Sí, ocurrió de nuevo. Y ocurrió porque el problema es un auténtico cáncer; en México nadie lo quiere abordar porque es un tema que no engalana la agenda política. No rinde ninguna ganancia electoral y, por el contrario, la obstaculiza.
Pero el problema de los migrantes sigue ahí, vivo, con todo su drama para poner a prueba el grado de solidaridad del Gobierno mexicano con los desposeídos y cuestiona profundamente los vínculos de hermandad de los pueblos latinoamericanos y echa por los suelos el sueño bolivariano.
El problema migrante es, literalmente, de vida o muerte y exige una reflexión más allá de la política que lo piensa de manera tan vulgar. La reflexión es filosófica y antropológica para comprender este fenómeno de movilidad y sólo hasta el final un obligado abordamiento político para plantear y emprender las soluciones.
Los políticos de todas partes, en una ceguera casi profesional, suelen perder de vista que el que se mueve es un ser humano en una peligrosa y necesaria búsqueda de encontrar escenarios dónde construir la vida en libertad, dónde obtener un empleo, dónde acceder a la educación, a la salud, a la estabilidad, a la paz.
Un examen filosófico pondrá sobre la mesa la condición del ser humano como punto de partida para toda discusión; el antropológico debe contemplar como origen de esa movilidad la situación de la pobreza padecida como un atávico mal. El método pondrá al descubierto que no es casual, sino la consecuencia natural de situaciones específicas derivadas de las estructuras económicas, sociales y políticas construidas deficientemente, o a modo para beneficiar a grupos de poder, locales o transfronterizos.
El estado interno que guarda la mayoría de los países latinoamericanos, incluido México, respecto a este tema, es de franca ineficiencia pues se apoya en mecanismos que producen a nivel internacional, pocos ricos cada vez más ricos a costa de muchos pobres cada vez más pobres.
Esa realidad plantea la exigencia ética de una conversión de Estado, para poder concebir políticas públicas que produzcan cambios profundos en sus estructuras a fin de responder a las legítimas aspiraciones de los ciudadanos en situación de movilidad por alcanzar una justicia social que reintegre la dignidad a los que viven en esa condición. En la experiencia latinoamericana esos cambios, no se han dado.
A ello han contribuido las ideologías de Seguridad Nacional invocada por líderes estrafalarios, con vocación autoritaria de los regímenes de fuerza, de donde se ha derivado, sin ningún rubor de por medio, el abuso del poder y la violación flagrante de los derechos humanos de los migrantes.
Esta ideología, enfermiza y patológica, está encabezada para esta parte del mundo por Estados Unidos. La imposición histórica a los países de América Latina es ya una tradición de horrores bastante conocida.
Aunque en la teoría todas las dictaduras latinoamericanas han sido desterradas de la historia, en la práctica esa verdad es puro formalismo verbal. Lo cierto es que las dictaduras reaparecen con frecuencia, enmascaradas ahora por populismos insanos que no contribuyen a erradicar los problemas sino a perpetuarlos.
La clave es la democracia basada en la ciudadanía; no la de sufragio tan fácil y cínicamente manipulada para orientarla a favor de ciertos intereses; jamás los intereses de soberanía de los pueblos pobres y oprimidos en la construcción de su propio desarrollo. Lo que se necesita es una democracia fundada sobre la base de una ciudadanía críticamente participativa y no una muchedumbre pasiva recibiendo dádivas económicas que corrompen la democracia y posponen el desarrollo.
Los países latinoamericanos hoy son el centro de luchas y esperanzas, pero la imposición de intereses sobre las aspiraciones populares ha hecho que el enfoque de los problemas de desarrollo en esta área de la geografía americana, le han dado el pretexto perfecto para que la seguridad nacional gringa lo tome como justificación y la ha convertido en una simulación de amenaza.
Cada vez que los procesos democráticos latinoamericanos se han manifestado en ese orden de orientación, por más tímidos que sean, ha sido la política norteamericana la primera en declararle la guerra a la democracia y ha reprimido todo intento de organización popular que atente a sus intereses.
Hoy, ya no necesita intervenir militarmente en determinada geografía o en determinada frontera. Ese papel lo asumen ahora los propios gobiernos quienes, lacayos del poder gringo, realizan esa tarea de la manera más impúdica que se pueda imaginar, aunque con los mismos niveles de crueldad como lo harían los gringos.
Para muestra, apenas un botón de la prenda completa. A la primera llamada del bravucón rubio, nuestro Gobierno, así como los Gobiernos estatales fronterizos, agacharon la cabeza y, en una actitud de sumisión vergonzante al poder gringo, destinaron diez mil elementos militares, como fue la orden, para frenar la migración centroamericana que cruza territorio mexicano rumbo a Estados Unidos.
Soldados mexicanos, disfrazados de Guardia Nacional, agentes de migración, policías estatales, municipales y voluntario constituyen el muro prometido por la presidenta mexicana. El país asume el costo y los gringos gozan su poder desde el confort de sus oficinas ovales.
A mí me resulta vergonzoso atestiguar el triste papel que representan nuestros gobernantes ante las exigencias del poder extranjero, por muy poderoso que sea. Me parece patético verlos en situación de sumisos, siervos, lacayos, inservibles para la vida pública. Quiero creer que esa actitud se debe sólo a su incapacidad para gobernar, a su ineficiencia para construir una visión de Estado donde el futuro sea promisorio. Espero que no sea una declarada complicidad.
Apenas perciben el primer guiño de desagrado y se hacen chiquitos. Se empequeñecen a tal grado que, en esa misma proporción, se hacen más grandes las penurias de los migrantes.
La vida de los pobres ha descendido a niveles de mínima condición y ha quedado atrapada entre la ineficiencia de los líderes para gobernar y que han asumido ese papel donde la fragilidad de las democracias (incluida la gringa) ha permitido encumbrar a cualquier espantapájaros, como a esos a los que hoy debemos referirnos como: señor (a) presidente (a), señor gobernador, señor alcalde, señor diputado, señor senador, señor rector, señor…
No, yo no comparto el júbilo con el que la clase política mexicana se expresó ante el «acuerdo» logrado por la presidenta; no entiendo el hilarante aplauso de los siervos que acudieron al mitin político en Querétaro cuando desde la comodidad de una oficina gringa se las volvieron a meter doblada (la expresión no es mía sino del colaborador de la 4T que trabaja como director del Fondo de Cultura Económica) y en el gozo del orgasmo parieron 10 mil elementos de la Guardia Nacional para cerrar la frontera a los migrantes, sin importar que esa frontera sea ahora un escenario donde la migración constituye una crisis humanitaria de la que nadie quiere hablar ni atender porque representa un capital político de valor nulo.
La verdad es que los volvieron a doblar.