No me subo al tren del oportunismo. Mi línea de pensamiento y de análisis es otro. Pero relacionado con dos acontecimientos que marcan la agenda de la res pública de mi país, me permito pensarlos críticamente. Comienzo entonces.
Siguiendo con la línea trazada por la anterior administración, quizá «honrando» su legado, la tendencia del actual gobierno en manos de la presidenta Sheinbaum, tampoco toma en cuenta la realidad, ese contundente monstruo que, sin moverse siquiera, provoca tanta desazón.
Ya antes me he referido a la realidad como una entidad contundente que está ahí, sin que nadie en particular la haya puesto. Su extraña presencia es un proceso permanente de construcción colectiva. Todos le damos forma y, al mismo tiempo, estamos dentro de ella; se necesita mucha suspicacia para leerla eficazmente y valorar su dimensión.
La primera exigencia para afrontarla es desmontar todo el conjunto de ideas, valores, hábitos y mecanismos ideológicos surgidos desde las múltiples estructuras de poder que operan en la sociedad.
Para una conciencia ciudadana común, saber leer todas las formas posibles de sometimiento, explotación y alienación, debería ser una exigencia con carácter de obligatoriedad. Pero esto supone el ejercicio de un pensamiento crítico que posibilite la construcción de una realidad con base en el conocimiento. La noción de conocimiento tiene la doble intencionalidad de criticar la existencia y anticipar la creación de una realidad distinta de la del presente, pero buscando que sea mejor. Quien conduce este proceso es el sujeto del conocimiento, rico en su diversidad y valioso en sus posturas de pensamiento.
El centro de gravedad de ese proceso constructivo radica en el sujeto. Por lo tanto, somos constructores de la realidad, sea para legitimar un orden o para crear otro a partir de una condición sociohistórica condicionada por el conocimiento del contexto que habitamos, así como las posibilidades y recursos disponibles porque el lugar, las pautas socioculturales, los conocimientos mismos, las predisposiciones, la visión de futuro, permitirán conocer las posibilidades de enriquecer el proceso constructivo de la realidad.
La realidad es particular, pero también comunitaria. Se va dando en un continuo proceso de diálogo. La realidad significa algo en la medida que comunica a unos individuos con los otros. No está ni adentro ni afuera de las personas, sino en sus procesos comunicativos cotidianos.
Por eso la realidad es inagotable, plural, diversa e inconmensurable porque es un movimiento continuo y total que no es nada en sí mismo, sino en la medida en que significa algo para un individuo; él es quien va creando la realidad en su desenvolvimiento cotidiano y en el desarrollo de sus procesos vitales. Y la va creando, no sólo conceptualmente, sino también tiene un sustento material porque esta creación es intencionada, porque apunta hacia un futuro que también es parte de la realidad.
La realidad no admite contradicción. Por eso no se puede mentir ante ella ni nada puede alterar su noción irrefutable de Ser como es. Por eso también ella se encarga de desestructurar todo proceso discursivo que intente alterarla. Esa es la razón por la que situaciones por las que pasa el país no pueden sostenerse a pesar del enorme poder que pudiera tener el agente generador del discurso.
Sólo a manera de ejemplo, y para estar en el carril de actualidad, (de ninguna manera para adherirme al oportunismo) menciono lo siguiente: la supremacía constitucional y la violencia inacabable en el país. Ambas ponen en la mesa de discusión el Estado de Derecho. En un Estado de Derecho son las leyes las que «organizan y fijan los límites de derechos en que toda acción está sujeta a una norma jurídica previamente aprobada y de conocimiento público».
El Estado de Derecho guía la conducta de los ciudadanos. El cumplimiento de las leyes facilita la interacción humana además de permitir la prevención y la solución efectiva, eficiente y pacífica de los conflictos que se suscitan en el seno de la sociedad. En ese sentido, me parece que hay un abismo entre una idea y su práctica. Creo que en el presidente anterior y en la actual presidenta, existe una necesidad perentoria de adaptar la idea del país que tienen en la cabeza a la realidad, sobre todo cuando ésta no se deja moldear por aquella.
Con reprimida vocación de dictadura, en el Gobierno de López Obrador como en el de la actual presidenta, se proclama y aclama lo bien que marcha el país en el logro de una transformación que se empeñan en seguir soñando sin que nadie les avise que es sólo eso: un sueño.
Una cosa es lo que se proclama desde las tribunas de exclusividad por las mañanas y otra muy distinta lo que ocurre en la realidad. El ejemplo de la Reforma al Poder Judicial, que dejó una supremacía constitucional de pronóstico reservado, y la violencia generalizada en el país, nos dicen muy bien que el Estado de Derecho no es el sello distintivo de la administración anterior, ni de esta.
Su narrativa de transformación no encaja con la realidad de la violencia y la violación de las leyes. No es cuestión de dirigencia sino de liderazgo. Y ese liderazgo está claramente en crisis por la simple razón de que al dirigente que está al frente del país no es una líder. Es, incluso, una mal dirigente.
El problema, tanto de este Gobierno como del anterior, se cifra en su origen: en la dirigencia, legítimamente constituida con el sufragio de millones que entregaron a ambos personajes un capital político que muchos dicen no puede ser cuestionado. Pero dirigencia no equivale a liderazgo. La dirigencia supone una base de elección. El liderazgo no requiere el concurso de personas que elijan a alguien para que los represente porque se sustenta en factores de sutileza que se presentan como dones de aquel que los sustenta y que, al ponerlos en práctica, abren caminos de verdadera transformación social.
Y la líder que quiere ser Claudia Sheinbaum, no cuaja porque no ostenta esas sutilezas. La crisis de este liderazgo se manifiesta en una debilidad que puede crecer en su gobierno: la exclusión.
Sí, la exclusión, esa práctica convertida en política pública que deja fuera de las agendas de atención a un universo amplio que no tiene cabida para la discusión de los problemas que aquejan al ciudadano. Excluido de toda agenda gubernamental, el ciudadano es adversario cuando se encuentra del lado que no comulga con las ideas de la dirigencia. Es una mala práctica de Estado que va cavando un hoyo muy profundo en el ánimo ciudadano.
La reivindicación de una sociedad del bienestar no está cifrada en la culpa de las administraciones del pasado. La responsabilidad se encuentra en garantizar la protección y la integración social de todos los ciudadanos en un Estado de Derecho, donde manden las leyes. Esa armonización de la lógica del derecho y la lógica del liderazgo debería ser algo que perteneciera a la naturaleza de Estado y a la manifestación irrenunciable de su esencia. Por eso el liderazgo de la presidenta está en crisis. Es tiempo de entender que es sólo la dirigente de un país que arde en muchos frentes.
Esta es la realidad del país e irrumpe sin freno, aunque se le quiera ocultar. Es así porque la realidad está por encima de cualquier constructo discursivo que intente siquiera ocultarla, aunque sean los individuos más poderosos de México quienes sostengan la palabra que termina por derrumbarse ante la fortaleza de realidad que preside la vida cotidiana de todos. La realidad no miente.
Quizá sea hora de ponerle atención a la realidad que, con su presencia, nos dice toda la verdad en torno a los problemas vitales del país, y que está siempre ahí para desmentir toda estructura discursiva que intente enmascararla.
A su tiempo, la realidad nos dirá el mejor juicio en torno al enmarañadero en torno al Poder Judicial; también lo hará con la violencia que no para el país.