El argentino Jorge Mario Bergoglio deja una herencia imposible de ignorar. Renovador para muchos y ambiguo para otros, rompió moldes sin sacrificar la tradición. Aquí las reacciones internacionales, el impacto en los fieles y las luces y sombras de un pontificado que quiso poner al catolicismo en sintonía con el siglo XXI
El hombre grande de las cosas pequeñas
Desde el 13 de marzo de 2013, cuando apareció por primera vez en el balcón del Vaticano vestido de blanco y saludando con un sencillo buona sera, el Papa Francisco dejó claro que su pontificado no sería uno más. El primero de América Latina, el primero jesuita, y el primero en adoptar el nombre del santo de Asís, marcó distancia desde el inicio con su predecesor, Benedicto XVI, tanto en el fondo como en la forma.
Mientras Joseph Ratzinger representaba la ortodoxia teológica y el resguardo doctrinal, Jorge Mario Bergoglio optó por una Iglesia «en salida», con olor a oveja, como dijo en sus primeros discursos. Donde uno se inclinaba por los dogmas, el otro ponía el acento en la misericordia. Donde uno hablaba desde el púlpito, el otro caminaba por los barrios y abrazaba a los marginados.
«Esta economía descarta, mata, no integra. Y la política está secuestrada por la codicia».
«¿Quién soy yo para juzgar?».
«No todos están en el mismo punto, y no todos deben ser tratados igual».
«Dios perdona siempre. Nosotros, a veces. La naturaleza, nunca».
Papa Francisco
Francisco emprendió una serie de reformas administrativas y pastorales sin precedentes. Entre ellas, destacan:
La reorganización de la Curia Romana, con la constitución apostólica Praedicate Evangelium (2022), que puso el anuncio del Evangelio por encima de la burocracia vaticana. Por primera vez, un dicasterio de Evangelización se ubicó por encima de la Congregación para la Doctrina de la Fe, invirtiendo una jerarquía que regía desde el Concilio de Trento.
La creación del Consejo de Cardenales para asesorarlo, con representantes de todos los continentes.
La auditoría de las finanzas vaticanas, afectadas por décadas de escándalos y opacidad.
La apertura de procesos sinodales, como el de la Amazonía y el actual Sínodo sobre la sinodalidad, que buscó democratizar el proceso de toma de decisiones dentro de la Iglesia.
En palabras del cardenal Jean-Claude Hollerich, relator del sínodo actual: «Francisco abrió la puerta a una Iglesia donde todos, incluso los laicos y las mujeres, tienen algo que decir. Y eso no tiene marcha atrás» (La Croix, 17.04.25).
Además, Francisco impulsó cambios en la liturgia, fomentó la inculturación del Evangelio en pueblos originarios y habló por primera vez en lenguas vernáculas durante celebraciones oficiales del Vaticano. Estos gestos simbólicos, pequeños pero potentes, representaron un cambio en la forma de entender el poder papal: menos monárquico, más pastoral.
«Francisco fue un hermano. Su diálogo interreligioso fue verdadero y transformador».
Abraham Skorka, rabino argentino y amigo personal
«El Papa Francisco tendió puentes que ningún otro líder cristiano había intentado construir con el islam».
Ahmed el-Tayeb, Gran Imán de Al-Azhar
«Francisco fue una encarnación del amor universal, más allá de los credos».
Dalai Lama, líder espiritual del budismo tibetano
«Francisco devolvió a la Iglesia su alma. No hizo todo, pero cambió el rumbo».
Leonardo Boff, teólogo brasileño
«Francisco abrió la puerta a una Iglesia donde todos, incluso los laicos y las mujeres, tienen algo que decir. Y eso no tiene marcha atrás».
Jean-Claude Hollerich, cardenal y relator del sínodo
«Francisco fue un puente entre credos, un defensor de los pobres y una voz imprescindible para la paz y el planeta».
António Guterres, secretario general de la ONU
«El Papa Francisco nos enseñó que fe sin justicia social es fe vacía. América Latina llora a su pastor».
Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil
Por los pobres y marginados
Si hay un eje que marcó su pontificado, fue la opción preferencial por los pobres. No solo visitó favelas, prisiones y campos de refugiados, sino que hizo de su gestión una denuncia constante contra «la economía que mata». En la encíclica Fratelli Tutti (2020), alertó sobre los riesgos del neoliberalismo global, del populismo excluyente y de la indiferencia frente al dolor ajeno.
«Esta economía descarta, mata, no integra. Y la política está secuestrada por la codicia», dijo en Asís en 2022 ante jóvenes emprendedores. Esa mirada social, heredera del pensamiento de la Teología del Pueblo, lo colocó muchas veces en el centro del debate político.
En el plano social, su papado se caracterizó por una apertura sin precedentes hacia las periferias existenciales y geográficas. «¿Quién soy yo para juzgar?», dijo en 2013 sobre los sacerdotes homosexuales que «buscan al Señor con rectitud». Aquella frase se convirtió en símbolo de una nueva sensibilidad pastoral.
