La crisis de salud mental crece sin haber respuestas institucionales. El estigma, el abandono educativo y el impacto de las redes sociales se agravan por la falta de presupuesto para salvar vidas y prevenir tragedias
Sin salud mental no existe aprendizaje, Isabel Daniel
A diario, decenas de jóvenes mexicanos intentan quitarse la vida. No es una figura retórica ni una exageración mediática: según el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), por cada suicidio consumado hay al menos 20 intentos no letales. En 2023, más de mil 400 menores de 19 años murieron por esta causa en el país, lo que permite estimar que alrededor de 28 mil adolescentes buscaron terminar con su vida durante ese mismo año.
Especialistas coinciden en que la ansiedad y la depresión son los trastornos psicológicos más comunes entre estudiantes universitarios y de bachillerato. La pandemia agravó estas condiciones, especialmente por el aislamiento prolongado, que detonó un aumento considerable en los casos, según diversos estudios en el área de salud mental juvenil. «Un ejemplo emblemático de esto es la pandemia del COVID-19, que ha llevado al aislamiento y a una educación virtual en muchas comunidades universitarias. Las respuestas y experiencias vividas durante este tiempo representan un desafío para las instituciones», documenta el estudio «La salud mental en los jóvenes universitarios: un desafío para las instituciones», publicado en Atención Primaria Práctica.
«La salud mental es un componente esencial del bienestar integral de las personas y de las comunidades; como derecho inalienable, su atención no puede relegarse, en particular en un contexto en el que las secuelas de la pandemia por la COVID-19 visibilizaron las carencias estructurales en esta materia».
Carmen Casas Ratia, directora de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM
Mientras las aulas se llenan, las consultas psicológicas se desbordan. Bajo la presión del rendimiento, las redes, la violencia familiar o el bullying disfrazado de broma, la salud mental de los jóvenes mexicanos parece tambalearse. Los efectos de estos trastornos no se limitan al plano emocional. Muchos alumnos presentan dificultades para concentrarse, gestionar el estrés ante exámenes o proyectos, y en ciertos casos requieren adaptaciones académicas especiales.
«Entre cuatro y cinco alumnos llegan al día con alguna crisis de ansiedad vinculada a problemáticas en periodos de exámenes, pero, sobre todo, por situaciones en las que no logran un desenvolvimiento que les resulte grato con sus pares».
Carlos Silva Ruz, jefe del Departamento de Servicios de Orientación Psicológica (SOS) de la UNAM
Aunque las cifras son alarmantes, la búsqueda de apoyo psicológico sigue siendo limitada. Un factor clave es el estigma asociado a la salud mental, especialmente en contextos familiares con creencias que minimizan o niegan la necesidad de atención especializada. Esta situación se agrava en comunidades con acceso limitado a servicios de salud mental, donde la desinformación y la normalización de la violencia dificultan aún más la detección y el tratamiento oportuno. Como advierte la psicóloga clínica Cecilia Bravo, «estos comentarios refuerzan prejuicios sobre la depresión y pueden disuadir a las personas de buscar ayuda».
El espejo distorsionado
En la era digital, las redes sociales se han convertido en una extensión del entorno social de los adolescentes. Sin embargo, su uso excesivo y sin supervisión puede tener consecuencias negativas en la salud mental de los jóvenes. Según un informe del Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU., los adolescentes que pasan más de tres horas al día en redes sociales enfrentan el doble de riesgo de sufrir problemas de salud mental, incluidos síntomas de depresión y ansiedad.
La doctora Mar España Martí, exdirectora de la Agencia Española de Protección de Datos, advierte sobre los patrones adictivos de estas plataformas, diseñadas mediante neuromarketing para generar dependencia mediante recompensas como «me gusta» y el desplazamiento infinito. España compara el acceso temprano a entornos digitales con el suministro de sustancias nocivas como el alcohol o el tabaco, y aboga por una mayor concienciación desde la atención pediátrica. Un estudio realizado por la Universidad de Vigo revela que más del 27% de los adolescentes ha sido víctima de ciberacoso, y cerca del 35% enfrenta riesgo de grooming, acoso sexual a menores a través de internet. El documento también indica que un 14,7% ha practicado sexting y uno de cada dos ha accedido a contenido pornográfico, con el 69% de los casos concentrados en varones.
En México, el impacto de las redes sociales en la salud mental juvenil también ha encendido las alarmas. Un informe de la organización Save the Children advirtió que niñas, niños y adolescentes mexicanos pasan en promedio más de siete horas diarias frente a una pantalla, y que la exposición a contenidos violentos, sexualizados o discriminatorios puede fomentar ansiedad, alteraciones del sueño y distorsión de la autoimagen. En su campaña #NoEsDeJuegos, lanzada en 2023, la organización exigió que las plataformas digitales asuman corresponsabilidad en la protección de menores, ante el vacío de regulación estatal efectiva.
