La irrupción de la censura

 ¿A nombre de qué puedo condenar (…)

a otros por lo que son o piensan?

José Emilio Pacheco

El filósofo español Julián Marías, lo mismo que su coterráneo José Ortega y Gasset, decían que pensar filosóficamente era una manera de pensar también el mundo y al ser humano también. Era, reforzaban su dicho, especialmente una forma particular de mirar sus creaciones, sus actuaciones y su cultura en el desenvolvimiento de su sociedad.

Pensar así, reafirmaban, se correspondía con una visión responsable de la realidad porque no era una mirada cualquiera sino una forma muy aguda de observar que pretende dar razón de lo visto porque es una mirada inquisitiva que busca profundidades, que se esmera por encontrar en esas realidades latentes lo que subyace en lo que es patente.

Y sí, uno puede concluir sin margen de error que pensar filosóficamente es una estrategia iluminadora que permite al que piensa y observa ganar seguridad y adquirir certezas porque ese modo de situarse frente al mundo lo convierte en un espectador que no se conforma con mirar sino, más bien, comprender el significado de las cosas

Para el presente artículo eso me viene bien porque, si se aborda desde la perspectiva filosófica en la línea de Julián Marías y Ortega y Gasset, entonces tenemos que la inteligencia, la razón, la conciencia, el lenguaje y la libertad, son los constituyentes esenciales de lo que la misma filosofía llama atributos del ser humano. Son cualidades imprescindibles por los cuales se define como tal y la pérdida de una de ellas pone en tela de juicio su integridad como persona. Es decir, si le falta alguno de ellos, no está completa.

Me quedo con la última de esta pequeña lista. Desde los filósofos griegos y luego sus herederos en occidente, la cuestión de la libertad ha sido una recurrente preocupación en su pensamiento pues en la experiencia filosófica de cada tiempo ante los poderes en turno, es la primera que le es arrebatada a la persona para vulnerar las demás.

Plotino quien, junto con Platón y Aristóteles, es el filósofo más influyente de la antigüedad, establecía que la libertad no es un atributo del hombre que se encuentre aislado; siempre está unido a la justicia. Es decir, la libertad establece los parámetros de la justicia y ésta, a su vez, hace realidad la justicia en el proceso de vida de un individuo en sociedad.

El argumento resulta fácil de entender; es casi una obviedad. Lo que está en el fondo de tal aseveración es que, si una sociedad tiene la libertad como uno de sus componentes, entonces es una sociedad donde la justicia es una realidad cotidiana y lo que de ello se desprende es un estado de bienestar generalizado. Lo contrario es que una sociedad donde no impera la justicia es porque las libertades ciudadanas han sido acotadas y lo que se desprende es un estado de incertidumbre y desasosiego generalizado.

En la historia de las sociedades fácilmente podemos reconocer que en las prácticas de los poderes políticos ha sido una constante, casi una vocación profesional, y una tentación ineludible el hecho de querer acotar las libertades. Ejemplos sobran y mejor los eludimos para evitar desvíos innecesarios.

La historia política de nuestro país nos ofrece un riquísimo y patético catálogo de estas prácticas. Una vez iniciada la vida independiente de México, los Gobiernos en turno (unos más que otros), se esmeraron para dejar constancia de esa absurda competencia para ver quien resultaba ganador en esos ámbitos.

Nadie se salva de aquellos primeros Gobiernos; tampoco se salva el PRI ni el PAN. Pero para las dos últimas administraciones estas prácticas constituyen la cereza que corona su pastel de malas intenciones.

Contrario a la narrativa construida desde el centro del poder el arribo de Morena a la vida pública del país ha significado un notable deterioro en el ámbito de las libertades, sobre todo, la libertad para expresarse contrario a las ideas de la élite gobernante. Ay de aquellos que no comulguen con el discurso oficial.

Sensibles a la mirada crítica de quien piensa el mundo filosóficamente, los políticos de la 4T han impulsado un marco legislativo, mismo que han puesto en manos de sus allegados en los tribunales, para construir una razón de Estado que acote las libertades. La irrupción de la censura del Gobierno hacia la expresión libre de sus ciudadanos, es una realidad tan irrefutable como lamentable.

Muchos ejemplos corroboran lo anterior. Hoy tenemos ciudadanos que han sido llamado por los tribunales para responder a comentarios contrarios al quehacer de los políticos; tenemos periodistas que han sido separados de sus centros de trabajo por no incorporarse al discurso laudatorio en favor de los políticos; tenemos ciudadanos que han sido humillados por políticos que han hecho gala de su ilimitado poder; hoy está próxima la aprobación el proyecto de la Ley Telecom presentada por la presidenta Sheinbaum que dará el golpe más contundente contra las libertades ciudadanas. Todo eso, desde luego, separado de la justicia.

Y entonces, yo me pregunto, ¿por qué el político mexicano no toma la crítica como la oportunidad para pensar el mundo de otra manera? ¿Por qué pierde tanta energía en esas confrontaciones y en ese querer situarse muy por encima de los que votaron por ellos? Todavía a algunos les sigue pareciendo que los votos conseguidos en una elección y los altos índices de popularidad legitiman esos excesos. Pero la democracia vista así, como una vertiente de mera estadística, no sirve para nada.

¿Por qué mejor los políticos no se ocupan de las acusaciones que los gringos hacen al señalar vínculos de estado con el crimen organizado? Las indagaciones y aclaraciones le darían fortaleza al Estado mexicano y, de paso, esto sí legitimaría su presencia al frente de la nación.

¿Por qué mejor no se ocupan de cumplir la eterna promesa desde el sexenio pasado para hacer realidad el abasto de medicinas, para igualar a Dinamarca en el sector salud, para solucionar el problema de las desapariciones forzadas, para acabar con las masacres, que ellos dicen son enfrentamientos entre cárteles, pero la autoridad no hace nada para evitarlos?…

Sólo son preguntas porque todo eso no le hace justicia al ciudadano mexicano, menos aún si tiene que cuidarse de expresar lo que su pensamiento le dicta.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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