En efecto, el viaje al norte del Perú me ha servido mucho de ayuda. Creo que he finalizado ya esta novela. Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré.
Mario Vargas Llosa
Ha muerto Mario Vargas Llosa. Ha muerto el sexto de nuestros nobeles de literatura. Mucho se ha escrito en estas semanas en relación con su postura política. Me sumo a todos los que han hablado con cierto repelús hacia sus posiciones furibundas en contra de los planteamientos progres. Ellas han sido un obstáculo para que algunos se sumen a su legión de lectores. Es difícil separar al hombre político del escritor, y más si la mayoría de sus novelas expresan una velada o abierta crítica a la izquierda.
Por ejemplo, aunque muchos consideran que La ciudad y los perros o Conversación en la catedral son sus obras mayores, yo sigo releyendo con sentimientos encontrados La guerra del fin del mundo. Esta espectacular novela ridiculiza un tanto la figura de Antonio Conselheiro, quien intentó a finales del siglo XIX instalar una comunidad igualitaria bajo los auspicios de Dios en el nordeste brasileño. Yo prefiero ver en la figura de Conselheiro a alguien que cultivó ideales revolucionarios, y que, aunque su sueño se vio frustrado a resultas del odio y la calumnia de los republicanos del momento, no deja de ser un referente por aquellas latitudes.
Sin embargo, no puedo dedicarle mi silencio a un maestro de la palabra, al autor de Historia de Mayta. Su pluma portentosa y amena exige nuestro reconocimiento. Quiero concentrar mi mayor atención, en esta ocasión, a manera de tributo, en su última novela: Le dedico mi silencio. Además de la lectura de la misma, tuve la fortuna de ver el documental que los hijos del escritor realizaron en torno a la génesis de dicha obra. En él admiraremos la seriedad del escritor al viajar a los lugares que inspiraron su creación y al tomar nota de una realidad que se transformará en ficción. A los narradores noveles les vendrá bien echarle un ojo.
La novela mezcla magistralmente ficción y ensayo. Y busca invitar al lector peruano a creer en la música criolla como condición para unir a un país tan dividido como el inca. La novela explora esta posibilidad. De hecho, el libro pudo tener como subtítulo la siguiente frase: «La música criolla como factor de integración social». La novela alude como contexto a la violencia senderista que asoló al país andino en los años 80. En un par de ocasiones menciona a María Elena Moyano como una opositora al senderismo que fue sacrificada a la postre por los llamados despectivamente «terrucos».
¿Y de qué va la novela? Pues resulta que Toño Azpilcueta, un erudito en música criolla, decide escribir no sólo sobre dicha música, sino sobre un virtuoso de la guitarra llamado Lalo Molfino. Este Lalo se despide de la voz de la canción criolla, Cecilia Barraza, personaje real, con un lacónico y enigmático «Le dedico mi silencio» (p. 50). Molfino fue abandonado cuando bebé en uno de los basurales de Puerto Eten. Este trauma, esta herida, lo volvió un tipo arisco y arrogante.
El prodigioso vals peruano es la «cumbre de nuestra música criolla que ahora se toca y baila en todo el país» (p. 41), pontifica Vargas Llosa. No olvidemos que el libro intercala el ensayo con la trama novelesca y el nobel va describiendo las virtudes de la cultura peruana en el afán de motivar el lector a recurrir a ella no sólo como esparcimiento, sino, sobre todo, como motivación para reconciliar un país atravesado por la artera violencia. «El vals peruano es una institución social: no se ha creado para ser interpretado o escuchado en soledad, como otras músicas» (p. 99). Nuestro autor lo justiprecia como un remedio a todo individualismo.
Aparece por fin el libro Lalo Molfino y la revolución silenciosa de Toño Azpilcueta, y con gran éxito. Sin embargo, el final es nebuloso. Toño pierde su cátedra «Quehaceres peruanos» en la universidad, pues la matrícula se deprime. Toño queda desecho, desencantado y, además, sin chamba. En el diálogo final con la cantante Cecilia Barraza responde a una pregunta de ella en torno a si los problemas del país se arreglarán algún día: «Algún día, tal vez. Pero tú y yo no lo veremos Cecilia. Los problemas son muy gordos y no encontrarán una solución tan fácil» (p. 299). Aquí parece metamorfosearse Mario en Toño.
La utopía que revisa Vargas Llosa en su novela más reciente —unir al Perú con el recurso de la música criolla— se percibe a todas luces inalcanzable. Es un sueño guajiro. Coincide con aquello que postulaba el sociólogo Baudrillard en relación con el fin de la historia marcado por el simulacro. Este pensador aseguraba que la solución al caos imperante quizá pueda encontrarse en «la irreversibilidad poética de los acontecimientos». Dado que ya no es el acontecimiento el que genera la noticia sino al revés, toda esa basura noticiosa puede ser combatida desde el arte y sólo desde ahí. Un sueño un tanto delirante, pero no puedo negar que sugerente.
Referencia:
Vargas Llosa, Mario, Le dedico mi silencio, Alfaguara, México, 2023.