El lugar sin límites, el infierno de la homofobia

Aunque nunca fui a la cárcel, he estado en prisión casi toda mi vida.

Emile Griffith

José Donoso (chileno, 5 de octubre de 1924 – 7 de diciembre de 1996) acaba de cumplir cien años de haber visto la luz por vez primera. Su novela El lugar sin límites (1966) nos es familiar. Arturo Ripstein tuvo el acierto, otro más en su larga carrera, de adaptar cinematográficamente la obra (1978). Y la cinta, al igual que la novela, trascendió. Sabemos del sufrimiento que el autor chileno experimentó por vivir dividido entre sus tendencias heterosexuales y homosexuales: «La tentación es inmensa, terrible, pero resulta que eso (asumir una vida homosexual) me produciría tanto o más dolor que el no hacerlo. Mi neurosis es debida, ahora, a esa sensación de estar viviendo sobre arena movediza» (Carta de José Donoso a su entonces novia, María Ester Serrano, 30 de agosto de 1960). Solo siendo conscientes de este contexto autobiográfico, entenderemos lo que nos quiso decir con su novela más conocida: El lugar sin límites.

La clave del libro la descubro en el epígrafe de la obra, que está tomado de Doctor Fausto, de Marlowe. Mefistófeles responde a la pregunta de Fausto por dónde queda el infierno: «El infierno no tiene límites, ni queda circunscrito a un solo lugar, porque el infierno es aquí donde estamos y aquí donde es el infierno tenemos que permanecer…». La Manuela vive todo un infierno en el lupanar de la Estación El Olivo. El machismo de Pancho Vega, machismo simulado, porque él también experimenta el gusanillo de la homosexualidad, violenta su frágil humanidad. Este le debe plata a don Alejo, el dueño de todas las viñas, y se desquita con la susodicha. Y es que la Manuela no es una furcia, es una artista y los artistas son los seres más indefensos sobre la faz de la tierra, como advirtió con puntería de arquero medieval Alejo Carpentier en La consagración de la primavera. El narrador describe las dotes bailarinas de la protagonista de este modo: «La Manuela giró en el centro de la pista, levantando una polvareda con su cola colorada» (p. 98).

La Manuela y la Japonesita, hija de la Manuela, viven con miedo de que regrese el malnacido de Pancho Vega: «Entonces la Manuela le fue a decir a su hija que mejor cerraran temprano, para qué exponerse, tenía miedo que pasara lo de la otra vez» (p. 12). Finalmente, el día llega. El camión colorado hace su fatal aparición. Un beso desatará la furia: «—¿Lo besaste o no lo besaste? —Pura broma…» (p. 159). Pancho Vega, que no acepta su homosexualidad, junto con su cuñado Octavio, se despachan a la Manuela. La homofobia se consuma de la manera más vil: «…hasta que ya no queda nada y la Manuela apenas ve, apenas oye, apenas siente, ve, no, no ve, y ellos se escabullen a través de la mora…» (p. 163).

El infierno es «el endurecimiento de una persona en el mal» (Leonardo Boff). En los Mulamuli, escritura budista, se dice: «Cuando el hombre hace el mal, enciende el fuego del infierno y arde en su propio fuego». Y es que el fuego es el símbolo, desde antaño, de lo más doloroso y destructor. Pero aquí hablamos de dos infiernos: del que se fabrica con su maldad Pancho Vega y el de la Manuela que vive aterrorizada ante el posible regreso de este individuo. Un infierno genera el otro. En ambos hay soledad, angustia y sufrimiento.

Desgraciadamente, la homofobia lo lacera todo. Leyes van, leyes vienen y la conculcación de los derechos del diverso sigue siendo el pan de cada día. Y para colmo de males, los votantes eligen a homófobos consumados de la talla de Putin y Trump, que se solazan profiriendo discursos desaforados contra estas minorías. La novela de Donoso y su propia vida son una denuncia contra este mal indignante. La indignación nos lleva a la ética y ahí es donde sientan sus reales todas las acciones reivindicativas.

El drama de Donoso y la Manuela lo experimentan y sufren muchos seres humanos. Un caso emblemático es el del boxeador Emile Griffith. Todo el mundo sabe que en 1962 «mató» en el ring a Bennie Paret. Se dice que porque este último le llamó «maricón» antes de la pelea. Los dejo con su desgarradora confesión: «Sigo preguntándome lo extraño que es todo esto. Mato a un hombre y la mayoría lo entiende y me perdona. Sin embargo, amo a un hombre y esa misma gente lo considera un pecado imperdonable. Aunque nunca fui a la cárcel, he estado en prisión casi toda mi vida».

Referencia:

Donoso, José, El lugar sin límites, Debolsillo, Contemporánea, México, 2023.

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