Entre calles angostas y privadas ocultas, la antigua capital sobrevive a la modernidad. Aún resguardada en fachadas coloridas y casonas centenarias, observa desde su sosiego el vertiginoso presente
Una noche caminaba por calles angostas al sur del Centro Histórico de Saltillo y, con sorpresa descubrí privadas antiguas e incluso un conjunto habitacional, casi inadvertido. A simple vista no se observan, menos cuando se transita en coche. Días después repetí el recorrido bajo la luz del sol y con la emoción por descubrir callejuelas tan ancestrales como la ciudad misma.
Saltillo cumplirá 448 años este 2025, la ciudad es netamente industrial con más de un millón de habitantes y viviendo crecimientos vertiginosos en población, en número de automóviles circulando, en nuevas empresas y en nuevos residentes que proceden del interior de Coahuila o de entidades como Veracruz, San Luis Potosí, Zacatecas y la propia capital del país, por citar algunos lugares. Otrora una comunidad llena de huertas y un clima ideal, hoy Saltillo tiene amplios y modernos centros comerciales, condominios de lujo, puentes vehiculares a lo largo y ancho, y desde luego padece los problemas de las grandes ciudades: explosión demográfica, contaminación, saturación de unidades motrices en el primer cuadro, tráfico, etcétera.
Predomina una vida acelerada y las costumbres de antaño parecen haberse diluido en el mundo asfixiante de la tecnología, las adictivas redes sociales y la rutina de moverse en auto a todos lados. Me incluyo haberme extraviado en esa vorágine urbana e individualista, de ahí que me haya sorprendido ver esas calles estrechas y antiquísimas; te transportan a otra dimensión.
Así, encontré la Privada Escobedo cuya entrada está descuidada y sucia, mas no la serie de viviendas que forman parte de un conglomerado definido y ordenado a su manera, pero lo que llama la atención son los colores vivos de las fachadas y las plantas decorando las puertas y ventanas; los autos de los inquilinos debidamente estacionados. Tienen una vista parcial pero fabulosa de la Iglesia de San Juan Nepomuceno, de la calle Hidalgo. Lo que desentona de esa privada son unas habitaciones que se encuentran en la parte superior de la fachada del complejo; se ven sucias y desgastadas. No obstante, hay un ambiente apacible y silencioso, se respira tranquilidad.
Caminar por la calle Pípila es como abrir un cofre de joyas del Saltillo viejo. Hay una discreta privada llamada como la arteria, donde hay unas siete casas; la del fondo es la que habita desde hace medio siglo doña Antonia Ortiz. Se hizo del inmueble a través de una sobrina suya que le llevaba la contabilidad a un abogado, dueño de todas las viviendas de la privada y que tenía en arrendamiento.
Primero la rentaron, al cabo de un tiempo el abogado se las ofreció en venta; la adquirieron mediante un crédito en el banco al que le pagaban 500 pesos mensuales, recuerda la vecina, quien cuenta que ya le hicieron algunas adecuaciones a la propiedad, la cual sigue conservando los enormes adobes. La callecita es angosta y limpia; las fachadas de las casas bien pintadas y algunos arbolitos dan colorido a la privada. Para corroborar, le pregunté el nombre de la privada; con desconfianza, rasgo típico del saltillense de antes, doña Antonia no quiso decirlo. «En el letrero de la entrada ahí dice».
Más adelante, en la misma acera de la privada, se encuentra una vetusta residencia. En el remate superior está inscrito el año: 1905. Es color verde con evidente deterioro en el color y en la construcción hecha de ladrillos en tonos amarillos y adobe. Una señora de edad avanzada descansa en una mecedora en el porche. Se llama Ernestina Aguilar y al igual que doña Antonia, tiene 50 años habitando el lugar.
Las propietarias originales eran las primas del poeta saltillense Manuel Acuña. Cuenta que su madre María del Refugio Valdés cuidaba a la señorita Josefina Acuña Rodríguez, quien, en agradecimiento, le donó la casona, la cual tenía cinco recámaras; el tiempo la ha desgastado, gotea durante las lluvias y uno de los arcos se derrumbó, sin embargo, las autoridades del Centro Histórico condicionaron su arreglo a que fuera con el mismo material de origen. ¿Cómo ve el Saltillo actual?, inquiero. Responde que no ha salido de estos barrios.
Va cayendo la tarde y la noche comienza a ocultar esas callejuelas y casonas del antiguo Saltillo, un Saltillo esplendoroso, con inmuebles grandes y elegantes que guardan historias de sus dueños primeros y de una ciudad que en su tiempo fue conservadora y reservada. Lo que recorrí es un pedazo de nuestra capital, existen otras vías añejas, igualmente poco conocidas para muchos; privadas y callejones que aún conservan vestigios del encanto de antaño, de épocas idas.
El día muere, pero no el Saltillo anticuado; su presencia parece discreta y hasta disminuida ante la industrialización voraz, el crecimiento galopante de su población y de los miles de viviendas de interés social, las nuevas costumbres y los nuevos y generalizados diseños de los inmuebles. Ese Saltillo viejo está sentado en una mecedora como la de doña Ernestina y observa cómo pasa corriendo el Saltillo de hoy. E4