La tecnología en medicina y en los medios de comunicación ha rebasado a médicos y pacientes, con alto riesgo de convertirnos en autómatas (zombis), al médico solicitando múltiples estudios y prescribir de cinco a 10 medicamentos, y el enfermo decidido a invertir la pensión jubilatoria o la del módulo del Bienestar para cumplir con las proposiciones de su médico de confianza.
Comento lo anterior, porque con mucha frecuencia llegan pacientes con un buen «bonche» de estudios y antes de decir su nombre o mencionar sus dolencias espetan: «Aquí tengo mis estudios doctor, aquí ya sale lo que tengo, quiero que me recete de acuerdo con lo que digan los estudios».
¡Trágame tierra!, me digo a mí mismo. Así no se ejerce la medicina, lo primario es la comunicación humana médico enfermo, que este comente sus dolencias y que el médico module la narrativa del enfermo, para en consecuencia explorar al paciente y confirmar o descartar lo que el paciente dice y, en seguida, cotejar los resultados de los estudios con los datos recolectados en el interrogatorio y la exploración clínica. En otras palabras, independientemente del orden en que se realicen estas tres maniobras: interrogatorio, exploración clínica, revisión de estudios, para fundamentar un diagnóstico y prescribir medicamentos se debe cumplir con estos tres parámetros, incluso con dos de ellos: el interrogatorio y la exploración, con los cuales un buen médico clínico puede garantizar un 80% de confiabilidad en el diagnóstico y en la prescripción. Más claro, los estudios de laboratorio son secundarios, deben coincidir con los datos clínicos y si no hay coincidencia uno de los dos está equivocado, el médico clínico o el laboratorio.
Si tomamos en cuenta solo los estudios de laboratorio y no hacemos un interrogatorio y exploración clínica razonable, tenemos un alto riesgo, un 80% de posibilidades de ca…usar serios daños a los pacientes al prescribir sin sólidos fundamentos. Y aún, cumpliendo con estos tres requisitos, la exactitud diagnóstica no es de cien por cien, porque en medicina trabajamos siempre con incertidumbres humanas, siempre estamos expuestos a equivocarnos.
Síntomas y Signos Cardinales de las Enfermedades es el título de un libro de medicina interna escrito por varios galenos, entre ellos el Dr. Horacio Jinich, reconocido médico internista, además el Dr. Alberto Lifshitz uno de mis maestros durante mi residencia de Medicina Interna (1973-75) en el CMN del IMSS (hoy, siglo XXI). Comparto algunos textos del citado libro, textos que trato de llevar a la práctica durante mi todavía activa vida clínica.
«El buen clínico, como todo buen médico, no es un médico erudito, sino un médico sabio. No es la enciclopedia ambulante capaz de repetir de memoria los capítulos de los textos y conocedor del artículo más reciente sobre cualquier tema. Ese hombre deslumbra a los demás y a sí mismo. Brilla en las sesiones académicas, pero a menudo fracasa a la cabecera del enfermo.
»El buen clínico posee, por supuesto, un rico y sólido acervo de conocimientos sobre la estructura y funciones del ser humano. Ese conocimiento abarca todos los niveles de organización, desde el molecular hasta el psicosocial, pasando por el anatómico, fisiológico y psicológico. Conoce y entiende los mecanismos de la enfermedad y los procesos patológicos de que puede ser víctima el ser humano. Asaltado por la superabundancia de literatura médica, que amenaza sepultarlo, sabe distinguir entre el oro y la paja, entre el concepto sólido y las ideas pasajeras, entre lo que es clásico e invariable y lo que está de moda y es efímero.
»Sonríe escéptico ante lo que con ligereza inmadura, se aclama como lo más nuevo y, por consiguiente, lo mejor y no olvida lo que siendo viejo, sigue siendo veraz e importante. Evita al mismo tiempo, la rigidez que estorba a la asimilación de nuevos descubrimientos y tiene la capacidad de inscribir en sus neuronas tanto datos nuevos como lo más difícil: borrar de ellas datos equivocados y caducos. Intenta comprender al hombre como unidad biopsicosocial y por ende, es capaz de apreciar los elementos biológicos, emocionales y sociales que en intrincado juego, interactúan incesantemente entre sí, amenazando romper el delicado equilibrio que se llama salud y vida. Por encima de su erudición, es poseedor de dos tesoros indispensables para llegar a ser un buen clínico: normas correctas de acción médica y una rica experiencia.
»Normas de acción correcta: el buen clínico se hace atendiendo a los enfermos y sus problemas. El buen clínico adquiere, desarrolla y afina hábitos adecuados para lograr dicha meta; observa con cuidado; domina a través de un largo entrenamiento que no termina nunca las técnicas del interrogatorio y de la exploración física; sabe preguntar, escuchar y, al hacerlo, utiliza simultáneamente eso que alguien llamó “el tercer oído o el ojo clínico” que permite captar los mensajes no verbales, los que a través del gesto, del cuerpo y sus partes, incluyendo las vísceras mismas, sirven como medio de expresión de los sentimientos y las emociones. También sabe callar, recordando el viejo proverbio talmúdico que dice: “la vida y la muerte se encuentran en la punta de la lengua”».
Todos tenemos principios morales, el dilema es poner esos principios al principio de nuestras acciones, el buen médico clínico debe ser congruente con este principio y enviar al drenaje los ¿valores? materiales.
Lea Yatrogenia