«Es uno bueno por un solo camino; malo, por mil». Por lo tanto, la virtud es un hábito, una cualidad que depende de nuestra voluntad, consistiendo en ese medio que guarda relación con nosotros y que está regulado por la razón, en la forma en que lo haría el hombre verdaderamente sabio. (Ética a Nicómaco, Libro II, capítulo VI).
Aristóteles, con esas palabras, establece una diferencia fundamental respecto al pensamiento místico de su época, en el que muchos sofistas creían que los dioses tenían el destino de los hombres ya predeterminado, y que unos serían dichosos y virtuosos, y otros, infelices y viciosos. Él sostiene que la virtud es una actividad humana cotidiana: nadie nace predispuesto al bien o al mal, sino que se forma con la práctica de sus sentimientos y que, para mantenerse en ella, debe navegar constantemente entre las corrientes extremas que pueden conducirlo al desastre o a la gloria.
Así pues, el bien se deriva de la razón soberana del ser humano, quien la ejerce, en el ámbito social, en la ciencia más fundamental de todas: la Política. Esta es la que determina qué ciencias son indispensables para la existencia de los estados y cuáles deben aprender los ciudadanos, así como el grado en que deben dominarlas. Además, es preciso observar que las ciencias más estimadas están subordinadas a la política (ibidem, Libro I, capítulo I).
Para los griegos, y para Aristóteles en grado superlativo, ética y política eran dos almas unidas en un solo cuerpo: la polis. Todo lo que a ella se refiere resulta de vital importancia, por lo que ocuparse de los problemas de los ciudadanos era una virtud fundamental. De la política dependían todas las acciones humanas, e incluso las divinas. Heródoto, al escribir la historia de las Guerras Médicas, plantea el dilema de los espartanos para marchar a la guerra en un momento de festividades políticas y místicas que nunca se habían suspendido. En cambio, los atenienses, aun ante el inminente peligro de la destrucción de su ciudad, anteponen sus programas políticos a las acciones militares.
Así pues, los políticos, quienes manejan la ciudad, debían ser ciudadanos responsables y con una ética fuera de toda duda. La mayor pena para quienes incumplían estas premisas era la muerte civil; es decir, el olvido histórico, la prohibición de repetir su nombre so pena de muerte, como sucedió con Eróstrato, el destructor del Templo de Diana.
Tratar de razonar con un mitómano narcisista es imposible en todos los campos de la vida comunitaria, máxime en la política. Creo que la presidenta de México ha equivocado el rumbo de las relaciones con el actual ocupante de la Casa Blanca. Con bajarle todas las rayitas a su visión de dignidad, cayendo al nivel de sus adversarios y salir a decir públicamente que México vería bien la propuesta de postulación al Premio Nobel de la Paz para Trump, se lograría que bajaran los arrestos a mexicanos allá, que las remesas carecieran de impuestos, que los bancos acusados de narcolavado fueran absueltos y que saliera el mentiroso patológico a decir que los mensajes de sus secretarias de seguridad y fiscal no quisieron decir «aquello» contra México, que es —según él— el mejor país del mundo, un gran amigo de EE. UU.
Maestro en cortinas de humo, al descubrirse sus mentiras en la «guerra de los doce días», Trump pide urgentemente «echar a la calle como a un perro» a un periodista de CNN por haber demostrado la farsa en la destrucción de las instalaciones nucleares de Irán. Esa es la ética de un dictador: despreciar, insultar y nulificar la dignidad de los ciudadanos. Ante su habitual mendacidad, necesita urgentemente que su pueblo voltee a otro lado. ¿Y qué mejor que injuriar, denigrar y hasta buscar invadir al vecino sureño? Así salvaría sus fracasos económicos y militares. Toonal tal, cuenta con el absoluto respaldo de los abyectos prianistas y conservadores de esa nación, aplaudidores de brutales acciones que justifican como democráticas. Y aunque en su país solo las usen sus propios senadores, ellos tachan de tiránica cualquier decisión de los otros: la misma ética naranja. Total: es fácil manipular a quien solo se mueve por dinero.