñado de los Salinas, antes de asumir el liderazgo de la Cámara de Diputados. En el mismo periodo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se levantó en armas.

José López Portillo tuvo una despedida ignominiosa del poder, pero la de Salinas resultó, además, dramática. Tres meses después de dejar la presidencia, la Procuraduría General de la República detuvo su hermano Raúl, señalado como autor intelectual del asesinato de Ruiz Massieu y por enriquecimiento ilícito. El 6 de diciembre de 2004, Enrique Salinas, el menor del clan, quien había sido investigado por lavado de dinero, apareció muerto dentro de un coche. Carlos reside en Madrid, donde comparte refugio con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. E4

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

Deja un comentario