En paralelo, la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) ha denunciado que los casos de violencia digital contra adolescentes van en aumento y que el Estado mexicano aún carece de políticas públicas integrales que promuevan una educación digital crítica, especialmente en las comunidades más vulnerables. «Estamos dejando a nuestros adolescentes solos en un mundo diseñado para manipularlos», advirtió Tania Ramírez, directora ejecutiva de Redim, en una comparecencia ante el Senado.
Consecuencias extremas
Con una media nacional de 6.8 suicidios por cada 100 mil habitantes, México arrastra una crisis silenciosa que se ensaña especialmente con los jóvenes. Los datos más alarmantes provienen de estados del norte y sureste: Chihuahua encabeza la lista con una tasa de 15.0, seguido por Yucatán (14.3) y Campeche (10.5), el doble o más que el promedio nacional. En este mapa, a Coahuila no le va mucho mejor: ocupa el quinto lugar, con 9.7 suicidios por cada 100 mil habitantes. Las cifras, extraídas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), correspondientes al año 2023, deberían bastar para encender las alertas en cualquier sistema educativo. La estadística, sin embargo, apenas insinúa la profundidad del problema cuando se cruza con otros factores como la ansiedad, la violencia o el abandono emocional.
El suicidio juvenil no es un evento aislado; es el desenlace extremo de una cadena que incluye bullying, falta de redes de apoyo, presión académica, pobreza, consumo de sustancias y —cada vez con mayor peso— la exposición tóxica a redes sociales. Las señales suelen estar ahí, pero pasan desapercibidas: el aislamiento repentino, el descenso en el rendimiento escolar, la irritabilidad o el cansancio crónico. «El problema no es que los adolescentes no hablen, es que los adultos no siempre saben escuchar», advierte la organización Voz Pro Salud Mental de la Ciudad de México.
A esto se suma la precariedad de los servicios de atención: menos del 2% del presupuesto federal en salud se destina la atención psicológica, lo cual restringe tanto la prevención como la intervención oportuna. Ese porcentaje, sostenido desde hace años, ubica a México muy por debajo del umbral mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que sugiere destinar al menos un 5% del presupuesto en salud para países de ingresos medios como el nuestro. Un análisis del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP) revela que entre 2016 y 2023 el gasto público en salud mental ha oscilado entre apenas el 1.3% y el 1.6%. Es decir, mientras aumentan los diagnósticos y las urgencias, la inversión se estanca.
La desproporción no es exclusiva de México. Un reporte de la Organización Panamericana de la Salud señala que el gasto mediano en salud mental en la región apenas alcanza el 2% del presupuesto total en salud, y más del 60% de ese monto se destina todavía a hospitales psiquiátricos, dejando rezagadas las estrategias comunitarias y de atención temprana.
En México, esa realidad se traduce en escuelas sin psicólogos de planta, unidades médicas sin personal capacitado para detectar trastornos y un sistema público rebasado por la demanda. La consecuencia directa es una brecha gigantesca entre lo que se necesita y lo que realmente se atiende. E4
Entidades con mayor tasa de suicidio 2023
Lugar | Entidad | % |
---|---|---|
1 | Chihuahua | 15.0 |
2 | Yucatán | 14.3 |
3 | Campeche | 10.5 |
4 | Aguascalientes | 10.5 |
5 | Coahuila | 9.7 |
6 | Quintana Roo | 9.3 |
7 | Durango | 9.1 |
8 | Sonora | 9.1 |
9 | Querétaro | 8.9 |
10 | Guanajuato | 8.7 |
— | Media nacional | 6.8 |
Sin salud mental no existe aprendizaje, Isabel Daniel

Psicóloga expone las barreras que enfrentan los jóvenes para pedir ayuda ante trastornos como ansiedad y depresión. Advierte la urgencia de priorizar la inteligencia emocional en las escuelas
Cada semana, la psicóloga MPGI Isabel Daniel Cardona escucha historias que se repiten con nombres distintos: ansiedad que paraliza, tristeza que no cede, miedo que no se explica. Tanto desde su consultorio privado como de su labor cotidiana en una preparatoria de Saltillo, esta terapeuta con maestría en psicoterapia Gestalt con enfoque integral ha visto cómo la salud mental de los estudiantes de bachillerato se deteriora ante la presión académica, las redes sociales y el silencio impuesto por entornos que aún estigmatizan la ayuda psicológica.
En esta entrevista, Cardona aborda sin rodeos lo que muchos apenas se atreven a nombrar: los diagnósticos en aumento tras la pandemia, las barreras familiares que impiden solicitar ayuda, el impacto de la violencia y la pobreza, y el daño silencioso que provocan los ideales falsos que circulan en redes sociales. Sus respuestas retratan no solo el malestar de los jóvenes, sino la urgencia de escuchar lo que intentan decir, incluso cuando ya no usan palabras.
¿Qué tipos de problemas emocionales o psicológicos son los más frecuentes entre los estudiantes de bachillerato con los que trabajas, y cómo han cambiado en los últimos años?
