No existen ya mis dos únicos lectores que siempre tuve. Mi gran amigo, el doctor Gabriel murió el año pasado y mi otro gran amigo Ismael, murió recientemente. Me duele su partida, ambos me dejaron en la orfandad afectiva y de lectores.
La referencia a esto tan personal no es gratuita sino algo absolutamente necesario. Mis amigos estaban, en lo general, afiliados ideológica y emocionalmente a las ocurrencias de la 4T, pero siempre fueron interlocutores con mi voz, que difiere de las ocurrencias políticas de ese movimiento que desesinstitucionalizó la vida del país.
Para honrar su memoria escribo este artículo ya libre, por su ausencia, de verme llamado «aguafiestas» porque no tengo más remedio que reiterar, una vez más, que no, no comparto la percepción de júbilo y celebración de Noroña, el llorón, por la suspensión hasta abril de los aranceles prometidos por el presidente bravucón norteamericano. Menos aún me convence el discurso laudatorio de la grey que adjudica la decisión del presidente gringo como un éxito de negociación de la presidenta mexicana.
Tampoco es gratuito que no comparta esa opinión; razones tengo suficientes para no hacerlo. En primer lugar, percibo un escenario sumamente incierto y desfavorable para una mandataria que ha tenido que doblar las manos ante la villanía del poderoso.
No veo negociación alguna. Lo que percibo es una sumisión y temor ante la imposibilidad de imponer cualquier fuerza que ponga al país en igualdad de condiciones con el del otro lado del Bravo y, ante esa avasalladora avalancha de poder, resulta mejor ceder sin luchar.
Y sí, eso es lo que me asusta. No sabemos nada de lo que se ha cedido al bravucón. La lección dada al presidente de Ucrania en la oficina oval ha sido aprendida por los jefes de Estado, como nuestra presidenta quienes, en aras de no ser humillados públicamente, conceden todo a cambio de salvar la investidura.
Pero admito que no lo sé. No tengo pruebas de que así sea, en efecto. La política es siempre oscura. Sin embargo, un análisis lógico permite vislumbrar por lo menos lo que probablemente ocurre en realidad. Las únicas señales de certeza nos las proporciona el propio presidente de Estados Unidos que, con descaro y cinismo, hace burla de esa condición de sumisión con los que humilla a quien se le ponga enfrente.
Baste citar como ejemplo aquella orden de desplegar diez mil agentes de la Guardia Nacional en la frontera para detener el paso de los migrantes y en menos de lo que canta un gallo fue cumplida sin el menor rubor por parte de nuestras autoridades para algarabía de las autoridades del otro país.
Lo mismo ocurrió con la entrega, que no extradición, de los veintinueve capos de la droga que fueron ofrendados al país vecino para «hacerlos felices», según dijo (como otra señal) el lunático del otro lado.
Tampoco se puede quedar fuera de esta lógica la enorme actividad desplegada por el Ejército, la Marina y la Guardia Nacional para desmantelar narcolaboratorios de producción de fentanilo (¿pues no que no había eso?), detenciones de cabecillas de grupos criminales y la terminación en la práctica de la política de abrazos, no balazos, implementada por el antecesor de la señora presidenta. Todo a petición (léase orden) de las autoridades norteamericanas.
Ignoro por qué nuestra presidenta, lo mismo el coro legislativo de su partido que le rinde pleitesía mayoritaria en las Cámaras, no puede admitir su pequeñez ante la desmesura de poder exhibido por el truhan. No resulta una vergüenza. Con los enfermos de poder no se puede negociar. Ellos lo saben porque, guardada toda proporción, han hecho lo mismo en este país.
El discurso patriotero con que se ha querido enfrentar esta contingencia, además de débil, resulta totalmente inútil y más parece una simulación que oculta algo mucho mayor. El énfasis con que la presidenta niega que se esté investigando a políticos mexicanos relacionados con el narco es preocupante.
Percibo en esa actitud que la balanza arancelaria norteamericana encuentra su punto de equilibrio para tomar ventaja sobre algo que nosotros no conocemos. Así como históricamente ha quedado demostrada la protección a grupos criminales durante el sexenio anterior, esto podría demostrar la protección en esta administración a políticos de nuestra tierra involucrados con el narco.
Pero tampoco lo sé, es una mera especulación surgida de un silencio oficial respecto a lo que se negocia en la oficina oval de la Casa Blanca y en la oficina de Palacio Nacional sin que sepamos exactamente qué se negocia.
En medio de toda esta vorágine, me gustaría ver a una presidenta más firme en sus acciones y más fuerte en su línea argumental. Pero entiendo que eso es imposible si es una mandataria que no ha logrado romper el cordón umbilical con quienes la encumbraron como presidenta y la pusieron en un escenario tan frágil, como resulta ser la política mexicana.
Lo único que sé con certeza es que el deterioro de mi país es cada vez más visible y sus consecuencias son dolorosamente más profundas para el ciudadano. Me parece que este país podría ser verdaderamente fuerte si se hubieran atendido con urgencia y disposición (sin importar si era rentable o no en el sufragio) rubros como la salud, la justicia, la seguridad, la educación, el empleo.
Fortalecidos en esos temas podría, entonces sí, esperarse la reciprocidad solidaria de un pueblo que sabría reconocer el trabajo de sus gobernantes en favor del bien común; en ese mismo tenor le respondería con su lealtad. En cambio, sin la atención de esos rubros tan vitales para el país, no estoy tan seguro de que haya un soldado en cada hijo que se le ha dado a la patria para enfrentar a cualquier enemigo que osara profanar con sus plantas su suelo, como fue invocado por la presidenta ante las amenazas del güero extraviado de invadir el país para combatir a los cárteles mexicanos.
En fin, así es la política, y lamento que sea así, como también lamento que, ya sin mis dos únicos lectores de siempre, esta colaboración sea un monólogo inútil, como monólogo inútil es el que han sostenido los políticos desde que México es México, y en el que no se ha admitido una mirada crítica.
Por eso, en el manejo de esta guerra de aranceles impuesta por el lunático gringo, yo percibo otra cosa muy distinta del canto del cisne en que ha querido convertirse la política mexicana, desplumada sin embargo en el primer aleteo con que intenta levantar vuelo.
En otras palabras, es el viejo juego del gato y el ratón, en donde todos sabemos quién es el gato y quién el ratón.