La complacencia, madre de los males

La insuficiencia mayor de la democracia contemporánea es no haber promovido ciudadanos a la altura de la responsabilidad que les atañe. En su lugar, seguramente como efecto perverso del juego electoral, los hizo votantes, pasivos receptores de promesas fáciles y atractivas. Un politólogo español Rafael del Águila lo refirió con meridiana claridad en su obra La Senda del Mal. Política y Razón de Estado, publicada hace casi un cuarto de siglo. Las elecciones como escuela para la formación de valores cívicos y humanistas generaron justo lo contrario.

Los ciudadanos, sujetos de obligaciones y derechos, se volvieron clientes de los muy habilidosos políticos «encampañados», al tiempo que las elecciones se transformaron en concursos de manipulación política con fuerte dependencia de la comunicación y el dinero. La ética fue borrada del diccionario de la estrategia política y del ejercicio del poder. La disputa no terminaba con la elección, era su inicio. Lucha sin tregua.

Ciudadanos complacientes conducen al engaño. La promesa de venganza les lleva a un ilusorio presente y obliga al político empoderado a buscar causa y razón para evitar un nuevo desencanto. Como nunca los hombres del poder usan y abusan del pasado, porque es la mejor manera para justificar sus insuficiencias. Suelen decir que considerablemente peor se estaría si los de antes mandaran. Como nunca el contraste con el pasado es fuente de legitimación y, por lo mismo, indispensable caricaturizarlo y hacer de sus fallas y limitaciones causa y razón de la desgracia presente.

Cierto es que el pasado inmediato es propenso al rechazo y a la condena. La mayor, haberse arropado en las virtudes y valores de la democracia para dar espacio a la venalidad o al fracaso. El triunfo arrollador de López Obrador se explica por el desastre del Gobierno de Peña Nieto. Ya en el cargo, a partir de la mala memoria de la guerra contra el narco, con astucia, perfiló sus baterías contra el último presidente del PAN, por rencor y por la irreversible debacle del PRI. A éstos podría dejarles y hasta aprovecharles, pero el PAN era el enemigo, el adversario a destruir, a eliminar. Lo mismo ocurre con los empresarios, los medios o con las organizaciones civiles y cualquiera con independencia del poder. La ética de la sumisión.

Hay que cortejar al votante no sólo antes, sino después de la elección. Acreditarle el don de la infalibilidad, un pueblo que nunca se equivoca, siempre y cuando suscriba la causa propia. Así, hay que actuar en consecuencia y hacer del gasto público un objetivo para el pago de lealtad en forma de ley con la pretensión que sea a perpetuidad, consecuente con la intención de que se llegó al poder para quedarse. No importa que la reasignación del gasto sea a costa de la red de bienestar de los más como es educación, vivienda y salud o que comprometa el crecimiento o la respuesta para contener al crimen.

Alimentar el rencor es condición de existencia. Los resultados y la mentira no cuentan porque valen más las intenciones. La verdad es trampa, igual que el disenso o la crítica. También la ley y los responsables de hacerla valer serán pasados a báscula porque se trata de eliminar todo aquello que escape de control del poder, por eso no hay referencia a las corruptas policías e instancias de investigación de delitos, ellos son de casa.

El giro de la democracia contemporánea hacia la autocracia tiene como referente el líder populista iliberal y también una sociedad indignada que se regocija en el diagnóstico falso y la solución simple. En EE. UU., culpar a los migrantes de muchos de los males lleva al poder a Trump, a pesar de todas sus escandalosas y convincentes insuficiencias personales, que se vuelven virtud en el imaginario del votante. Para la mayoría las buenas formas son simulación, mejor la mentira, los insultos, las calumnias y las promesas de venganza porque allí se procesan y recrean las pasiones de las mayorías que definen elecciones y, en algunos casos, llevan a la devoción pública al líder y a la causa.

Inevitable cuestionarse sobre el tiempo en el que prevalecerá el autoengaño, la complacencia de los más por lo que no resuelve ni funciona. ¿Qué resultados podrá proveer la autocracia para reproducirse en el poder? Seguramente hacer de la complacencia una forma de vida.

