La ninfa sin la voz

Van de Lew, un extraordinario mitólogo alemán, decía que nosotros, los seres humanos, somos un mito repetido al infinito y que si supiéramos a cuál mito pertenecemos podríamos sobrellevar bien o, incluso, cambiar el rumbo de nuestra vida. Lo decía a sabiendas de que el mito ejerce una fuerza imbatible y la existencia se ajusta a su irrebatible condición.

Los imprescindibles griegos sabían perfectamente acerca de ese poderoso status definitorio del mito y al conjunto de todos los que fueron capaces de crear ajustaron sus vidas individuales y la vida de su cultura como entidad social.

Pues bien, remontándonos a ese pasado, podemos encontrar que ellos dejaron para Occidente una herencia cultural de maravillosas resonancias que, todavía hoy, mantiene su vigencia en muchos ámbitos, aunque no siempre podamos percibir con claridad el grado de influencia que tiene entre nosotros.

Una de esas herencias la constituyen esos mitos de tradición viva que fueron para ellos el motor que impulsó la fortaleza de su sociedad y cuya naturaleza explicativa del mundo era su razón de ser, su principio generador de la existencia y un valor de indiscutible valía dentro de la cultura helena que permitía sostener una estructura social con sellos de identidad impenetrables que fortalecieron a ese pueblo durante siglos y cuya grandeza permitió trascender su propia historia.

Para bordar el presente artículo recurro a ese legado cultural, tan fascinante como útil para explicarse algunas cosas. Traigo a la escena el mito de Eco, una ninfa que, según la variante aquí expuesta, tenía la cualidad de desarrollar conversaciones sumamente gratas al oído. Por eso Hera, esposa de Zeus, la mantenía bajo su servicio a sugerencia del esposo, para que la entretuviera con su don del habla, circunstancia que era aprovechada por el padre de los dioses para emprender sus habituales aventuras amorosas con otras diosas o con mujeres mortales. Cuando Hera descubrió eso, entendió que Eco era cómplice de Zeus y la castigó quitándole su maravillosa voz. El castigo fue contundente pues la obligó a repetir sólo la última palabra emitida por la persona con la que Eco conversara. A partir de esa condena, la ninfa fue incapaz de tomar la iniciativa en alguna conversación. Su condena fue dura pues sólo lograba repetir las palabras ajenas. La parte final del mito nos dice que Eco se apartó del mundo y terminó sus días sola, confinada en una cueva mientras el mundo seguía su curso sin detener su movimiento.

Hasta ahí el mito y, ¡caramba!, qué extraordinaria coincidencia con un evento de particular importancia para los ciudadanos mexicanos. Pareciera que el mito griego se repite en la circunstancia política nuestra pues todo indica que tenemos una presidenta electa (muy pronto en funciones) que reactualiza el mito de Eco en cada una de sus intervenciones públicas.

Sin voz propia, sin pensamiento propio, sin iniciativa para emprender acciones por cuenta propia, Claudia Sheinbaum, presidenta electa, diluye su imagen en la figura de Andrés Manuel López Obrador, a quien, para entretenerlo en su sed infinita de halagos gratuitos, repite, como un eco incesante, el discurso del dios, los pensamientos del dios y las acciones del dios.

Y como en el mito griego, Andrés Manuel, en su papel de Hera, la castiga y la somete en su libertad de habla, en su libertad de pensamiento y en su libertad de acción. No es una percepción subjetiva, pasó en el primer debate cuando el dios presidencial se enojó porque en el evento no fueron exaltadas ni reconocidas sus obras por su discípula. El castigo fue un señalamiento público durante la mañanera en turno. En el siguiente debate la ninfa volvió al redil. Es sólo un ejemplo de muchos que se podrían citar aquí.

Que se hiciera realidad la afirmación de Van der Lew, desemboca necesariamente en un problema de extrema gravedad. La próxima presidenta renunciará a la posibilidad de construir un timbre voz propio, anulará la necesidad de pensar por sí misma y no será capaz de emprender acciones desde sí misma pues estará consagrada a repetir todos los vicios de su mentor.

Y este es el problema porque entonces será una mala continuidad de algo que no fue construido con rectitud de pensamiento. Será la continuidad de una administración carente de ideas, llevada sin inteligencia, sin políticas públicas capaces de objetivar los problemas vitales de la patria.

Será una continuidad caótica, a veces apocalíptica, condenada a repetir los desaciertos en salud que dejaron trescientas mil personas que quizá no debieron morir si se hubiera dejado atrás la fantasía de tener un sistema de salud como el de Dinamarca.

Se repetirán las masacres de Guanajuato, Guerrero, Chiapas, Michoacán, Nuevo León, Sinaloa, Tamaulipas… enmarcadas en la renuncia de toda autoridad por hacer cumplir la ley, incluida esa figura escenográfica llamada Guardia Nacional, siempre llegando tarde a los eventos de violencia sólo para levantar y llenar un informe protocolario.

Continuará el desplazamiento humano en condición de exilio porque el Estado mexicano se encuentra en una situación de ingobernabilidad. Por favor, querido lector, despliegue su mirada crítica al Estado de Chiapas donde una parte de su población ha tenido que movilizarse al vecino país de Guatemala porque en su territorio la violencia los ha obligado a irse del país.

Bueno, puedo seguir enumerando ejemplos, pero el lector le puede también seguir este ejercicio imaginativo donde los hechos se irán presentando por sí mismos, sin mi aval, que para nada lo necesitan.

Justamente es ese el problema con una presidenta sin voz propia, sin pensamientos propios y sin acciones propias. Pero, naturalmente, habrá que concederle el derecho a la dudas. En su momento, cuando ella asuma su cargo y empiece a ejercerlo, su trabajo nos irá diciendo si es capaz de romper con la fuerza del mito que ella reactualiza a diario.

Cuando eso ocurra, si es que se da ese hecho, entonces tragaré con gusto mis propias palabras y dedicaré muchos artículos a exaltar su actuación al frente de un Gobierno que, por ahora, parece que tendrá una ninfa sin voz, puro eco de las palabras que pronuncia el del poder, sin sustancia y sin ganas de transformar verdaderamente a un país que, en efecto, clama a gritos ese cambio tan anunciado por la voz del dios que, al menos oficialmente, está a punto de irse de la historia.

Todo a su tiempo.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

Deja un comentario