Imprecisa realidad

George Berkeley, el extraordinario filósofo de Dysert, Irlanda, refería el análisis del lenguaje como medio fundamental para aclarar y fortalecer la objetividad.

Por eso en su fundamental obra Tratado sobre los principios del conocimiento humano podía decir: «nada parece de mayor importancia con vistas a erigir un sistema sólido de conocimiento genuino y real, capaz de resistir los ataques del escepticismo, que empezar por establecer una clara explicación de lo que se entiende por “cosa”, “realidad” y “existencia”».

Cuando se entra al abordaje de la filosofía analítica, a la manera de Ludwig Wittgenstein, por ejemplo, el trámite obligado es el lenguaje. La comunicación de las ideas designadas por las palabras no es el principal ni el único fin del lenguaje. Existen otros fines, como despertar ciertas pasiones, incitar a una acción o disuadirnos de ella; también disponer el ánimo en cierto sentido.

La clave de lo anterior no reside en la semántica, es decir, en la representación del objeto por un signo, sino en la sintaxis, es decir, en la lógica interna de lo que se dice. Pero, sobre todo, la clave es la pragmática, esto es, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Berkeley insiste que el verdadero fin del lenguaje, el de la razón, el de la ciencia, el de la fe, el del asentimiento y el de la política, no es simplemente comunicar o expresar ideas, sino más bien algo de naturaleza activa que tienda a un bien determinado, sin pervertirlo, sin atrofiarlo de manera tal que termine por construir realidades imprecisas donde, según la expresión de Marshall Berman para referirse a la experiencia de la modernidad: imprecisa, vaga, no sólida.

Muchos años después de Berkeley, nuestro querido poeta y ensayista Octavio Paz, habría de darle continuidad y concretar las ideas berkeleyanas. En una expresión, además de lúcida, de avanzada intelectual, Paz diría que la crisis moral de una sociedad es en realidad una crisis de lenguaje.

En efecto, esto ocurre cuando el lenguaje ha perdido su rectitud y su sentido de significación porque se ha perdido también su verdadera orientación para comunicar y para hacer referencia al mundo que rodea al ser humano.

En boca, sobre todo, de políticos, de poderosos del dinero, la fuerza y otros retóricos profesionales de la misma mala entraña que los primeros, han despojado al lenguaje de sus raíces constructivas socavando sus fortalezas para crear y, en su lugar, lo utilizan a su antojo para erigir monumentos narrativos de carácter utilitario que les viene muy bien a sus intereses utilitarios.

El pensamiento de Octavio Paz se encamina a reafirmar las ideas de Berkeley en torno al uso del lenguaje entendiendo que, utilizándolo de la manera antes descrita, se limita su importancia para perfilar el alcance y la proyección del pensamiento humano.

Con Berkeley, lo mismo que con Paz, comprendemos bien que la conciencia humana no sólo comprende el mundo; también lo produce mediante la técnica y el trabajo. La relación natural ente la mente y el mundo no se agota en la tarea de conocerlo e interpretarlo, sino describirlo con las palabras exactas que constituyen su real significación; también interactúa en ese proceso de creación del mundo la manera como se actúa política y moralmente en él. En ambos casos el lenguaje cumple una fundamental función.

Pero, para desgracia nuestra de cada día, para los políticos mexicanos esto es algo que pasa de largo. Las distintas narrativas construidas desde las diversas áreas de gobierno del Estado mexicano están hechas con un lenguaje pervertido, anómalo, con el fin de presentar imprecisas realidad y esconder la verdadera en un uso del lenguaje meramente utilitario que termina convirtiendo en mentira todo lo que toca.

Tomados al azar, van algunos ejemplos. La presidenta Claudia Sheinbaum se empeña en afirmar que, después del proceso de elección del poder judicial, México es un país más democrático; más aún, es el país más democrático del mundo. Pero eso resulta una realidad imprecisa pues la jornada electoral se destacó por la ausencia de votantes y porque la intención del sufragio siempre fue dirigida y sostenida artificialmente por apoyos económicos y acarreos. Es decir, fue un acto meramente clientelar, sin valor ciudadano.

Una vez concluida la elección el ganador para presidir la Suprema Corte de Justicia de la Nación resulta ser un personaje con perfiles indígenas a quienes todos, principalmente la presidenta Sheinbaum, comparan con Benito Juárez. Pero la desmesura de la comparación se tambalea cuando al «Juárez contemporáneo» le aparece un currículum de penumbras, que es cuestionado incluso por algunos de los grupos indígenas de nuestro país. Incierta realidad.

La narrativa gubernamental pretende hacernos creer que la presidenta se pone al tú por tú con el grandulón rubio del otro lado del río Bravo y que su gestión es tan acertada que está a punto de concretar la eliminación de los aranceles que tanto le gustan al gringo. Pero esa incierta realidad se derrumba cuando se hace una lectura desde la semiótica, desde cuyo saber podemos entrever la verdadera realidad: somos un país esquirol que rompe la unidad que fortalece las oposiciones. El mensaje es claro, actúa sumisa y aparentemente ganarás lo que otros pierden. En realidad, perdemos también.

Basta. Si leemos estas narrativas con el apoyo de la semiótica descubrimos que es un discurso vacuo, insostenible en la realidad. Su simbólica nos dice otra. Y no necesitamos eso porque después de esas narrativas queda la sensación de fracaso, de estar cerca del abismo, a punto de caer al vacío.

No necesitamos que el discurso político nos entregue realidades imprecisas, sino reales. Lo requerimos para poder plantearnos la verdad del país. Es una exigencia que nos permitirá encontrar salidas, plantear alternativas reales donde la justicia, la no desaparición de personas, la no violencia, el no número de muertos cada vez mayor, sean asumidos como una realidad contundente que hoy nos cuestiona las maneras que tenemos de pensar este México nuestro.

La verdadera transformación de la sociedad mexicana debería ser reflejo del carácter activo de una mente pensante que sea capaz de expresarse a través de un lenguaje analítico que permita redefinir las ideas políticas de nuestro tiempo para este país.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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