Vientos de cinismo

Dos nombramientos son reveladores de una de las dimensiones del nuevo régimen político; Lenia Batres como ministra de la Corte designada por López Obrador y Rosario Piedra Ibarra nombrada por el Senado después de un desempeño desastroso, pleno de omisiones en la defensa de los derechos humanos y ratificada por Morena, aliados y senadores trepadores. A muchos no les queda claro que en Morena no hay división, y es ocioso especular sobre una diferencia entre la presidenta y el expresidente. La señora Piedra se reeligió por voluntad de la presidenta Sheinbaum y esto abre puerta a la pretensión de la señora Batres para presidir la Corte. Una a la medida de la otra.

La superioridad moral lleva al cinismo, igual que la sociedad norteamericana con la presidencia de un contumaz mentiroso, racista, misógino abusivo, incriminado y sentenciado que le da por rodearse de los afines. Su propuesta de fiscal general, Matt Gaetz, es igualmente reveladora del nuevo estándar ético para el próximo Gobierno del país vecino, un representante en apuros por acusaciones de abuso sexual, de consumo de drogas ilícitas, de aceptación indebida de regalos y de obstrucción de las investigaciones gubernamentales sobre su conducta. Allá la inmoralidad, acá la incompetencia, ambos una afrenta a la civilidad democrática.

Los tiempos de realineamiento político a partir de verdades reveladas hacen de la lealtad a la causa el valor dominante para la selección y la promoción política. En el régimen obradorista se atiende a ese criterio, no para todos, pero sí queda claro que el sometimiento total a la línea del líder remite a la obediencia ciega. No importan los antecedentes de los colaboradores ni sus contradicciones, solo vale e importa cumplir y hacer cumplir la línea de quien manda. No hay espacio a la menor reserva.

López Obrador enfrentó varias renuncias en los primeros años de su Gobierno; algunos optaron por la salida amable, otros contrariados aclarando las razones de su decisión. Pero aprendió: el premio y la promoción fueron y son a la lealtad sin importar las prendas profesionales, éticas del designado. La obediencia total es la regla y eso explica la ratificación de Rosario Piedra y el arribo a ministro de la señora Lenia Batres y ya entrados posible presidenta de la Corte, a pesar de las ostensibles limitaciones profesionales. Más que desdén a la justicia es una burla cruel por rencor.

El presupuesto ha sido una de las primeras lecciones de realismo que reciben los colaboradores de su presidenta. Las prioridades las define ella, como debe ser, no el equipo. El desencanto de la secretaria Bárcena está a la vista, también el de la secretaria de Cultura que padecen el criterio carnicero de la SHCP. Mejores reflejos los del secretario de Educación, Mario Delgado, quien debió advertir que la presidenta Sheinbaum se había comprometido apoyar a las universidades y así se recurrió al expediente del error, para habilitar a la Cámara a hacer el ajuste respectivo. De destacar, el mayor incremento que recibió esa estafa cruel que llaman universidad Benito Juárez, escuelas sin egresados, pero no importa, con presidenta científica las cosas siguen igual en materia de mediocridad y de virtual condena al talento y a la aspiración individual o colectiva de superación, en este caso, los más pobres.

A los funcionarios menores les preocupa el cargo y dispuestos están a todo para transitar en el tiempo. En no pocos casos eso se resuelve en la ideología con el interesado y ostensible compromiso político, como si no se tratara de cumplir con la responsabilidad que se les paga. Allí se incuba mucho de la intolerancia y de la corrupción, porque el desencanto no externalizado regularmente se resuelve en abandono que lleva a la venalidad, por la ausencia de quien manda o porque se decide actuar bajo la máxima de lo perdido lo que aparezca.

El cinismo lleva a la radicalización retórica. Así es porque el refugio no son los resultados sino las pretensiones. Para el país es incógnita mayor qué hará el Gobierno frente al mal presagio por el arribo de Trump y sus halcones al poder. La falsa tranquilidad del Gobierno quedó superada por las amenazantes expresiones de los próximos funcionarios. Con mal cálculo, analistas y el Gobierno mexicano asumen que no habrá deportaciones porque no es bueno para la economía de EE. UU. No advierten que ideología mata razones y el mejor ejemplo está en casa.

Autor invitado.

Deja un comentario