Los países, como los estados y los municipios han perdido la oportunidad de ser gobernados por mejores personas. Lo mismo sucede en las instituciones e incluso en las empresas. Pasa cuando los partidos eligen mal y los ciudadanos se equivocan también a la hora de votar. La Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) pudo haber tenido con Armando Fuentes Aguirre, Catón, a uno de sus mejores rectores. Las autoridades políticas, sin embargo, apostaron por el caos. El periodo de inestabilidad y violencia en la UAdeC terminó cuando el tándem del gobernador Eliseo Mendoza Berrueto (EMB) y Remigio Valdés Gámez asumieron sus respectivas responsabilidades.
Mi primer contacto con Armando fue en 1985, justamente, en el contexto del proceso para la elección de rector, durante su visita a Noticias de El Sol de La Laguna, entonces a mi cargo. Días antes, una turba que apoyaba a otro de los aspirantes había cerrado las calles adyacentes al periódico y pintado consignas en la fachada para pedir «diálogo». Tres años después nos reencontramos en Saltillo, donde radico con mi familia desde entones, e iniciamos una amistad que valoro en lo más hondo. Periodista pulcro y escritor prolífico, eventualmente coincidíamos en casa del exgobernador Óscar Flores Tapia, donde tenía yo un asiento permanente en los desayunos de los miércoles. El tiempo lo consumían las risas y las anécdotas. La charla continuaba en la biblioteca, presidida por bronces y pinturas de Juárez, Carranza, Madero, Dante y León Felipe. El cuadro más grande correspondía al anfitrión.
Armando ha sido orador frecuente en los desayunos de aniversario del bisemanario Espacio 4 —donde trabajo—, suspendidos a causa de la pandemia. Concluido el sexenio de Mendoza Berrueto, nos empezamos a reunir una vez por semana para desayunar. El grupo creció con los años hasta llegar a ocho: Antonio Harb Karam, José Fuentes García, EMB, Enrique Salinas Aguilera, Ramiro Flores Arizpe y Gabriel Pereyra de la Lanza. Varias veces almorzamos en mi casa con el obispo Raúl Vera López. La muerte de tres de ellos dejó en el resto un vacío enorme, pero las charlas, las polémicas, las discrepancias y la alegría siguen vivas. Los encuentros de los miércoles en el Tok’s atraviesan por un largo receso.
Armando cumple por estos días 86 años y lo celebro por lo quien es y por lo que representa. Los textos publicados diariamente en decenas de periódicos reflejan su compromiso con la democracia, la libertad y la justicia. La insania del «moreirato II» no lo arredró, como tampoco la animadversión de quienes tienen puntos de vista discordantes de los suyos. Verlo en actividad y plena lucidez es una invitación a vivir sin rendirse y a afrontar las penas y las adversidades con fe y entereza.
Termino con una anécdota. En las elecciones presidenciales de 2006, todo el mundo daba por seguro el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Armando estaba preocupado. «No va a ganar», le dije por pura intuición. «¿Tú crees?, replicó ojiplático. «Mira, si es así, yo invito —¡y pago!— dos comidas. Una en Saltillo y otra en Torreón, con quien invites, no importa el número». AMLO perdió, así haya sido con trampas, y Armando cumplió lo prometido. La comida en Saltillo fue en El Tapanco (original, el mejor), con quienes desayunábamos los miércoles. Y la de Torreón, en La Masía con la asistencia del obispo José Guadalupe Galván Galindo, Ramón Iriarte Maisterrena, Jorge Dueñes Zurita, Jesús «el Chamuco» Villarreal, Luis de la Rosa Córdova, Blas Sosa Domínguez y Miguel Ángel Ruelas Talamantes. ¡Abrazos, Armando, y que vengan muchos más!