José Ignacio González Faus deja un legado centrado en la comunión, la gracia compartida y la humanidad de Jesús. Su obra sigue interpelando con profundidad, esperanza y lucidez
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Tuve la suerte de conocer al teólogo José Ignacio González Faus (1933-2025) en Lomas de Polanco, Guadalajara, allá por los ochenta del siglo pasado. Ahora ha emprendido el viaje a la casa del Padre. También he tenido contacto con su ingente obra. De hecho, creo que mi rudimentaria teología se basa en buena medida en las intuiciones del jesuita. En esta ocasión me dispongo a compartir con el lector algunos insights del pensador español que me vienen a la mente y que me parecen provocaciones lúcidas, pertinentes y relevantes. Es decir, no pretendo comentar sistemáticamente su obra. Sólo consigno aquí lo que quedó grabado en mi memoria y que forma parte de mi bagaje teológico.
La primera intuición que destacó proviene de su obra magna La humanidad nueva, y concierne a nuestra fe en la resurrección. ¿Cómo concibe Chalo, como cariñosamente le decían, la resurrección? Una respuesta la encontramos en el primer volumen de La humanidad nueva. San Pablo asegura: «lo que se entierra es un cuerpo animal, lo que resucita es un cuerpo espiritual» (I Cor 15,44). Faus observa que «una buena traducción de ese cuerpo espiritual sería la afirmación de que “el Resucitado posee una individualidad tal que no es individualidad limitante, sino individualidad comunitaria”» (p. 170). Esto quiere decir, simple y llanamente, que por la resurrección nos convertimos en comunión, apertura y comunicación con Dios, con los demás y con el mundo. El «cuerpo espiritual» equivale a la «personalidad comunitaria». Así lo resalta y subraya de nueva cuenta en Acceso a Jesús.
En esta obra, Acceso a Jesús, libro de 1978, cuatro años después de la publicación de su La humanidad nueva, Faus cita al teólogo alemán, también jesuita, Karl Rahner. Nos dice que casi todos los cristianos cargamos con una mentalidad «monofisita latente». Esto significa que la mayoría de nosotros los cristianos, muy en el fondo de nuestro corazón, no concebimos a Jesús como un hombre auténtico, como alguien que se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesús es Dios, una sola naturaleza, y nada más. Recuerdo ahora que el obispo brasileño Pedro Casaldáliga, poeta, llevó al extremo esta crítica cuando compuso estos lacónicos versos: «En el vientre de María, el Verbo se hizo hombre, y en el taller de José, el Verbo se hizo clase». También evoco la intervención del bibliotecario Jorge de Burgos en El nombre de la rosa de Umberto Eco cuando subraya que Juan Crisóstomo sostuvo que Jesús nunca rio. En fin, mientras el obispo insiste en el aspecto humano, demasiado humano, de Jesús; el bibliotecario parece abrazar el monofisismo que censuró el teólogo alemán. Faus, con esta crítica, nos hace una invitación a recuperar al Jesús histórico para enriquecer de ese modo el Cristo de la fe.
Aunque muchos pensamos que La humanidad nueva es la clave de bóveda de la obra de José Ignacio, este nos desmiente y considera que Proyecto de hermano lleva mano. La antropología teológica tiene prioridad sobre la cristología.
Nuestro autor estaba sanamente obsesionado con la dimensión comunitaria del ser humano. El penúltimo capítulo de su Proyecto de hermano. Visión creyente del hombre (Sal Terrae, Colección «Presencia Teológica», No. 40, Santander, 1987) se intitula «El comunismo de la gracia». En él insiste en el aspecto comunitario de la gracia divina. Nos aclara que quizá, en lugar de «comunismo» de la gracia, deberíamos hablar más bien de «comunionismo» de la gracia. De ese modo le quitamos el tufillo político y «colectivista» a la expresión. Lo cierto es que la gracia posee un carácter intrínsecamente comunitario. Y por ser divina, es impertinente hablar de «gracia estructural». Sólo el pecado social tiende a esclerotizarse en estructuras opresoras. En lugar de «gracia estructural», hemos de hablar de «gracia comunitaria», la gracia que se contagia.
En los últimos tiempos, el teólogo de Valencia estuvo dando a conocer su pensamiento en la página web «Miradas cristianas» (https://www.religiondigital.org/miradas_cristianas). El lector puede visitar fácilmente el sitio. Redundará en un rico aprendizaje. Allí encontrará un artículo de septiembre del año pasado que Faus no quiso reconocer como su testamento, pero que en realidad sí lo es. En esos párrafos, con pesimismo esperanzador, como él mismo apunta, alude a la conocida frase de Ireneo de Lyon: «La gloria de Dios es que el hombre viva; y la plenitud de la vida humana es Dios». Faus escribió su tesis doctoral sobre San Ireneo. Hasta el final de su camino fue marcado por él. Y el sentido que le dio a dicha frase coincide con el que sugirió San Romero de América: «La gloria de Dios es que el pobre viva». En el artículo de marras sostiene que esa vida del hombre tiene que ver también con la vida del planeta, en alusión directa a la crisis ecológica que estamos sufriendo. No extrañaremos al teólogo de la comunión, pues su palabra seguirá iluminando cual faro nuestros pasos en la llamada perenne a realizar nuestro proyecto de ser hermanos.
Referencias:
González Faus, José Ignacio, La humanidad nueva. Ensayo de cristología, Volumen I, EAPSA/Hechos y Dichos/Mensajero/Razón y Fe/Sal Terrae, 5a. edición, Madrid, 1974.