En un mundo virtual y visual, el PAN ha preferido apostar por la imagen antes que por las ideas para relanzarse. Lo primero que perdió el partido de más larga data —por sus siglas invariables desde su fundación en 1939—, después de ocupar la presidencia por 12 años y de la derrota estrepitosa de 2024, causada en parte por su alianza con su enemigo histórico, el PRI, fueron los reflejos. Tras la victoria clamorosa de Vicente Fox, que interrumpió 70 años consecutivos de Gobiernos priistas, no supo qué hacer ni cómo reaccionar. El dinosaurio, en cambio, logró sobrevivir. La respuesta del PAN a la elección de Felipe Calderón —para la mayoría fraudulenta— fue el silencio. Y frente a la espiral de violencia provocada por la guerra contra el narcotráfico, adoptó la táctica de avestruz.
La sentencia a 38 años de prisión dictada en Estados Unidos contra Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública en el sexenio calderonista, por brindar protección y recibir sobornos del Cartel de Sinaloa, tampoco la borrará un nuevo logotipo ni videos de superhéroes a los cuales el hombre de los montajes era tan afecto. El declive del PAN no empezó con Fox ni con la guerra perdida de Calderón, sino cuando legitimó a Carlos Salinas de Gortari pese a las evidencias de una elección de Estado. La alianza con el PRI y la postulación de Xóchitl Gálvez, cuya mayor genialidad consistió en haber tocado las puertas de Palacio Nacional que los electores le cerraron, le sirvieron a Claudia Sheinbaum la presidencia en bandeja de plata.
La recuperación del PAN, si se consigue, tardará más de los siete años que perdió a partir del fracaso de Ricardo Anaya en las elecciones de 2018. El partido derechista necesitará tiempo para recuperarse y ser de nuevo una opción política. Entre 2000, cuando logró su votación más alta, y 2024 perdió 6.3 millones de sufragios, equivalentes al 40% de su base electoral. Mas no solo es cosa de tiempo. El panismo deberá trabajar horas extras si desea volver a ser, como lo fue por más de medio siglo, la oposición por antonomasia. Acción Nacional perdió presencia cuando la izquierda, unificada en torno al PRD, empezó a ganar gubernaturas e influencia en el Congreso y se convirtió en alternativa real de Gobierno.
El PAN deberá entrar en un proceso de «purificación» y reconciliación. Juzgarse a sí mismo y reconocer errores; admitir que se corrompió, que hizo negocios al amparo del poder y que sus líderes se enriquecieron. Aceptar que, cuando detentó la presidencia con Calderón, adoptó prácticas que antes lo avergonzaron: el dedazo, la compra de votos, el uso de padrones sociales para inflar su membresía. También evitar maniobras como la de Ricardo Anaya —émulo de Roberto Madrazo—, quien aprovechó su posición de líder para imponer su candidatura presidencial, lo cual dividió al PAN en un momento decisivo y fue su tumba política.
La reconciliación tendrá que ser, primero, de puertas adentro. Y abiertamente con quienes, tras décadas de cruzar sus siglas, dieron su voto al partido más odiado por la derecha y los poderes fácticos. Desamor con desamor se paga. La abulia del PAN y de sus líderes, después de Carlos Castillo Peraza, le abrió a Morena las puertas de Palacio Nacional. Tras la derrota —y la humillación, en algunos casos— la desmoralización cundió en sus filas. En vez de afrontar a la 4T con ideas, optaron por el victimismo, la revancha y la rendición. Ellos potenciaron a Andrés Manuel López Obrador y a Claudia Sheinbaum. Revertir la situación es tarea de titanes. El PAN, en este momento, solo tiene pigmeos. Por esa razón el relanzamiento genera más dudas que certezas y más escepticismo que esperanza.
El rey desnudo
Estados Unidos ha tenido presidentes impopulares y nefastos como John Tyler, James Buchanan y Andrew Johnson en el siglo XIX; y en tiempos menos remotos, Richard Nixon y George W. Bush. Pero quien sin duda se llevará la palma es el inquilino actual de la Casa Blanca, Donald Trump. Las manifestaciones acompañan al vociferante y atrabiliario líder republicano desde el inicio de su segundo mandato.. Cada vez son más concurridas y su tono más subido. La mayoría de los estadounidenses desea que se marche antes de causar males mayores. Nixon entendió el mensaje y renunció por motivos que, vistos los desmanes y arbitrariedades de Trump, parecen cosa de novatos: espionaje y encubrimiento.
Un creciente número de votantes, que ayer cerraron los ojos para no ver al tirano oculto, hoy le vuelven la espalda despavoridos. Son los pobres, las minorías raciales y los emigrantes castigados por la cancelación de programas de salud y educación, redadas y deportaciones; clases medias estrujadas por las alzas arbitrarias de aranceles; estudiantes, activistas, académicos y empresarios a quienes criminaliza y trata con la punta del pie. Las protestas del 18 de octubre en Nueva York, Chicago, Houston, Seattle, Los Ángeles y Filadelfia rebasaron toda expectativa. Las más copiosas y premonitorias tocaron el corazón político del país: Washington. Nixon cedió ante la presión, pues ya no tenía ni la fuerza ni la autoridad para seguir en el cargo.
El antitrumpismo insufla nuevos bríos al hasta hace poco desfalleciente Partido Demócrata. El expresidente Barack Obama y la excandidata Kamala Harris, objeto de la inquina trumpiana, han vuelto a la escena para desafiar al megalómano. Gavin Newton, gobernador de California, es visto desde ahora como uno de los favoritos para ocupar la Oficina Oval. Trump tiene en contra a los 37 gobernadores demócratas y el bloque republicano en el Congreso, el cual es mayoría, ya presenta fisuras. Trump empieza a recoger en su país las tempestades que su iracundia y retórica, insolente e incendiaria, siembran cada día dentro y fuera del imperio.
El escenario se complicará más para Trump conforme se aproximen las elecciones intermedias del año próximo, en las cuales se renovará la Cámara de Representantes y 39 gubernaturas. La consigna de «No reyes», convertida ya en coalición política, se corea en las calles de Estados Unidos. Un pueblo que en otro tiempo tomó partido por los derechos de las minorías, ahora se une en defensa de la democracia y las libertades consagradas en la Constitución más longeva del mundo, amenazada hoy como nunca en su historia.
La protesta frente al Capitolio tiene una alta carga simbólica. El recinto asaltado hace más de cuatro años por hordas enfebrecidas, azuzadas por Trump para impedir la certificación del triunfo de Joe Biden y el traspaso pacífico del poder, esta vez fue ocupado pacíficamente por una legión de ciudadanos. Celebración anticipada de la derrota republicana y del autócrata.
Entre la marea de pancartas frente a la sede del Congreso, la de Brian Lee llama la atención: «Mi padre no luchó en un B-52 sobre Europa para esto». El clima, con Trump, al militar de alto rango en retiro le recuerdan los años previos a la Segunda Guerra Mundial. «Está presente en todos sus discursos y refleja lo que ocurrió en la década de 1930, no solo en Alemania, sino también en España. Es aterrador y tenemos que detenerlo, porque ni siquiera ha pasado un año, y me aterra pensar dónde estaremos dentro de otros tres» (Jesús Sérvulo González, El País, 18.09.25). Trump se ha convertido en enemigo de su pueblo.
