Los políticos ya no comprenden a la ciudadanía de a pie. Embebidos en la ideología de moda, sin preguntarse de dónde viene y quién la promueve, difunden ideas que los aleja del hombre y la mujer común, de quienes trabajan para ganar su sustento generando riqueza, de los simples mortales que conciben, crían y educan a la siguiente generación.
Defienden con vehemencia ideas que, siendo sensatos, son ridículas, artificiales y artificiosas.
Si alguien quiere entender con precisión lo que ocurre en el mundo de la política a escala mundial, le invito a leer, o mejor, a presenciar, una buena puesta en escena de «Las Preciosas Ridículas» de Molliere o al menos una de «El enfermo imaginario» del mismo autor.
Grupos con mucha idea de la propaganda, y con muchos recursos para desarrollar sus planes, se han apoderado de las frágiles consciencias de los que se autoproclaman como «intelectuales», término otrora reservado para el que se atrevía a pensar en 360 grados siempre teniendo en cuenta el contexto total.
Hasta los científicos han renunciado al universo y únicamente investigan lo que el patrocinador del estudio les indica y, si algo sale mal, no se publican los resultados, únicamente se da a conocer la parte pequeña que conviene al plan ajustando la ciencia al estrecho interés del que generosamente otorgó el recurso.
Se promueven tratamientos médicos ignorando los valiosos protocolos que asegurarían su consistencia científica.
Un gran esfuerzo publicitario escalado a propaganda para construir escenarios sobre la base de pequeños y poco representativos fragmentos de la realidad.
Algo importante se ha perdido cuando el pensamiento, siempre tan peligroso por subversivo, ha sido maniatado con las cadenas de la corrección política.
Tal vez por eso el arte, siempre un fiel reflejo de los tiempos, está resultando tan extraño y desagradable.
Además, no entiendo el revuelo que causa la inteligencia artificial en estos tiempos.
Tal vez deberíamos orientar nuestro escaso intelecto a moderar, sí, con inteligencia, la estupidez natural.
En fin, la gente hizo a un lado la ideología, asunto de académicos, y ha preferido votar por Donald Trump, personaje tan fácil de odiar, con tal de evitar galimatías de indescifrable jerigonza, como la de género, que busca encasillar a sus protegidos encerrándolos en gremios y guetos, atractivos en apariencia, cuando nuestra defensa como individuos siempre ha sido refugiarnos en la igualdad universal.
Son tiempos de introspección, de huir hacia adentro, de conservar la sabiduría pecho adentro para evitar que te la trastoquen.
Como bien dijo Ratzinger, me da la gana atribuírsela a él y no a JPII:
«Tenemos que defender la verdad a toda costa, aunque volvamos a ser solamente doce».