Estamos en la era del acoso. Es preciso seguir reflexionando sobre esta indeseable realidad. La serie Bebé Reno nos ayuda en este sentido. La serie trata de una mujer voluminosa que acosa a un cantinero con aspiraciones de comediante. Se sabe que está basada en la vida real y que la interfecta ya demandó a Netflix, como suele suceder. Pero la tipología del acoso es variopinta. Hay hombres que acosan a mujeres, mujeres que acosan a hombres, hombres que acosan a hombres, etcétera. En esta ocasión me quiero centrar en una forma peculiar de acoso que descubrí en la novela de Ian McEwan, Amor perdurable. Forma de acoso bautizada como «erotomanía» o «síndrome de Clérambault», en referencia al psiquiatra que la estudió.
¿Qué es el síndrome de Clérambault? Es un trastorno mental, poco común, que se caracteriza por los delirios de un individuo que cree que otra persona se encuentra enamorada de él, aunque no es así. La persona que sufre el acoso aparece inalcanzable para el acosador. El término proviene del informe que Gaëtan Gatian de Clérambault (1872-1934) publicó en 1921 con el título Les Psychoses Passionelles. Se trata entonces de la creencia delirante de «ser amado por otra persona». La negación caracteriza a este trastorno, pues los pacientes no aceptan el hecho de que el objeto del acoso pueda estar desinteresado en ellos.
Enduring love, así tituló McEwan, en inglés, su novela. El título hace referencia al amor perdurable entre Joe y su acosador, Jed Parry, y no al cariño que se profesaron en su momento Joe y Clarissa. En el segundo apéndice del libro, Jed, a tres años de su internamiento por el delito cometido, escribe: «(Joe) Tú ya lo sabes, pero necesito decirte otra vez que te adoro. Vivo para ti. Te quiero. Gracias por quererme, gracias por aceptarme, gracias por reconocer lo que estoy haciendo por nuestro amor. Envíame pronto otro mensaje y recuerda: la fe es un gozo» (p. 300). Jed sigue amando a Joe y piensa que es correspondido. Es sabido que los que son afectados por el síndrome de Clérambault tardan en curarse, si no es que no se curan nunca. Es el drama de la novela. Jed consigue que Joe y Clarissa ya no sigan juntos. El acoso logra a medias su cometido.
El acoso de Jed a Joe inicia con el encuentro entrambos aquel aciago día en que acudieron en ayuda de un abuelo y su nieto cuando estos perdieron el control de su globo aerostático. Jed sugiere a Joe que recen ante el cadáver de Logan, la persona que se solidarizó con los tripulantes del globo, pero que, lamentablemente, fue el único que no se soltó pronto y murió al caer de una gran altura. Joe, que es un ateo irredento —«allá arriba no hay nadie» (p. 41)—, se rehúsa. Esto me hizo recordar aquella vez que sufrí un accidente automovilístico y mi copiloto, un gran amigo, prefirió rezar a echarme la mano con las vicisitudes de la grúa. Solo el Bucky me sacó de apuros con aquella de «si no te hubieras ido sería tan feliz». Regresábamos de una velada en la casa de la recientemente fallecida Ernestina Sodi. Dios la aloje amorosamente en su morada.
De ahí en adelante, Jed Parry, un fanático religioso, se obsesionará con Joe hasta el límite. Las cosas terminarán mal. Clarissa se mostrará indiferente ante el pánico en el que vive Joe por causa del acoso. Jed intentará asesinar a Joe. Joe buscará deshacerse de Jed. Otras tramas se entrelazan con ésta, que es la central. La mujer de Logan, el héroe que pierde la vida al intentar salvar al anciano y al niño, sospecha que su marido le era infiel. Al final se desengañará y comprenderá que todo fue un malentendido.
«Según un sondeo, más de la mitad de los varones aquejados del síndrome de Clérambault habían utilizado la violencia contra el objeto de sus obsesiones» (p. 177). El problema es la violencia. El acoso es violento, atropella la libertad del acosado. Provoca en la víctima un conjunto de miedos y temores. El llamado «principio del daño» (o de la libertad) nos invita a que cada uno de nosotros tengamos libertad en la sociedad para actuar de cualquier forma siempre y cuando no causemos daño alguno a los intereses de los demás. Quien mejor lo expresó fue John Stuart Mill en Sobre la libertad: «El único propósito por el que puede ser ejercido legítimamente el poder sobre un miembro de una comunidad civilizada, en contra de su voluntad, es para prevenir del daño a otros»(p. 35).La libertad tiene límites. Hagamos nuestro este maravilloso principio y la convivencia entre nosotros será verdaderamente pacífica. Y así, de este modo, podremos coincidir con el dramaturgo inglés Tom Stoppard: «La libertad significa poder cantar en mi baño tan alto como quiera sin impedir a mi vecino que entone una melodía diferente en el suyo».
Referencia:
McEwan, Ian, Amor perdurable, Trad. de Benito Gómez Ibáñez, Anagrama, Compactos, No. 243, 6ª. edición, Barcelona, 2017.
Stuart Mill, John, Sobre la libertad, Trad. de César Ruiz Sanjuán, Akal, Básica de Bolsillo, No. 285, Madrid, 2014.
Excelente reflexión