«Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder».
Simón Bolívar
Mi admiración y respeto por Simón Bolívar no son de hoy. Sus arrestos, su determinación, su espíritu de inclusión, entre otras prendas, calaron en mi ánimo desde que supe de ellos, en mis clases de historia. Luego ya leí por mi cuenta. Hoy, recordarlo, me estremece. Sin duda que los últimos acontecimientos en la tierra del Arauca despertaron lo que comparto con usted, generoso leyente.
Bolívar quería crear una confederación que uniera desde México hasta Argentina, en su proyecto estaban incluidas Cuba, Puerto Rico y La Florida. Soñó con una gran nación que respondería al nombre de Colombia, en tributo y reconocimiento al descubridor de América, Cristóbal Colón.
Su sueño se alcanzó parcialmente en 1819, cuando reunió a Ecuador, Nueva Granada y Venezuela en la República de Colombia, llamada también la Gran Colombia. Hasta ahí quedó, murió en 1830 a los 47 años en Santa Marta, Colombia, víctima de la tuberculosis, arruinado, con sus sueños hechos humo, en medio del caos de las intrigas políticas –qué raro ¿verdad?– de aquellos tiempos.
Veinte años combatió contra la corona española para lograr la independencia de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Le comparto este párrafo, que pinta de cuerpo entero el sentir del Libertador: «Nosotros hemos sido encomendados a destruir a los españoles. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia y mostrar a las naciones del universo que no se ofende impunemente a los hijos de América».
Hoy día, Bolívar, estallaría de indignación, si pudiera ver lo que los monstruos, ya no españoles, si no los de su propia tierra, están haciendo a Venezuela. La pesadilla de ese país inició el 6 de diciembre de 1998, cuando Hugo Rafael Chávez Frías ganó las elecciones presidenciales con la bandera de que él iba a cambiar al país. Juró solemnemente que bajo su mandato se refundaría la república, se regeneraría la política y se alcanzaría la justicia social.
Apunta el historiador Agustín Blanco Muñoz, el contexto de aquella victoria: «El sistema de Punto Fijo, con el que terminó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, se había basado en dos partidos, Acción Democrática (AD) y Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), que se turnaban en el poder sin ser capaces de resolver los problemas. Cada presidente que tomaba posesión le echaba la culpa al anterior de todo lo heredado».
En 1992 Chávez intentó con un golpe de Estado derrocar a Carlos Andrés Pérez, pero falló. Con ello saltó a la fama. Anunció por televisión que no había alcanzado sus objetivos, recalcó «por ahora». García Márquez escribiría que aquello fue «el primer acto de su campaña electoral». El presidente Rafael Caldera lo indultó en 1994.
En 1998, como hemos subrayado, se presentó de nueva cuenta como candidato, ya sin uniforme militar, y como decimos en México, arrasó. Su bandera: la lucha contra la corrupción y la pobreza. ¿Le suena familiar? Enfatiza el historiador Blanco: «La situación en 1998 era de auténtico desastre y él pudo presentarse como un salvador en medio de ese desastre porque los venezolanos ya no creían en nadie de los partidos políticos tradicionales».
El carácter personalista y carismático, su interés por crear alianzas en la región como un muro de contención al «imperialismo yanqui», a más de «cumplir el sueño de Simón Bolívar» de unir América Latina, junto con los dádivas del petróleo, le dieron la victoria.
La economía estaba por los suelos. Había pasado la época de la «Venezuela Saudita». En los 80 se acabó la bonanza. Los precios, el desempleo y la deuda saltaron. Carlos Andrés Pérez, electo por segunda ocasión, hizo recortes a las prestaciones sociales, subió impuestos y privatizó empresas estatales. Esto desató una revuelta popular en la que hubo saqueos. El presidente sacó el ejército a las calles, con la orden expresa de matar. Hubo muchos muertos. Todo esto le puso en charola de plata la victoria electoral a Chávez.
