Fábulas de otoño

Albert Einstein (1879-1955) manejó este concepto, que se adhiere a todos: «El mundo que hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento. No se puede modificar sin cambiar nuestra forma de pensar». Dicho esto, porque el fenómeno producido por el beisbol es para meditar. Vemos a la gente torcer cada cual a su sentimiento y eso es legítimo pero el real ganador fue el deporte maravilla por la expectativa y convocatoria provocada, por el formidable éxito de taquilla con altos costos y los millones que vimos la Serie Mundial por la TV.

¿La vimos o la sufrimos? Cada cual sabrá el destino de los latidos de su corazón. Lo cierto es que este tipo de eventos nos llevan a lugares donde ya estuvimos, pero con distintos episodios, que corresponden a los mismos guiones, en una nueva película y con diferentes actores. Como en un mismo teatro, con escenarios cada vez de un mayor modernismo. El estadio de Dodgers y el Yankees del Bronx se cubren de un manto de rito griego, donde reaparecen las almas de los viejos héroes que se fueron y flotan en su ambiente, el aliento de los que viven.

Está al bate Freeman para liquidar con un swing el sueño de muchos y para alegrar corazones en ebullición. Lo mismo que vimos en la Serie Mundial de 1988. Lasorda puso a Kirk Gibson como bateador emergente. Perdían los Dodgers por una. Era la novena entrada con dos outs y cerraba por Oakland su estelar Dennis Eckersley Gibson de tan lesionado de su pierna izquierda, apenas si podía caminar. Hizo un turnazo. Varios fouls y de repente prendió una que se fue volando como ilusión al aire, como voces lejanas, ecos y rumores que atraviesan paredes y, esta vez, corazones.

Los viejos fans fuimos llevados a la guerra por Buck Canel (1906-1980) que hablaba un español tipo caribeño, aunque era de NY y por años fue el cronista de Yankees. Había que estar pendiente de sus relatos, por su acento extraño y porque las trasmisiones en ese tiempo no tenían la fidelidad de hoy. Era un relator de acciones para la imaginación de aquellos jóvenes, que veíamos a Maury Wills (1932-2022) siempre intentando el robo, sentíamos el látigo zurdo de Koufax (88) sobre la mascota de Roseboro (1933-2002) como igual se sentía el respeto que le tenía al control y manejo de Whitey Ford (1928-2020). Era un beisbol con la música de las palabras y el pensamiento.

Aprender a mirar de nuevo aquello que creemos saber cómo es, caminar por la vida con el gusto por la aventura y el riesgo, dirán muchos que es como secreto para no envejecer, pero en realidad es un argumento que encaja dentro de esa nueva consigna, tan propia y tan natural pero no obligatoria y de tomar el otoño y sus recuerdos como una fábula, porque nos da oportunidad de revelar visiones en el cuarto oscuro de los pensamientos ajenos.

Todo va circulando. Los jugadores, incluyendo a los héroes, al igual que nosotros, somos como agua de río que pasa bajo el puente y hasta hemos aprendido a mirar donde aparentemente no pasa nada y los recuerdos son como emociones congeladas, que se visten de duendes y de fantasmas que se emplean para pelear contra nuestras ilusiones, lo que provoca roces. Lo cierto es que la gente interpreta el mundo del modo que lo ve, de la forma como goza o sufre.

Ganan la gente y sus aficiones, como lo ratifica José Saramago (1922-2010) portugués que ganó el Nobel de Literatura en 1998 y es un mensaje ejemplar: «Ni las victorias ni las derrotas son definitivas. Eso les da una esperanza a los derrotados y debería darles una lección de humildad a los victoriosos».

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