El emperador romano Calígula (12-41 d.C.) es conocido y recordado por sus extravagancias y carácter errático. Caracterizado por buscar el poder absoluto que su misoginia le exigía gobernó solamente 4 años, aunque él soñaba en un mandato supremo eterno.
Se consideraba un dios y exigía ser adorado como tal. Mandó a construir estatuas de sí mismo en templos y se vestía con trajes de deidades. Organizaba banquetes lujosos y espectáculos costosos. Todo eso vació el tesoro real, por lo cual tuvo que implementar medidas desesperadas para restablecer las finanzas imperiales mediante reducción de gastos del ejército, supresión de servicios a la ciudad, tributos a los países sojuzgados e impuestos abusivos, así como confiscaciones de propiedades.
También es conocido por su crueldad, pues ordenó ejecuciones arbitrarias y disfrutó del sufrimiento ajeno, en especial de los extranjeros que habían llegado a Roma. Se presume que nombró a su caballo Incitato como cónsul y le otorgó privilegios extravagantes, como una casa de mármol y un establo de marfil. Ante las críticas, aseguró que nada de eso le importaba en absoluto, que él era un dios y los demás deberían aceptarlo. Si bien muchos romanos lo despreciaban, en los reinos vecinos algunos imperialistas lo adoraban y soñaban que su país fuera gobernado por déspotas como él.
Aumentó su poder con la fuerza de las legiones, intentó destruir al Senado y a los tribunos, se volvió cada vez más impredecible y paranoico, especialmente después de una grave diferencia con sus aliados e incluso los miembros de su propia corte. Esto llevó a creer que había perdido la cordura, que se había desquiciado y ya nada lo detendría.
Otros emperadores con comportamientos excéntricos, que terminaron con la participación ciudadana en las decisiones importantes a través de sus tribunos, fueron: Nerón (54-68 d.C.), quien obligaba a su corte a aplaudir sus actuaciones en canto y lira. Cómodo (180-192 d.C.), quien, por su comportamiento errático, cambiaba órdenes imperiales de un día para otro. Heliogábalo (218-222 d.C.), quien impulsó el culto al dios sol El-Gabal, provocando su impopularidad. Albert Camus lo describe magistralmente en su novela Calígula (1944).
Como podrá analizarse comprando con la actualidad: «No hay nada nuevo bajo el sol». Tras mil 985 años y a 7 mil 216 kilómetros de distancia entre Roma y Washington, los comportamientos monárquicos son prácticamente idénticos.
Definitivamente, el fabuloso imperio romano que había logrado dominar el mundo entonces conocido recibía en sus arcas oro, esclavos para trabajos manuales y productos de todos lados. Gracias a las políticas de estos emperadores se inició su declive total que llegaría plenamente de manera incontrolable en el 476 de nuestra era y su grandeza quedaría en leyenda.
Donald Trump, con su arrogancia imperial, asegura no importarle que todo suba para su pueblo. Ahora los sacrifica y luego serán muy ricos. Presenta, cual moderno Moisés, la tabla de la nueva ley arancelaria, pero la del patriarca no estaba plagada de mentiras ni anduvo negociando castigos a la mitad.
Esta perorata nos recuerda a JoLoPo (1976-1982), quien nos pidió a los mexicanos, durante la borrachera del petróleo, que aprendiéramos a administrar la abundancia.
Es tan genial la visión de la economía de Trump, que serán los países a los que le impone aranceles quienes pagarán el aumento de precios, no los consumidores gringos. Una auténtica anencefalia paranoica, cuajada con ignorancia en historia geopolítica, que está acabando con 50 años de desarrollo económico global.
¿Trump maquiaveliza a Musk?
En su obra El Príncipe, Nicolas Maquiavelo (1469-1527) propone que, en tiempos de crisis, el gobernante puede utilizar tácticas astutas y en muchas ocasiones crueles para consolidar su poder. Puede colocar a un súbdito como gobernante malvado para cometer actos impopulares y luego destituirlo, presentándose como el salvador del pueblo. Esto le permite ganar el favor y la lealtad de sus súbditos.