Había corrupción por toneladas. Carlos Andrés Pérez era un pájaro de cuenta. Se le abrió un proceso que concluyó con su destitución como presidente por el Congreso y la Corte Suprema lo condenó a dos años y cuatro meses de arresto domiciliario. Se le acusó de malversación de fondos del erario que había ocultado en bancos estadounidenses. Pérez dejó Venezuela, se fue a vivir a Miami y nunca atendió los requerimientos judiciales de su país. Ahí murió.
¿Se acabó la corrupción con el arribo de Chávez a la presidencia de Venezuela? No. Un tribunal de Florida condenó a Alejandro Andrade, extesorero de la República Bolivariana, y guardaespaldas de Chávez, a 10 años de prisión por haber cobrado sobornos por valor de 1,000 millones de dólares, y por lavado de dinero.
Chávez ganó la presidencia con el 56.5 % de los votos. Cambió el modo de hacer política, la forma en que la gente participaba en ella, pero también atizó la polarización del país, se enfrentó al sector privado, cerró medios de comunicación, fue calificado de autoritario por sus rivales y afianzó las bases de una economía que se hundió al poco tiempo de su muerte.
El país entró en una crisis sin precedente que hasta la fecha subsiste. Cambió ministros a su antojo, expropió empresas, en su última aparición en público tras la reaparición del cáncer que fue causa de su muerte, expresó que su sucesor fuera Nicolás Maduro, que esa era su decisión «firme, plena, como la luna llena». Y se cumplió a pie juntillas.
Maduro se convirtió en presidente de Venezuela en 2013. En 2014 y 2017 se produjeron protestas masivas contra su Gobierno. Los enfrentamientos también dejaron muertos. Se obligó a los jóvenes militares a tirar a matar al que se les atravesara.
En 2018, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social dijo que ese año fue en el que más protestas se presentaron. Y hasta la fecha, aunque de baja intensidad, han continuado. La encabezan pensionados, trabajadores sanitarios y otras organizaciones que se manifiestan en contra del Gobierno por su gestión económica y por la falta de acceso a servicios básicos.
En 2018, además de la hiperinflación se dio un acelerado aumento en los precios y señala el FMI que hubo una reducción superior al 10% de su PIB. Maduro sigue al frente de un país que sufre aún una crisis económica y política terrible. Siete millones han dejado Venezuela, él está siendo investigado por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.
Asimismo, están las sanciones impuestas por Estados Unidos a partir de 2017, prohibiendo a Venezuela la emisión de deuda o hacer negocios con PDVSA, la petrolera estatal. Washington siempre ha considerado a Maduro un presidente ilegitimo, desde la primera vez que fue titular del Ejecutivo, porque la oposición no participó por falta de garantías electorales.
Y con toda esta debacle, según las cuentas del órgano electoral de Venezuela, Maduro vuelve a ganar las elecciones el pasado domingo 28 de agosto del año que viste y calza. Hágame el «refabrón cabor», como dice don Armando Fuentes Aguirre.
Fueron un verdadero cochinero los comicios, hoy ya nada está oculto bajo el sol. Se usaron grupos de choque para amedrentar a los votantes, violencia auspiciada desdel Gobierno, negaron el ingreso a observadores que no eran de sus simpatías. La ONU, la Unión Europea, Estados Unidos, Brasil, Colombia, Chile, Argentina y España, entre otros, han pedido a las autoridades electorales venezolanas que publiquen las actas de votación para explicar la supuesta victoria de Maduro, miles de personas se han lanzado a las calles a manifestarse por lo que consideran un fraude electoral.
El país entero se debate entre la indignación y la incertidumbre. La oposición, hasta donde se ha dicho tiene en sus manos el 85% de las actas, en ellas se constata que quien ganó fue Edmundo González Urrutia, el candidato de la oposición.
Bravo por María Corina Machado, líder de este movimiento, bravo por no dejarse vencer por un sistema que la condenó a no ser ella la candidata, bravo por su generosidad de apoyar con todo las fuerzas que llevaron a González a la victoria. Bravo por el valiente pueblo venezolano dispuesto a mandar al carajo al dictador Maduro.
Ojalá que en nuestro país tomemos nota puntual de lo ocurrido en ese país hermano. Un pueblo pasivo suele engendrar tiranos.