El dolor, ¿una industria?

Sería fantástico que el médico tuviera la posibilidad de experimentar en sí mismo diversas medicinas. Comprendería la acción de los medicamentos de un modo muy distinto.

Mijaíl Bulgákov

Marcia Angell es una médica estadounidense, autora, y la primera mujer en ocupar el cargo de editora en jefe del New England Journal of Medicine. En 2012-13 fue profesora titular en el Departamento de Salud Global y Medicina Social de la Facultad de Medicina de Harvard en Boston, Massachusetts.

Escribió un libro (2006): La verdad sobre la industria farmacéutica, cómo nos engaña y qué hacer al respecto, donde con crudeza desvela el negocio de la salud mediante la comercialización de medicamentos. Me parece trascendente comentar al respecto, puesto que describe sucesos cotidianos en el quehacer médico, en relación a la prescripción de medicamentos tanto en la medicina privada como en la institucional.

Los estadounidenses gastan hoy día (1988) la increíble cantidad de 200 mil millones de dólares al año en medicamentos bajo receta, y esa cifra crece alrededor del 12% anual (que ha bajado con respecto al 18% de 1999). Los medicamentos constituyen el rubro que más sube en los costos de la asistencia sanitaria, la cual por su parte está aumentando en una proporción alarmante. El incremento del gasto en fármacos refleja, en partes casi iguales, el hecho de que la gente consume más medicamentos que antes, que esos medicamentos son con toda probabilidad los nuevos y más caros en lugar de los viejos más baratos, y que los precios de los que más se recetan se ven sometidos a alzas rutinarias, a veces varias veces al año. Se comenta en el citado libro.

Actualmente, en nuestro entorno, para el catarro común, que en más del 95% se resuelven con reposo y un par de medicamentos, se observan recetas de escopetazo, hasta con 10 a 15 fármacos: tres antibióticos diferentes, tres medicamentos broncodilatadores, otros tres para calmar la fiebre y el dolor y otros tres dizque para proteger el estómago y otros dos para la tos. Esto también sucedió durante la etapa de COVID.

Una receta como la anterior, con medicamentos baratos de dudosa calidad, tiene un costo de unos 3 mil pesos, la pensión mensual del programa Bienestar. Es por demás injusto que esa pensión se esfume con un catarro. En Estados Unidos un catarro común, actualmente, a un paisano le cuesta de 25 a 50 mil pesos (información directa de residentes en EE. UU.). Lo anterior depende del pobre poder adquisitivo de los mexicas.

Por razones obvias, continua el texto del libro citado, las personas mayores necesitan más medicamentos que los jóvenes, en especial debido a enfermedades crónicas como la artritis, la diabetes, la presión alta y el colesterol alto. En el año 2001 cerca de una de cada cuatro personas de edad avanzada informó que omitía algunas dosis y que no hacía efectivas algunas prescripciones a causa de los costos (es casi seguro que esta proporción es mucho más alta en la actualidad). Por desgracia, los más débiles son los que menos acceso tienen a un seguro adicional. A un costo promedio de mil 500 dólares anuales por fármaco, alguien que no cuenta con un seguro adicional y que necesita seis diferentes medicamentos bajo receta (lo cual no es raro) tendría que gastar 9 mil dólares (180 mil pesos) de su propio bolsillo. Y no muchos ancianos tienen bolsillos tan grandes.

En el momento actual, en nuestro país, muy semejante es la situación para muchos enfermos. El modelo de atención médica nos lo impone el país «campeón de la democracia», EE. UU.

Por lo demás, y este es uno de los procedimientos más perversos de la industria farmacéutica, los precios son mucho más altos precisamente para las personas que más necesitan los medicamentos y que menos posibilidades tienen de costearlos. La industria les cobra a los beneficiarios de Medicare que no tienen seguros adicionales mucho más que a los clientes privilegiados que pertenecen, por ejemplo, a las enormes organizaciones de mantenimiento de la salud (HMO, según sus siglas en inglés) o compensación para veteranos (Veteran Affairs; VA, según sus siglas en inglés). Debido a que estas organizaciones compran al por mayor, pueden negociar grandes descuentos o rebajas. Las personas que no tienen seguros carecen de poder de negociación, así que pagan los precios más altos.

La industria farmacéutica no es precisamente innovadora. Por increíble que parezca, solo unas pocas drogas importantes han aparecido en el mercado en años recientes, y estas provenían en su mayoría de investigaciones realizadas en instituciones académicas, pequeñas compañías biotécnicas, o Institutos Nacionales de Salud (NIH, según sus siglas en inglés), costeadas con el dinero de los contribuyentes.

La gran mayoría de las «nuevas» drogas no son nuevas, sino simples variantes de viejas drogas ya presentes en el mercado. A estas se las denomina medicamentos «yo-también» (me too). Por ejemplo, en la actualidad tenemos en el mercado seis estatinas para bajar el colesterol (Mevacor, Lipitor, Zocor, Pravachol, Lescol y, el más nuevo, Crestor), y todas son variantes de la primera. Como dice la doctora Sharon Levine, directora ejecutiva asociada del Grupo Médico Permanente Kaiser: «Si soy un fabricante y puedo cambiar una molécula, obtener otros 20 años de derechos de patente y convencer a los médicos de que la prescriban y a los consumidores de que exijan la nueva presentación de Prilosec, o del Prozac semanal en lugar del Prozac diario, justo cuando vence mi patente, ¿entonces por qué voy a gastar dinero en investigaciones menos seguras, como la búsqueda de nuevas drogas?».

«El cielo cura y el médico cobra los honorarios», Benjamin Franklin. Muchos son los chascarrillos que se llevan haciendo sobre los médicos desde tiempos inmemoriales.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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