Farsantes y mentirosos

La mentira política se instaló en nuestros pueblos constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturalidad…

Octavio Paz

El laberinto de la soledad. Capítulo III

Lo digo con absoluto desprecio, por supuesto. El ejercicio público de los políticos mexicanos ha tenido un sello distintivo: el pillaje, la confiscación, el saqueo, el despojo, el robo descarado y lleno del cinismo más ruin. Viles mentiras disfrazadas del cordero de la verdad.

Díganlo si no, las enormes residencias señoriales, departamentos de lujo, ranchos, cuentas bancarias y el derroche más insultante en los centros comerciales más exclusivos y exóticos del mundo que constituyen el patrimonio del político y que jamás podría explicarse sólo por el salario percibido, aunque éste sea muy alto y desigual, respecto al mínimo ganado con sangre, sudor y lágrimas por un trabajador común en las naves industriales donde es explotado por las empresas trasnacionales, los socavones de las minas en manos extranjeras y los departamentos de los centros comerciales; todos son signos malos de un espejismo llamado progreso y un desarrollo ilusorio.

El verdadero progreso y el auténtico desarrollo han sido siempre una realidad aplazada para la generalidad, aunque permanentemente aparezca en el primer orden de las ideas discursivas de los que gobiernan.

Durante muchos años he leído a Octavio Paz como una obligación profesional y como un ejercicio intelectual, propio de mi quehacer como catedrático de literatura, arte y ciencia en la universidad de mi Estado; debo confesar, sin embargo, que en un primer intento no lo comprendí realmente. Me adentré en su poesía, que me pareció sumamente hermética, aunque siempre reconocí el valor de su estructura, así como la riqueza del lenguaje utilizado para fraguarla, eso sí, con el mayor de los esmeros y el más extraordinario rigor. Lo mismo me ocurrió con sus ensayos: deslumbrantes sí, pero indescifrables en aquel tiempo. Con excepción de su trabajo narrativo, que me cautivó por su vigor, profundidad y exquisitez, lo demás fueron tinieblas.

A pesar de haber leído El laberinto de la soledad en más de una ocasión a lo largo de mis estudios en la escuela de filosofía en la Universidad Autónoma de Coahuila, siempre lo sentí como algo ajeno y desvinculado de la realidad mexicana desde mi circunstancia en una ciudad de la provincia norteña, tan lejos del centro; y, naturalmente, todavía más desvinculado de mi circunstancia personal convertida en memoria. Memoria, sí, la de San Juan del Cohetero, mi pueblo de origen, enclavado en el centro de una llanura inmensa a merced de una naturaleza feraz, siempre olvidado por los gobiernos municipales, estatales o federales, a pesar de su vigoroso discurso lleno de retórica inclusiva, lleno de lirismo, lindo sí, pero tan vacío de contenido y significación que no se correspondía en aquel tiempo —ni en el de ahora— con la realidad construida por la clase política posrevolucionaria, emergente y ganona de ese conflicto en el que no participó, y fortalecida por el otro discurso, el de los intelectuales y académicos de carrera, principalmente historiadores a quienes les tocó desempeñar un lamentable papel ancillar de la gente de poder, los políticos en primer lugar.

Pero una vez concluido el protocolo formal de mi carrera y habiendo integrado una serie de elementos que tenían que ver con la historia, la geografía, la economía, la política y la cultura de mi patria, entendí entonces que mis propias carencias habían impuesto una barrera para la cabal comprensión de esa obra tan vital en el alma mexicana y para este autor que fue, desde siempre, de un saber enciclopédico inagotable y una verdadera aplanadora de pensamiento, sin ningún punto vulnerable en sus estructuras de razón.

A partir de ese momento, una nueva lectura, obligada por un cierto sentimiento de culpa, me resultó absolutamente reveladora. Sus aciertos, su profundidad y su sitio exacto en el pensamiento mexicano, ya han sido discutidas por gente altamente calificada para ello, así que obviaré ese paso, pero me resulta imposible dejar de mencionar que en las páginas de esa obra encontré parte de la justa explicación de algunos rasgos esenciales de la mexicanidad a través de los cuales se puede comprender ese elemento vital que anima el alma de esta nación, desde su diversidad, sus diferencias, sus carencias, su pobreza, su potencialidad para dar el gran salto que lo saque de su marasmo, de su atraso y de su pequeñez intelectual y moral en el que ahora naufraga inevitablemente.

Mi deuda con Paz es invaluable. Su pensamiento me ha permitido atisbar horizontes más amplios y ver, con calidad de certeza, la tragedia por la que atraviesa mi patria: atraso, indisciplina, falta de conciencia ciudadana, pobreza, humillación y mansedumbre, entre otras cosas, le han traído una especie de minusvalía intelectual y moral de la que no puede emerger; todo propiciado y auspiciado, como políticas de Estado, por gobiernos de baja estofa, delincuentes del servicio público arropados por el marco jurídico que ellos mismos han construido para favorecer y facilitar su carrera delincuencial en un escenario de leyes hechas a su medida.

No me acomodo, pero no sé tanto de los vericuetos de la política, o de su cómplice intelectual: la historia, como para decir aquí que he descubierto las entrañas de lo peor de los saberes y de las prácticas aplicadas a depredar a una sociedad entera, pero señales hay suficientes para entender que la cosa va, ciertamente, por ahí.

Cuando en la vida ordinaria, dominada por la tediosa cotidianidad, perdemos a papá, a mamá, a tía, a la pareja, a los amigos (es decir, a todo ese núcleo de personas cercanas que constituyen nuestras redes de apoyo), ordinariamente también tenemos posibilidades de superar la pérdida porque mantenemos la esperanza de que surja algo que nos reconforte y nos alivie.

Hoy, sin embargo (como lo dije en mi colaboración anterior), mi patria es una casa sin esperanza, con un futuro incierto, vacío, con todo lo desolador que significa la nada frente a nosotros o la nada entendida como abismo.

La confirmación de lo anterior lo certifican la petición llorosa hecha a la oposición para cerrar filas contra las amenazas del bravucón norteamericano y su posterior acusación de traidores a la patria cuando aquellos se negaron a ceder a su petición. ¿Con qué cara se atrevieron a hacer semejante petición, además de invocar la unidad nacional, socavaron estas fortalezas de la democracia?

Los desprecio y los conmino a leer a Octavio Paz, si es que su cerebro les da para semejante hazaña.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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