Para granjearse al pueblo puede utilizarse la crueldad, pero debe ser de manera efectiva y en el momento adecuado. Un príncipe debe ser astuto como un zorro y fuerte como un león. Esto significa que debe saber cuándo ser franco y cuándo ocultar sus verdaderas intenciones; para ello debe cuidar su imagen pública y asegurarse de que sus acciones sean vistas de manera positiva por el pueblo.
Maquiavelo presenta con precisión que su príncipe, César Borgia, para pacificar y controlar la región de la Romaña, nombró a su lugarteniente Ramiro de Orco, conocido por su crueldad, para que impusiera el orden. Ramiro utilizó métodos brutales para lograrlo, lo que generó un gran descontento entre la población.
Pacificada la región, Borgia habló con el pueblo y recibió lamentos y llantos del comportamiento de Ramiro; entonces, para ganarse el favor del pueblo, ordenó la ejecución de Ramiro y su cuerpo fue expuesto en la plaza pública. Así, Borgia fue aceptado por la población como un gobernante justo y compasivo, ganándose la lealtad de todos.
Donald Trump, actual presidente de EE. UU., designó al magnate Elon Musk en un raro cargo entre oficial y ajeno al Gobierno: titular del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) y lo dotó de mucha autoridad sobre temas y actos trascendentes en la estructura económica de esa nación.
Justificó dicha nominación con la finalidad de reducir la burocracia gubernamental, recortar gastos innecesarios y reestructurar agencias federales. Aseguró que Musk tiene la capacidad de «hacer temblar el sistema» y «eliminar el despilfarro gubernamental», lo cual considera esencial para su administración.
Musk ha implementado una serie de recortes y despidos significativos en el Gobierno americano, como el despido masivo de 172,017 empleados federales. Ha propuesto la reestructuración de agencias como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y el Departamento de Agricultura. Incluso ha sugerido eliminar agencias enteras del Gobierno federal para reducir la burocracia y el gasto innecesario como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) que tiene tintes oscuros (dotar de recursos económicos a grupos golpistas en naciones democráticas) y de apoyo social, como el combate a enfermedades en África, por ejemplo.
También propuso la reestructuración de prioridades, enfocándose en reducir la interferencia en asuntos internacionales y centrarse más en los problemas internos de Estados Unidos. En un tema más que polémico, obtuvo acceso a sistemas de pagos del Departamento del Tesoro para identificar y eliminar pagos fraudulentos o no autorizados, entre ellos pensiones a jubilados.
Estas reformas han generado tanto aceptación como controversia; algunos consideran que sí podrían mejorar la eficiencia gubernamental, mientras que otros temen que desestabilice el funcionamiento de las agencias prioritarias como la Administración Federal de Aviación (FAA), responsable de la seguridad y regulación del sistema de control del tráfico aéreo a la que se acusa de varios accidentes aéreos, producto del despido de despachadores.
La falta de claridad sobre los criterios de despido y la continua evaluación de empleados han generado ambientes de tensión e incertidumbre y un verdadero caos en el entorno laboral de la burocracia norteamericana, e incluso algunas grandes empresas tecnológicas anunciaron planes de despidos, contribuyendo al aumento general del desempleo. Muchos creen aún en Trump y culpan a Musk de todo.
Desde luego que el odio es el único sentimiento que alimenta al príncipe. Lo mismo que Borgia, el exclusivo atributo de Trump es la destrucción. Por cierto, este último cuenta con apoyo completo en nuestro país, los defenestrados del erario, tanto políticos de derecha como medios de comunicación «deschayotados» alaban e invitan al déspota mitómano hasta intervenir militarmente a México, para ver si así recuperan el poder. Fantasean que el partido oficial se está muriendo, sin ver la lepra y el cáncer que sus propios encarnan.
¿Será Elon Musk el Ramiro de Trump? ¿Cuánto tardará en sacrificarlo?