Para los inocentes de siempre, los mal llamados «daños colaterales», de esas guerras irracionales que nos rebajan a la condición de «humancés»
Evoco en este momento aquellos días madrileños del año 2002, en el departamento de la familia Prado Santos, achispados por el Cardenal Mendoza, en la «conversa» con dos inmortales, Gilberto Prado y Gonzalo Balderas. Ahí estábamos libando de su sabiduría, Fernando Fabio y quien escribe este texto. Ahora tengo en mis manos el más reciente libro de Fernando, La reportera roja. Me dispongo a comentarlo.
En el norte del país se sigue produciendo literatura de calidad y, al mismo tiempo, de denuncia. En el año 2010 los laguneros sufrieron los embates de la violencia y la inseguridad. Algunas masacres de magnitud incalculable sacudieron esas latitudes. El libro de Fernando se sitúa en este marco. Haré referencia al contenido de algunos de los cuentos que La reportera roja nos ofrece.
El cuento del que el autor recoge el título, «La reportera roja», nos narra la historia de Cecilia, quien se dedica a investigar hechos de sangre. La sangre es su obsesión. Se trata de una periodista «latosa»: «La lata eran los reporteros; pero no todos, sólo los reporteros como Cecilia, quien había decidido registrar lo que vieran sus ojos, percibiera su inteligencia y salvara su sensibilidad», (p. 19). La sangre mana por todos lados. Nuestro personaje es rojo escarlata. Gracias a su labor, que cumple con el llamado por Primo Levi «deber de memoria», el difunto del que hará el reportaje no se esfumará en el olvido. Ojalá nunca olvidemos a las víctimas del Ferrie, del Juanas VIP y de la Quinta Italia Inn. La compasión de la reportera se transforma en recuerdo y perduración. Combate así el equívoco de Manuel Puig: «La muerte es lo peor porque la gente te olvida».
«Lamborghini negro» me remitió a una cinta de David Cronenberg, Crash. En México le añadieron el «extraños placeres» al título. En la cinta nos ponen a reflexionar sobre esos placeres que tienen que ver con el conducir a altas velocidades y, al tiempo, «sexar». La «sinforofilia» es la excitación sexual producida con los accidentes de autos. Bentham diría, según el «placerómetro» u «hedómetro» que se inventó, que tenemos aquí «intensidad» mas no «duración», en lo que respecta al tipo y grado de placer. En el cuento de Fernando nos vemos obligados a meditar en el placer de conducir el Lamborghini a alta velocidad, bajo los efectos de la cocaína y, simultáneamente, escuchar música clásica, la novena sinfonía de Beethoven. Que, por cierto, acaba de cumplir 200 años de su estreno en Viena. Quien logra esta hazaña tiene el poder: «—Misión cumplida —le dijo—. Hospitario entenderá, una vez más, quién es el verdadero dueño de esta ciudad», (p. 42).
«El silencio» es un cuento en referencia al general Felipe Ángeles, que nos mueve a la lealtad, pero también a la entrega. El cuento abre con una oración que solía citar mi hermano Gilberto, oración que encontramos en un poema de Borges a Joyce: «Dame, Señor, coraje y alegría para escalar la cumbre de este día». La escolta está dispuesta a proteger a su jefe, el procurador de justicia Felipe del Rey, que se ha enfrentado a los narcos, so riesgo de perder la vida. Y Felipe, en reciprocidad, propone, casi evangélicamente, «dar la vida por los amigos». El resultado de este acto de fidelidad es el silencio.
«As de corazones» es una historia de favores e ingratitud. Daniela, enfermera, le echa la mano en el hospital a un narco herido, Bernardo. Daniela sueña con fugarse al lado de su amor platónico. Pero éste, con su crueldad característica, huye sin su compañía. Vino a mi memoria aquel pasaje del Evangelio donde sólo un leproso, de 10, le agradeció a Jesús la curación, (Lucas 17:11-19). Nueve ingratos y un agradecido. Bernardo es de los leprosos malagradecidos: «Ya se había alejado unos metros cuando ella percibió que ese hombre no mostraba ninguna señal de agradecimiento. Ni siquiera pensaba despedirse. Ante tal frialdad, Daniela se sintió decepcionada», (p. 65).
El hombre es un animal que cuenta historias, pero, para poder ser cabalmente hombre, hay que saber contarlas, hay que contarlas magistralmente, y eso es lo que hace Fernando Fabio en su cuentario. Narraciones que nos obligan a meditar sobre nuestra «inhumana condición». Historias que nos sacuden para que no olvidemos esos días aciagos del 2010 en Torreón, Coahuila.
Referencia:
Fabio Sánchez, Fernando, La Reportera Roja, Universidad Veracruzana, Colección Ficción, Xalapa, 2023.