Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible.
Píndaro
Joseph Jacotot (1770-1840) representa al profesor que busca arduamente un sitio en la vida y que posee la intuición que algunos maestros insignes han puesto en práctica en las aulas. Un desconocido para el mundo y para la educación toda. Después de muchos años de «corretear la chuleta», consigue por fin un puesto en la Universidad de Lovaina como lector de literatura francesa. Debemos a Jacques Ranciére, uno de los filósofos más destacados de la actualidad, el rescate de su figura. Ranciére escribió El maestro ignorante. En esta obra nos da a conocer los secretos de este profesor para lograr lo inaudito: el aprendizaje del alumno a manos o, incluso a pesar, del maestro ignaro.
«¿Tiene algún sentido proponerle al lector de principios del tercer milenio la historia de Joseph Jacotot, es decir, en apariencia, la de un extravagante pedagogo de comienzos del siglo XIX?» (p. 7). Así inicia Ranciére su obra. Respondo sí de inmediato. Vayamos a los argumentos.
Jacotot superó la barrera del idioma con sus alumnos belgas que parlaban el holandés. Les hizo llegar una edición bilingüe de Las aventuras de Telémaco de Fénelon y les dio la instrucción de que leyeran la versión en francés con ayuda de la traducción. En clase les pidió que repitieran algunos pasajes de dicha obra. Y, ¡oh, sorpresa!, al terminar el curso descubrió que los jóvenes no sólo habían captado la esencia de la novela, sino que también habían avanzado en su comprensión del francés: «habían aprendido solos y sin maestro explicador, pero no por eso sin maestro» (p. 28). Se puede enseñar lo que se ignora si se obliga al alumno a usar su propia inteligencia.
Siempre hemos creído que la tarea de la educación consiste en la mera transmisión de conocimientos. Incluso solemos mejorar esta definición señalando que la verdadera pedagogía busca transmitir críticamente los conocimientos. Adviértase que subrayo el «críticamente». Pero en realidad sólo se trata de que el alumno asimile lo que obtenga de su propia investigación. El maestro ignorante debe crear las condiciones idóneas para que sus pupilos lleguen al saber ansiado. Porque «no hay ignorante que no sepa una infinidad de cosas, y toda enseñanza debe fundarse en este saber, en esta capacidad en acto» (p. 9).
Jacotot dio a conocer su método de enseñanza en Enseignmet universel. Langue Maternelle, en 1823. Dicho método consistía en «leer y repetir» lo que el maestro pronunciaba y en «preguntar para verificar», donde el maestro hacía preguntas cuyas respuestas estaban contenidas de manera literal en el pasaje citado.
El epitafio en la tumba de Jacotot es provocativo: «Creo que Dios creó el alma humana capaz de instruirse sola y sin maestro». El mundo es de los autodidactas. Y hoy en día, con todos los recursos tecnológicos al alcance, la posibilidad de instruirse sin necesidad de bastón, la posibilidad de no ser imbéciles —recordemos la etimología de «imbécil», «im-baculum», el que necesita bastón— se acrecienta. El maestro deviene facilitador. Parece un tanto hiperbólico, pero es preciso explorar la posibilidad.
En nuestras latitudes ha sido el brasileño Freire quien más se ha acercado al espíritu pedagógico de Jacotot. En su libro La educación como práctica de la libertad invita a la horizontalidad en el acto de alfabetizar: «Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción». Es la crítica mordaz a la llamada por él mismo «educación bancaria». Y pone de relieve la relativización de la ignorancia: «Ninguna persona ignora todo. Nadie lo sabe todo. Todos sabemos algo. Todos ignoramos algo. Por eso aprendemos siempre».
Samuel Ramos censura la pedantería, esa actitud propia del profesor que hace gala de su erudición de manera francamente inoportuna. El pedante afirma su superioridad ante los demás con un aire de desprecio. Y en vez de lograr la admiración del alumno, desencadena su antipatía y la consiguiente insolencia. El pedante oculta su inferioridad intelectual tras un disfraz.
Invito al lector, docente o no, a leer la obra de Ranciére. Nos hará creer de nuevo en la educación. Y esta fe, este optimismo, nos llevará a descubrir el tan ansiado know how pedagógico. Cada quien tiene su modo de matar pulgas. Jacotot lo hizo con esa originalidad sin par. Agotó el campo de lo posible, y por ello es un inmortal.
Referencia:
Ranciére, Jacques, El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Trad. de Claudia E. Fagaburu, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007.
Muchas gracias por esta buena lectura en lo personal siempre preferí al maestro que inspira al que con Su carisma, con su empatía incita a la aventura del conocimiento producido por nosotros mismos pero inspirados en la guía viviente que es el profesor quién con su cátedra motiva a la búsqueda del conocimiento y al ejercicio de la sabiduría. Siempre pensé que el buen profesor era no solo aquel que decía cosas sabias importantes interesantes novedosas sino que también tenía un modo de decirlo que despertaba la admiración de todos y que representaba una especie de estrella a alcanzar. A todos mis grandes profesores yo les decía tatas. Ellos eran el conocimiento viviente no la fría docta de la cátedra que impartían y en eso estribaba su verdadero valor de ahí proviene según yo cuando deseando imitar a tu a tus profesores favoritos piensas que tienes vocación que en su sentido original significa voz que llama. Gracias tata Javier por inspirar la lectura de ese libro.