Sean felices ante todo, como dice el sabio, porque la felicidad no es fruto de la paz; la felicidad es la paz.
Alain, Propos sur le bonheur
Me inspiro en el título y en el contenido de la novela Los perros negros de Ian McEwan para hablar de la depresión, ese mal de nuestro tiempo que nos ha asediado a casi todos y nos ha sumido en la desazón y en la más profunda tristeza, y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. La historia se centra en June, la suegra de Jeremy, que llega «a Dios en 1946 a través de un encuentro con el mal en la forma de dos perros» (p. 23). A partir de ese día, su vida se evaporará: «…no espero ser feliz. La felicidad es algo ocasional, un relámpago de verano» (p. 61). Los perros negros de June simbolizan la depresión. El poeta latino Horacio pensaba que la visión de esos animales era de mal augurio. Churchill motejaba a la depresión que sufría de cuando en cuando como el maldito perro negro.
La depresión es un dolor moral atroz. Deprimirse es hundirse. Freud describió el duelo y la consiguiente depresión que lo acompaña, en 1915, en Duelo y melancolía, como «la pérdida del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de escoger algún nuevo objeto de amor, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo…». Recuerdo que un compañero, un buen amigo, cuando tuvo problemas en su trabajo, se pasaba los días acostado mirando en blanco el techo albo de su habitación. Algunas veces confundimos la depresión ordinaria con la psicosis maníaco-depresiva. Es verdad que esta última es una forma de depresión más que indeseable, pero, por fortuna, sólo afecta a un porcentaje mínimo de la población.
«La depresión es, fundamentalmente, una enfermedad del humor», señala con acierto Marc Schwob (p. 38). Ese dolor moral va acompañado de tristeza, de aburrimiento, de dolor, de cansancio, de insomnio e, incluso, de trastornos digestivos. Schwob destaca el «no soy capaz de nada» como una de las frases que repiten a menudo los que sufren depresión (p. 41).
Se suele ligar el problema de la depresión al suicidio. Algo hay de eso. Un buen porcentaje de las personas que intentan suicidarse están deprimidas. Ya lo dijo Camus, «no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio». Para el existencialismo, la filosofía empieza por detenerse en la reflexión en torno a estos estados de ánimo desmoralizantes.
Pero es preciso abandonar la depresión. En la novela de McEwan, June enfrenta valientemente, con una navaja, a los perros negros. De inmediato pensé en aquella de Kalimán: «la mejor defensa es el ataque». Lo cierto es que los perros huyeron despavoridos. June no lo podía creer. Solía pontificar mi maestro Jorge Alonso en sus clases: «las crisis se quitan trabajando». Y nosotros no le hacíamos caso. Parece haber una relación estrecha entre la desolación espiritual y la depresión. Hemos de seguir el consejo de San Ignacio de Loyola para entrar francamente en consolación y aumentar de ese modo la fe, la esperanza y la caridad. El vasco suscribe en sus Ejercicios Espirituales lo siguiente: «dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación…». Siempre he creído en la magia de la «huida hacia adelante» de la que hablaba el psicoanalista Igor Caruso. Suena a voluntarismo barato, pero a veces no hay de otra.
La cinta El escocés volador (2006) nos cuenta la vida del incansable Graeme Obree, que superó la bipolaridad depresiva y logró ser campeón del mundo en ciclismo. Hay muchos ejemplos como el que cito. Estas personas nos contagian con su tenacidad. Como solía repetir un tío mío: «el mundo es de los audaces, y también de los tenaces». Audentes Fortuna iuvat.
Hoy en día, la «bilis negra» puede ser combatida con muchos recursos. La palabra «bilis negra» proviene del griego «mélas», que significa «negro», y «cholé», que quiere decir «bilis». Habrá que agradecer a nuestros antepasados. Los remedios van desde los antidepresivos tricíclicos hasta la homeopatía y la acupuntura, pasando por la psicoterapia. La homeopatía aporta un óbolo complementario y valioso. No hay como la Ignatia amara o el Natrum muriaticum para paliar el dolor de la depresión. Los pertrechos sobran, pero debe haber un sujeto decidido y determinado a continuar y conquistar de ese modo la felicidad, que no es otra cosa que la paz. A fin de cuentas, lleva razón Benjamín: «ser feliz es percibirse a uno mismo sin temor».
Referencias:
McEwan, Ian, Los perros negros, Trad. de Maribel De Juan, Anagrama, Colección Compactos, No. 630, 2ª. edición, Barcelona, 2018.
Schwob, Marc, Cómo vencer la depresión, Trad. de Isabel Corpas de Posada, San Pablo, 3ª. edición, Bogotá, 1995.