A doña Rosy Aguirre, educadora de Piedras Negras,
quien con bondad enseñaba a sus generaciones.
La conciencia sobre la radiodifusión, al menos como oyente, quizá me llegue desde 1975, año en que empezaba a asistir a huateques con mi grupo del six pack o con Manolo, Lalo Garza y Óscar Alcocer.
La ruta obligada nos llevaba por distintas zonas de la ciudad hasta las 22 horas, cuando se apagaban las consolas o se comenzaban a cargar las bocinas del sonido, aún basado en delicadas cintas de vinilo. Entonces encendíamos la radio para escuchar a Chuy López Castro en su programa de sábado internacional después de las once.
Durante el día, nuestra alma se entregaba al rock, pero ese último bloque de KS reservaba lo mejor y más reciente del género. Sonaban, por ejemplo, KC and the Sunshine Band, Fleetwood Mac, Queen, Eagles, 10cc o Nazareth. La voz inconfundible de López Castro y sus comentarios hacían de la radio un espectáculo.
Un año antes, desde su estación, el joven locutor había dado voz a estudiantes y líderes del movimiento de huelga de Cinsa–Cifunsa, en un gesto irreverente para la época. Casi diez años después, durante las elecciones a la rectoría de la UAdeC en 1984, lo vi con su grabadora recorriendo Campo Redondo, buscando la nota electoral. Más tarde daría también espacio en KS a «el Jimmy y sus hordas» con entrevistas y comentarios. Chuy ha acompañado los movimientos sociales de Saltillo.
Más que por su juventud, llegó a KS por su personalidad y preparación, reformando desde sus cimientos la forma de conectar con la audiencia. Aunque no contaba con figuras como el tío Bucho o el compadre Medina, sí estaban programas como «La opinión de la mujer de hoy» o el noticiario del mediodía.
Su influencia en el estudiantado ha sido evidente por generaciones. Recuerdo el ruido de fondo en la señal de la FM que dificultaba grabar canciones en mi grabadora Zenith, regalo de mamá. Tenía que detenerme justo antes de los anuncios, pero el zumbido era inevitable.
Un clásico del sábado internacional era «La manzana musical», entre seis y siete de la tarde, dedicada a los Beatles. Aunque en lo personal me empalagó un tiempo por escuchar en repetición Revolution 9, esa mezcla psicodélica de casi nueve minutos que sonaba siempre en casa de mi primo Beto Ramos.
El programa, que ha tenido varios conductores desde Chuy, hoy está a cargo del poeta, metalurgista y séptimo Beatle José Molina, una enciclopedia viviente que mantiene viva la pasión por el grupo.
No se puede entender el impacto de la radio en Saltillo sin hablar de Chuy, quien cumple 60 años en el medio y fue homenajeado por el Congreso del Estado. En tiempos donde algunos concesionarios de radio en Coahuila se enriquecen desde la política y la extorsión, su trayectoria es un contraste mayúsculo: compromiso con la verdad, cultura musical e involucramiento social.
Larga vida a la KS, a Jesús López Castro y a quienes siguen su legado como José Molina y Alfredo Dávila.
Como aseguro la dramaturga y directora estadounidense Hallie Flanagan: «El poder de la radio no es que le hable a millones, sino que le hable de forma íntima y privada a cada uno de esos millones». Enhorabuena.
Las jornadas
La visión contenida en las diversas leyes federales del trabajo en México —1930, 1970, 2012 y las reformas de 2019 a 2024— ha sido, en esencia, idéntica desde sus inicios: considera a los trabajadores del país como ignorantes y a los patrones o empleadores como explotadores.
Un elemento fundamental de la relación laboral es el tiempo en que se prestan los servicios y la manera en que se cumple la jornada. Cabe mencionar que los antecedentes de la ley de 1930 aludían a jornadas conocidas como «de sol a sol», es decir, 12 horas diarias, con descanso solo el día del Señor, cuando la religión católica intervino en defensa de los jornaleros. Así, regular los oficios a 48, 45 y 42 horas por semana redujo en un 20% el esfuerzo físico de los trabajadores, y por ende, mejoró su descanso.
Ajeno a las prácticas laborales internacionales desde los años cuarenta hasta hoy, el trabajador mexicano se ha sometido a esos horarios dependiendo del turno asignado. Sin embargo, en Europa, Estados Unidos y algunos países latinoamericanos, la jornada semanal se redujo primero a 40 horas y luego a 36 en algunos casos.
La ventaja competitiva de México no solo radicaba en un 16 % más de tiempo laborado, sino también en la supuesta obligatoriedad de nueve horas extras por semana, es decir, 56 horas laborales por empleado.
La iniciativa de una jornada de 40 horas con dos días de descanso fue un cálculo político de Morena, impulsado por Susana Prieto en los albores de la candidatura presidencial de Claudia Sheinbaum. No obstante, el intento fue abandonado a la suerte de Prieto, quien se desgarró las vestiduras. Su objetivo era electoral, y ante los riesgos de lanzar la propuesta sin consultar a los empresarios aliados del régimen, los resultados pudieron haber sido desastrosos para la nueva presidenta.
Había muchos pendientes en la agenda de la 4T, como la reforma judicial, por lo que esta iniciativa quedó en pausa hasta que fue desenterrada —como hacha apache— con fines intimidatorios.
Afortunadamente —y a diferencia del estilo del actual Gobierno, que suele lanzar la ley antes que la consulta—, se convocaron diversos foros para analizar la reducción de la jornada. De ahí surgieron iniciativas: unas congruentes y realistas; otras, meramente políticas, sin análisis ni evidencia, basadas solo en el deseo de reducir las horas laborales.
Aunque la Ley Federal del Trabajo no ha sido modificada en cuanto a la jornada, la práctica industrial ya había adaptado los horarios para responder a la necesidad de productividad continua. Desde los años 80, sobre todo en la maquila, se implementó la absorción del sábado para distribuir la jornada de lunes a viernes. En los 90, en armadoras automotrices y empresas satélite, se adoptó la jornada comprimida de cuatro días laborables y tres de descanso. En años recientes, sobre todo después de la pandemia, se han documentado jornadas de hasta 56 horas semanales para cumplir pedidos.
Justo cuando la jornada tradicional de 48 horas más tiempo extra no basta para cubrir la demanda, resurge la propuesta de reducirla, lo cual no deja de ser un acto de justicia para los trabajadores. Sin embargo, se omite el factor de la productividad, que constituye la mayor ventaja competitiva de México frente a países como China y otras naciones asiáticas que arrasan sin piedad.
Es sabido que el trabajo a destajo o por cuota es muy eficiente en ciertas actividades. Su ventaja es que no importa el número de horas invertidas, sino la meta alcanzada. Hace años comprobé que, cuando a un grupo se le fija una meta y se le ofrece salir antes si la cumple, aparece una magia que ni los ingenieros de procesos logran con sus cronómetros.
Sin embargo, la cultura laboral parece resistirse a esas propuestas: se cumple el horario aunque no se alcancen las cuotas, lo que implica sobreesfuerzo y gastos innecesarios.
Una reducción de jornada inteligente y gradual, el pago por hora y el trabajo por meta diaria podrían incluso aliviar el tránsito en ciudades industriales, ya que los egresos laborales no serían simultáneos. Bueno, ahí la dejo de tarea.