Anteriormente no era tan elevada la tasa de casos en adolescentes con algún tipo de diagnóstico como ansiedad o depresión. A raíz de la pandemia, la salud mental se vio muy afectada por el encierro, lo cual provocó un aumento considerable de tales trastornos, esto desencadenó un incremento a dichos padecimientos. Actualmente trabajo con alumnos que ya tienen un diagnóstico o están en el proceso de una evaluación psicológica y los más comunes son ansiedad, depresión, baja autoestima, estrés, consumo de sustancias y problemas relacionados con la violencia, trastornos alimenticios, cutting, entre otros. No se presentan solo en el colegio, también vienen de fuera. Muchas veces los alumnos presentan síntomas combinados, como ansiedad y depresión al mismo tiempo, lo que impacta directamente en su desempeño académico.
Durante las semanas de exámenes, entrega de proyectos o situaciones de estrés, estos trastornos les dificultan resolver problemas o enfrentar retos. Por eso, con frecuencia hay que hacer adecuaciones para ellos y trabajamos en conjunto: psicólogos externos, maestros, padres de familia, incluso de ser necesario paidopsiquiatra y, en mi caso, como psicóloga de la escuela.
Cada alumno es único. Aunque compartan diagnóstico, no todos lo manifiestan de la misma forma. Algunos solo acuden a terapia, otros también llevan tratamiento farmacológico, lo cual influye en su rendimiento: pueden presentar falta de concentración, baja energía, problemas en el sueño, cambios en el apetito y alteraciones en el comportamiento. Todo eso incide en su vida académica.
¿Cuáles son las principales barreras que impiden que los estudiantes soliciten ayuda cuando tienen una crisis emocional o mental?
Una de las principales barreras son las creencias familiares. Muchos alumnos de bachillerato han crecido con la idea de que «los psicólogos no sirven» o que «no hay que pagarle a alguien para que te diga lo que ya sabes». Esto se convierte en un introyecto: piensan que pedir ayuda es inútil o que serán juzgados y criticados por su trastorno. Por miedo al estigma, prefieren guardarse lo que sienten y evitar opiniones externas.
También la falta de acceso a los servicios de salud mental, ya sea por costo, distancia o disponibilidad de citas de estos centros.
¿Cómo influye el entorno familiar y social en la salud mental de los jóvenes, especialmente en contextos de violencia o pobreza?
La violencia no distingue niveles socioeconómicos: puede afectar a cualquier persona, sea pobre o millonaria. En cuanto a la pobreza, muchas personas no tienen acceso económico a un psicólogo o psiquiatra, por lo que recurren a instituciones públicas. El problema es que esas instituciones suelen dar citas cada tres o seis meses, sin seguimiento adecuado, lo que lleva a la frustración y al abandono del tratamiento.
En cambio, quienes tienen recursos económicos pueden sostener el proceso con más facilidad. Aunque no siempre es así, porque también existe la negación: personas que pueden pagar, pero no creen necesitarlo.
Otro factor importante es la desinformación, especialmente en comunidades pobres, donde la violencia se ha normalizado. Crecen pensando: «Así me educaron, así eran mis padres y mis abuelos, esto es normal». Cuando se les brinda información a través de instituciones, muchas veces no hay cambios, porque los patrones están profundamente arraigados.
¿Qué papel juegan las redes sociales en el estado emocional de los estudiantes, y cómo las manejan en el consultorio o en las sesiones?
Las redes sociales tienen un impacto muy fuerte en los jóvenes, sobre todo hoy, cuando todo gira en torno a la comparación. Quieren parecerse a figuras idealizadas que muestran una realidad falsa o maquillada, y eso afecta especialmente a quienes ya tienen baja autoestima, ansiedad, depresión o han vivido violencia.
Por eso trabajamos con ellos la idea de tener un «filtro»: discernir a quién siguen y qué tipo de contenido consumen. No se trata de prohibir las redes, sino de usarlas de forma consciente. Si una red social está afectando emocional o conductualmente —por ejemplo, si fomenta el cutting, trastornos alimenticios, conductas de riesgo o distorsión del autoconcepto— entonces se propone hacer una pausa.
Muchos se comparan con personas que parecen tener vidas perfectas, sin saber lo que realmente hay detrás de esas imágenes. Esa comparación constante puede ser muy dañina.
Desde tu experiencia, ¿qué cambios urgentes deberían implementarse en el sistema educativo mexicano para cuidar mejor la salud mental de los estudiantes?
Se necesita crear más programas de prevención y darle más importancia al área emocional, no enfocarse solo en lo académico. Es fundamental fomentar materias, actividades o ferias que trabajen la inteligencia emocional. Cuando un estudiante no está bien emocionalmente, su rendimiento académico también se ve afectado.
Tiene que haber un equilibrio: si la parte emocional está bien, todo lo demás mejora. No puede haber una sin la otra. E4