La noche que conocí a Selena

Saltillo, años 90: la autora vive una odisea para asistir a un concierto de la reina del Tex-Mex. Entre riesgos, travesuras y nostalgia, atesora el recuerdo de la estrella y de una amistad inolvidable

Estudiaba la carrera de Comunicación en la Universidad Autónoma de Coahuila en Saltillo. Como foránea, mi situación económica era limitada y el dinero que enviaba mi madre era apenas suficiente para los estudios y cosas básicas. Me asistía en la Residencia Universitaria (RU) que dirigía con mano de hierro la profesora Angélica Narro de Garza. Había reglas y tareas que realizar, así como castigos para quien las incumpliera. Todas las chicas de la casa las conocíamos y ya dependía de nosotras obedecerlas o sujetarnos a las amonestaciones, que consistían en no darnos permisos especiales para salir en la noche los fines de semana (viernes o sábado). Ese permiso especial para llegar a la RU eran las 12 de la noche.

Corría la década de los noventa. La música que sonaba en la radio fuertemente era la Tex-Mex y una de las artistas de ese género fue Selena y Los Dinos. No recuerdo bien el año, pero debió ser 1992. Donde hoy es la tienda departamental Suburbia y un restaurante de mariscos en Emilio Carranza y presidente Cárdenas, en ese entonces era un terreno terroso donde se llevaban a cabo bailes populares; la barda era de acero galvanizado.

Un domingo por la noche habría concierto del grupo Bronco y de Selena y Los Dinos. En el otro extremo de Saltillo, al sur, cantarían Los Tigres del Norte y La Mafia. Reflexioné las dos opciones y me decanté por la primera. El inconveniente era que debía estar antes de las 10 de la noche en la RU (los domingos no hay permisos especiales). Otra dificultad, el dinero para el boleto; no tenía, tampoco mi amiga Sofía Noriega, con quien acudiría al concierto. Así nos fuimos, al «Viva México» como popularmente se dice. Llegamos a taquillas y preguntamos por el precio. Cada una traía unas monedas y nada más. Buscamos la manera de ingresar por algún lado de la barda; a lo lejos vimos a un grupo de personas al final de los terrenos. Pensamos que habría un hueco por el que podríamos acceder.

Y sí. La barda estaba sobre un pequeño desnivel por donde cabe una persona delgada. Sin embargo, nadie se animaba. Me asomé y veo a unos metros un pitbull pequeño, pero imponente, atado a una correa y esta a una estaca clavada en el suelo. Un hombre me dice «pásate, te seguimos». Ni loca, pensé, el perro se puede zafar con la cadena.

Regresamos al área de la taquilla y no nos quedó más remedio que pedir dinero a la gente. Completamos el boleto y entramos. Alcanzamos a oír una parte del show de Bronco. Inició el espectáculo de Selena y Los Dinos. Había poca gente viéndola, supongo que la mayoría fue más por ver al grupo de Lupe Esparza, que ya tenían una carrera consolidada y muchas rolas conocidas. Sin complicaciones nos ubicamos enfrente de la cantante.

Selena traía una boina y pantalones tipo leggings. En las fotos de las revistas y periódicos la texana siempre aparecía con esa boina; me intrigaba cómo sería su pelo, largo, corto. Aún no era la gran estrella musical, tenía dos o tres canciones que le habían pegado bien y ya. Terminó su presentación y bajó del escenario. Le dije a Sofía, vamos a saludarla y corrimos atrás del templete. Apretamos el paso para alcanzarla, la vimos de espaldas y constatamos que poseía un hermoso cuerpo. A un metro de ella, sentí un ligero pero seco golpe en el hombro en señal de que me detuviera; era su escolta o algo así. Le comenté que sólo la saludaríamos. Selena volteó y le dimos la mano. «Cantas muy bonito», le dije, sonrió y agradeció; siguió caminando rumbo a su camerino, una fea carpa improvisada a un lado de los sanitarios portátiles.

Nos retiramos a nuestras casas. Me fui corriendo a la Residencia Universitaria, que se encontraba a unas ocho cuadras del baile. No tenía llave del candado del barandal, trepé la pared de piedra y herrería; para subir me quité las botas, las anudé entre sí y las tomé con mis dientes. Me agarré de la orilla en lo alto de la pared, pero me traje una roca que estaba sobrepuesta, casi caigo, pero rápido me sujeté. Brinqué la barda y me puse el calzado; entre de puntitas a la casa. Me ganaron los nervios y para despistar (por si alguien me veía a deshoras) bajé al sótano que estaba acondicionado como biblioteca para simular que estudiaba para un examen. Me encontré a las nerds de siempre, repasando apuntes. Las saludé y me senté, agarré cualquier libro y después me fui a mi cuarto.

Al día siguiente, la directora de la RU me dio tremenda regañada con su respectivo reporte. Una de las nerds me puso dedo con la maestra Angélica. En los siguientes dos años, Selena lanzó más melodías que fueron todo un éxito; ganó Grammys. Su carrera se consolidaba y ya para entonces era muy famosa. A principios de 1995 andaba el rumor de que estaría nuevamente en Saltillo, lo platiqué con Sofía y acordamos ir a verla.

Nada de eso sucedió, pues el 31 de marzo de ese año, Selena Quintanilla fue asesinada por Yolanda Saldívar en Corpus Christi, Texas. A 30 años de su homicidio, Selena está vigente musicalmente en las diversas plataformas digitales e internet y con una película sobre su vida y carrera profesional; ya es leyenda. En mi memoria queda el recuerdo de haberla conocido en persona y las aventuras que viví con Sofía en el concierto, pero también en otras experiencias que compartimos durante nuestros años de juventud en la escuela de Ciencias de la Comunicación; especialmente tengo en mi corazón esa anécdota porque mi amiga, al igual que Selena, ya trascendió de este plano. E4

Monclova, Coahuila, 1973. Licenciada en Comunicación por la UAdeC. Desde 1996 ha trabajado como reportera en radio, prensa y el sector público. Premio Estatal de Periodismo en el 2000 y en 2005, además de Premio Estatal por Trayectoria Periodística de 25 años. Obtuvo Mención Especial en el «Primer Certamen Literario Internacional de la Fundación SOMOS» año 2015, de EE.UU. Sus fotografías han sido publicadas en medios locales, en el periódico español El País y en la revista Hispanic Culture Review. Colabora en Espacio 4 desde 2013.

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