Durante los últimos dos siglos, la expansión del capitalismo ha generado un salto espectacular en el progreso humano. El advenimiento del capitalismo dio a los individuos un mayor control y responsabilidad de su propia vida como nunca antes, lo que resultó ser a la vez liberador y aterrador, pues la codicia humana ha alcanzado niveles tan salvajes, que hoy incluso la palabra capitalismo es casi mal vista. Hoy existe cada vez más consciencia de que el capitalismo debe ser usado para crear impacto social y que la eficiencia en la economía y el progreso social no deberían ser opuestos.
Así el capitalismo ha encontrado resistencia y con justa razón. Crisis económicas, fraudes financieros que acaban con empleos y ahorros de personas han ocasionado que muchos exijan poner fin a la corrupción del capitalismo y sus representantes. Esta crisis de fe en el capitalismo ha sido causada por banqueros y magnates que manipularon el sistema y que privatizaron las ganancias y socializaron las pérdidas. La razón fue deficiente regulación gubernamental, limitar la avaricia.
Pero al final, el resultado fue el crecimiento de las desigualdades con casos tan terribles como el de los Estados Unidos de América, donde los 400 más ricos tienen un ingreso neto mayor al de 150 millones de sus habitantes, y el 1% de ellos posee más riqueza que el 90% de sus compatriotas.
La desigualdad está aumentando en casi todo el mundo capitalista post-industrial. Pero a pesar de que muchos piensan en la izquierda como una solución, ya nos ha dado muestras aún más terribles de lo que puede lograr. Esto no es siquiera el resultado de la política, ni es probable que la política pueda revertirla. El problema es mucho más profundo porque la desigualdad es un producto inevitable de la actividad capitalista, y la ampliación de la igualdad de oportunidades sólo aumenta porque algunos individuos y comunidades tienen simplemente mejores condiciones que otros para aprovechar las oportunidades para el desarrollo y el progreso que el capitalismo ofrece. Esto solo vuelve a profundizar las desigualdades y la molestia hacia el sistema.
El aumento de la desigualdad ha erosionado el orden social, generando una reacción populista contra el sistema capitalista en su conjunto. El reciente debate político en los Estados Unidos y otras democracias capitalistas avanzadas ha estado dominado por dos cuestiones: el aumento de la desigualdad económica y la escala de la intervención del Gobierno para hacer frente a ella. En la elección presidencial de los Estados Unidos, Donald Trump, sigue manteniendo su discurso de odio, con el muro, el ataque a los mexicanos y migrantes y un largo etcétera.
El inglés John Maynard Keynes, el economista cuyas ideas impactaron en las teorías económicas y políticas modernas, fue un feroz crítico del libre mercado. Tras la gran depresión de 1929, Keynes se opuso a dejar en las manos del mercado la recuperación económica. Con enorme razón aducía que si bien a largo plazo la economía podría resolver casi todos los problemas, también en el largo plazo, todos estarían muertos a causa de la misma crisis.
El propio Keynes que participó en las negociaciones del Tratado de Versalles, que ponía fin a la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial como muchos conocen, jamás dio su consentimiento a los elevados pagos que se impusieron a Alemania, pues presagiaba que elevarían el resentimiento alemán y pondrían en riesgo la frágil paz europea. Los años le dieron la razón.
Con visión profética, John Maynard Keynes lo predijo hace 80 años: «Pienso que el capitalismo, dirigido con sensatez, puede probablemente hacerse más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero que en sí mismo es en muchos sentidos extremadamente cuestionable».
La frase de un amigo español encaja perfectamente en esto cuando dice: «Sólo el comunismo puede librarnos de las garras de ese capitalismo que nos sacó de las fauces de un comunismo que nos salvó
del capitalismo».
Años más tarde, Keynes afirmó: «Hay que salvar al capitalismo… de los propios capitalistas».