Bajo su pontificado, la Iglesia dio pasos cautelosos pero firmes hacia el reconocimiento de personas LGBTQ+, divorciados vueltos a casar y otras minorías históricamente excluidas. Aunque no cambió la doctrina, su énfasis en la acogida y el acompañamiento marcó una diferencia.
También estableció que los hijos de parejas homosexuales podían ser bautizados y que no debía negarse la comunión a los divorciados en nueva unión, siempre que participaran en un camino de discernimiento. «No todos están en el mismo punto, y no todos deben ser tratados igual», explicó en una entrevista con Civiltà Cattolica (2021).
En términos institucionales, creó el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, una estructura que unificó los esfuerzos de la Iglesia por los más vulnerables. Desde ahí impulsó políticas activas en temas como migración, trabajo digno y ecología integral, inspirando iniciativas comunitarias en parroquias de todo el mundo.
Pasado, presente y futuro
También su pasado argentino fue motivo de controversia. Su actuación durante la dictadura militar en los años 70 fue cuestionada, aunque nunca se le probó colaboración directa. Desde el Vaticano, impulsó la desclasificación de archivos sobre la represión en Argentina y recibió a madres de desaparecidos. Pero los fantasmas de aquel tiempo nunca desaparecieron del todo.
Apenas conocida su muerte el pasado lunes 14 de abril, líderes mundiales y figuras religiosas se expresaron sobre su legado.
«Francisco fue un puente entre credos, un defensor de los pobres y una voz imprescindible para la paz y el planeta», manifestó el secretario general de la Naciones Unidas, António Guterres (ONU, 15.04.25).
«El Papa Francisco nos enseñó que fe sin justicia social es fe vacía. América Latina llora a su pastor», escribió el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (Twitter, 15.04.2025).
«Francisco fue un hermano. Su diálogo interreligioso fue verdadero y transformador», dijo desde Buenos Aires el rabino Abraham Skorka, amigo personal del Papa (Radio Mitre, 16.04.25). Por su parte, el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmed el-Tayeb, expresó en un comunicado que «el Papa Francisco tendió puentes que ningún otro líder cristiano había intentado construir con el islam» (Al-Azhar Media, 15.04.25)
También los líderes del hinduismo y el budismo se pronunciaron. El Dalai Lama afirmó que «Francisco fue una encarnación del amor universal, más allá de los credos» (Reuters, 16.04.25).
Incluso dentro del cristianismo protestante, donde históricamente hubo reservas hacia el papado, varios pastores evangélicos reconocieron su humildad y apertura. «No compartíamos todo, pero sentíamos que su liderazgo acercaba el Evangelio a los más alejados», dijo Rick Warren, pastor estadounidense y autor de Una vida con propósito (CNN, 16.04.25).
Un fututo incierto
¿Logró revertir Francisco la tendencia decreciente de la fe católica en el mundo? Según el Anuario Pontificio 2024, el número total de católicos pasó de mil 200 millones en 2013 a mil 330 millones en 2023. Un crecimiento del 10% que, sin embargo, está concentrado en África y Asia.
En Europa, la práctica religiosa sigue cayendo. En América Latina, su tierra natal, el catolicismo perdió terreno frente a las iglesias evangélicas y las posiciones agnósticas. En países como Brasil y México, el porcentaje de católicos pasó del 75% al 62% y del 83% al 69%, respectivamente, en los últimos diez años.
Aun así, el legado de Francisco no puede medirse solo en cifras. Como dijo el teólogo brasileño Leonardo Boff: «Francisco devolvió a la Iglesia su alma. No hizo todo, pero cambió el rumbo» (Folha de São Paulo, 16.04.25).
La muerte de Francisco abre interrogantes sobre el rumbo que tomará la Iglesia. ¿Seguirá el camino del aggiornamento que él inició, o volverá a cerrarse sobre sí misma? ¿Se avanzará hacia el celibato opcional, la ordenación de mujeres, o la aceptación plena de las diversidades?
Su estilo de liderazgo —más horizontal, dialogante y descentralizado— dejó huella en una generación de obispos y fieles. Aunque algunos sectores conservadores criticaron sus decisiones, incluso ellos admiten que su papado obligó a repensar el modo de vivir la fe en el siglo XXI.
Mientras el mundo espera el cónclave, su legado ya es historia. Para millones, Francisco fue el Papa que habló su idioma, que les recordó que la Iglesia no es solo doctrina, sino también ternura. E4
El hombre grande de las cosas pequeñas
Jorge Mario Bergoglio fue muchas cosas: el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita en ocupar el trono de Pedro, un reformista que intentó modernizar la Iglesia sin romper con su tradición. Pero para millones de personas, lo que definió su pontificado no fue su papel en los grandes escenarios del mundo, sino su forma de habitar las pequeñas cosas.
Desde sus primeros días como pontífice, dejó en claro que no cambiaría su estilo de vida austero. Rechazó los aposentos pontificios tradicionales y eligió vivir en la Casa Santa Marta, una residencia más modesta dentro del Vaticano. Se movía en un Fiat en lugar del papamóvil blindado, y prefería las comidas sencillas.
