La oposición, en el limbo

El desconcierto de los partidos de oposición, los grupos de poder y los medios de comunicación frente a la transición iniciada en 2018 es explicable. México no experimentaba un proceso semejante desde la segunda década del siglo pasado, cuando la dictadura de Porfirio Díaz fue derrocada por medio de las armas. El ensayo democrático de Francisco I. Madero fracasó por su falta de experiencia e intuición política, la traición de Victoriano Huerta, el acoso de la prensa conservadora y la aquiescencia de la Iglesia. Los jóvenes que votaron por primera vez en 2000 no vieron diferencia alguna entre los Gobiernos del PRI y el PAN. Vicente Fox decepcionó demasiado pronto a las legiones que creyeron en sus promesas de cambio.
Acción Nacional ganó la presidencia, pero el PRI conservó el poder con la mayoría en el Congreso, los estados, los municipios y las legislaturas locales. Expertos en el doble juego, los grupos de interés mantuvieron su lealtad al régimen que tan generoso había sido con ellos. La perplejidad paralizó a Fox y al panismo. Incapaces de descifrar el tablero, hicieron pinza política y le cerraron el paso a la izquierda aglutinada en torno al PRD. El error estratégico, producto de la soberbia y de la cortedad de miras, lo pagarían no solo con los peores resultados electorales, sino con el desafecto ciudadano. El modelo neoliberal cumplió su propósito de concentrar la riqueza y enmascarar la pobreza. La tendencia se empezó a invertir en 2018.
Lo primero que Fox perdió en la presidencia fue liderazgo. En una entrevista con Espacio 4 se le preguntó sobre el libro La suerte de la consorte (1999), de Sara Sefchovic. Respondió que en su Gobierno la mujer tendría tanto protagonismo como quisiera. «Ahí tienes a la Hillary», dijo al reportero. La figura del sexenio fue su esposa, Marta Sahagún, pero llegó demasiado lejos, pues quiso suceder a su marido, cosa que ni Hillary Clinton intentó. Las mujeres ocuparon tres carteras en el gabinete foxista (Desarrollo Social, Reforma Agraria y Turismo). Xóchitl Gálvez, a quien Fox pondría en aprietos como candidata presidencial, dirigió la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
El desencanto ciudadano por el cambio incumplido se manifestó en las urnas. El PAN estuvo a punto de perder la presidencia en 2006, o acaso la perdió, debido al desempeño de Fox. Felipe Calderón asumió el poder deslegitimado, y no tuvo más remedio que pactar con un PRI menguado para hacer frente al PRD en ascenso. Sin un candidato competitivo, con un partido desprestigiado, la guerra contra el narcotráfico perdida y un líder opositor fortalecido (Andrés Manuel López Obrador), la vía más segura para Calderón y los poderes fácticos la representaron el PRI y Peña Nieto.
El fracaso de la segunda alternancia, marcada por la venalidad, la ineptitud y la arrogancia, forzó la alianza PAN-PRI en las elecciones de 2024. Fusionar las siglas que por más de medio siglo fueron antagónicas colocó por encima de los principios y valores, los intereses políticos y económicos. Vistos como única alternativa, Morena y su caudillo atrajeron el voto popular, rompieron el círculo vicioso y emprendieron, con fallas y aciertos, una transformación a la cual el PRI y el PAN no se atrevieron. En siete años, la vieja partidocracia no ha sido capaz de articular un discurso plausible ni de elaborar un plan para recuperar la confianza ciudadana y espacios de poder.

Crítica sin votos
Superar la prueba de las urnas le ha permitido a Morena consolidar un proyecto político basado en la justicia social, tema al que los Gobiernos previos brindaron poca atención. El movimiento obradorista no sufrió menoscabo en las elecciones del año pasado; al contrario, su votación creció 20%, al pasar de 30 a casi 36 millones con respecto a 2018. Lejos de recuperar terreno, PRI, PAN y PRD recibieron 9.3 millones menos de sufragios. El resultado es una presidenta fuerte y legitimada. Claudia Sheinbaum tiene el poder y lo ejerce para dar continuidad a un programa apoyado por una amplia mayoría. Lo mismo haría, en su lugar, cualquier mandatario de otra filiación.
Si la 4T funciona, y a pesar de los errores no ha perdido base electoral, variar el proyecto no tendría sentido. En todo caso se hacen los ajustes necesarios sin cambiar su esencia. Luego de una sucesión de presidentes débiles y cuestionados, los cuales cedían al chasquido de las élites, a la presión de los medios de comunicación, de la comentocracia y de otros factores de poder, lidiar ahora con quien no se somete es motivo de conflictos. Todo cambio de régimen afecta intereses y provoca reacciones para volver las cosas a su estado anterior. Si en el pasado la prensa se controlaba a través del presupuesto y de concesiones fiscales y políticas, hoy la crítica a Sheinbaum —como antes a AMLO— se ejerce con libertad y sin dobleces.
Morena llegó al poder con votos, y mientras las oposiciones no tengan los suficientes, difícilmente volverán a influir en las decisiones políticas y en la marcha del país. El primer paso para avanzar consiste en admitir la nueva realidad. No solo los partidos, sino también las élites contrarias a la 4T. Esperar que el desgaste del Gobierno, los escándalos, el ruido mediático y las redes sociales socaven los cimientos y el respaldo social que lo sustentan, no funcionó con López Obrador y tampoco ha dado resultados ahora. La desesperación de las fuerzas adversas es palpable. La presidenta Sheinbaum les preocupa más que AMLO por su liderazgo y capacidad, pero sobre todo por su voluntad de profundizar la transformación del país.
Los partidos de oposición, la ciudadanía inconforme y los grupos de interés necesitan autocrítica, revisar sus estrategias contra el obradorismo y entender que México se encuentra en un proceso de cambio pocas veces visto. El proyecto, como cualquiera, está sujeto al método de prueba y error. La presidenta lo dijo en su mensaje del 5 de octubre en el Zócalo. «Vivimos un momento histórico. Nuestro país transita por un camino de justicia social, de dignidad y de garantía de derechos sociales, libertad, democracia y soberanía». Se puede discrepar, pero la mayoría comparte esa visión.
El rompimiento entre el precursor de la 4T y su continuadora es una quimera. La presidenta Sheinbaum no pudo ser más clara al respecto en la plaza de la Constitución: «Se han empeñado en separarnos, en que rompamos. Su objetivo no es otro, más que el de acabar con el movimiento de Transformación, que nos dividamos. Pero eso no va a ocurrir porque compartimos valores: honestidad, justicia, amor por el pueblo de México». El Gobierno y Morena no son invulnerables ni imbatibles, pero sí fuertes y poderosos. La crítica sin organización, liderazgo, programa y participación ciudadana es desahogo, pero no conduce a ningún lado. Además, su efecto en las urnas es nulo como se vio en las elecciones de 2024.

Espacio 4

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