«En el fútbol se aprende a ganar y a perder, y eso es una lección de vida».
Francisco tenía un modo muy particular de mirar al otro, una forma de hablar que desarmaba las formalidades. Fue famoso por usar frases coloquiales, metáforas cotidianas, incluso humor. En una ocasión, al recordar sus días de juventud, dijo: «Una vez me enamoré. Me revolvió la cabeza. Era una chica que conocí en un casamiento. Estuve confundido una semana entera». No lo dijo con culpa, sino con humanidad.
Su relación con Argentina fue uno de los capítulos más contradictorios de su vida. Amó a su tierra como pocos, pero nunca pudo volver a pisarla tras ser elegido Papa. Aunque se anunciaron varios viajes oficiales, ninguno se concretó. Francisco no visitó su país natal en 12 años de pontificado, algo inédito en la historia contemporánea del Vaticano. Muchos atribuyeron esta ausencia a razones políticas: el Papa fue objeto de lecturas contradictorias tanto por parte del kirchnerismo como de la oposición. Mientras unos lo veían como un aliado progresista, otros lo acusaban de intervenir en la política interna. «No quiero que me usen políticamente. Quiero ir a la Argentina como un argentino más», dijo en 2013.
«Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón».
Su amor por San Lorenzo de Almagro era otra faceta que lo humanizaba. Fanático del «Ciclón» desde niño, seguía los partidos del club aunque fuera desde Roma. No solo lo reconocía públicamente, sino que guardaba en su escritorio fotos del equipo campeón de 2014 y recibía con gusto a los jugadores cuando visitaban el Vaticano. «En el fútbol se aprende a ganar y a perder, y eso es una lección de vida», decía. En más de una ocasión hizo bromas futboleras, incluso aludiendo a la rivalidad rioplatense: «Dios es brasilero, pero el Papa es argentino», bromeó durante la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro en 2013. El público, mayoritariamente joven y brasileño, estalló en risas. Era ese humor sencillo, campechano, el que conectaba con la gente.
Más allá del fútbol, el Papa también era melómano. Amaba el tango, en especial a Carlos Gardel y Astor Piazzolla. En entrevistas, contó que de joven bailaba tango y que conservaba una gran colección de discos. También disfrutaba de la literatura: Borges, Dostoyevski y Hölderlin estaban entre sus favoritos. Solía citar frases literarias en sus homilías, algo poco común en los discursos papales. En una ocasión dijo que prefería leer poesía antes de dormir.
En su día a día, era un hombre de rutinas simples. Se despertaba a las 4:30 de la mañana, celebraba misa en privado, desayunaba café con leche y pan tostado, y luego se abocaba a sus tareas pastorales. Se reunía con obispos, leía informes, respondía cartas. No era un hombre de tecnología: no usaba computadora ni celular. Las redes sociales del Vaticano eran administradas por su equipo, aunque muchos mensajes y tuits eran dictados por él personalmente.
Uno de sus gestos más recordados fue su hábito de llamar por teléfono a personas que le escribían. Historias de todo tipo circularon: desde una madre que había perdido a su hijo y recibió una llamada papal, hasta una niña que le había enviado dibujos y recibió una carta firmada por el pontífice. Para Francisco, esos contactos directos no eran un capricho, sino una forma de vivir el Evangelio. «El pastor debe oler a oveja», decía, y lo hacía carne.
También tenía un sentido del humor que desarmaba a sus interlocutores. En una ocasión, en una audiencia con religiosas, dijo en broma: «Las monjas son como el buen vino, mejoran con los años. Pero cuidado, que algunas pueden volverse vinagre si se aíslan mucho». Su modo de hablar, a medio camino entre el cura de barrio y el sabio anciano, hizo que muchas personas lo sintieran cercano, incluso fuera del ámbito religioso.
En materia de salud, su vida no estuvo exenta de dificultades. De joven, le extirparon parte de un pulmón debido a una infección. Ya en Roma, fue sometido a varias cirugías, incluyendo una del colon y otra en la pierna. Aun así, se negaba a dejar de trabajar. «Se gobierna con la cabeza, no con las piernas», dijo cuando comenzaron los rumores de renuncia. Solo cuando ya no pudo más, se recluyó parcialmente, delegando funciones sin apartarse del todo.
Quizá una de sus frases más queridas sea aquella que dijo en su primer Ángelus: «Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón». En ese juego entre lo divino y lo humano, entre lo trascendente y lo cotidiano, Francisco encontró su voz. Y en esa voz, millones encontraron consuelo.
Hoy, tras su partida, muchos lo recuerdan no solo como un líder espiritual, sino como alguien con quien se podía hablar. Un abuelo sabio, un cura del barrio, un argentino entrañable que, aunque no pudo volver, nunca dejó de estar cerca. Porque la santidad, como él mismo decía, «no es para pocos privilegiados, sino para los que aman cada día, en lo pequeño, con alegría y paciencia». E4