Las voces del 8M

Las marchas en el país unen a todos los sectores en demanda de justicia y para poner fin a la violencia. Mujeres, hombres y jóvenes comparten testimonios de abusos; el dolor acumulado, acicate para unir fuerzas y exigir a las autoridades erradicar la impunidad

Poco antes de que iniciara se soltó el viento anunciando la llegada de un nuevo frente frío de la temporada; no fue impedimento para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, con la marcha feminista en la ciudad de Monclova. Si bien no hay comparación numérica con respecto a la marcha en Saltillo, el reclamo de respeto, libertad, no violencia y cero impunidad es el mismo.

La demanda de justicia y el haber sido víctima de algún tipo de violencia es el común denominador de quienes participan en las marchas del 8M. Contrario a la manifestación en la capital del estado, en Monclova permitieron la asistencia de hombres. Se les vio incluso cargando en lo alto carteles alusivos a la causa. Se observó en la caminata a muchos jóvenes, algunos de ellos con sus mascotas, a madres de familia con sus hijas e hijos y a mujeres de la comunidad LGTB+.

Con el acompañamiento de la Policía Municipal y de la división de la Policía Violeta, el contingente partió de la zona norte de la ciudad sobre el bulevar Pape para dirigirse al sur a la Plaza del Magisterio, donde se realizaría la concentración con micrófono abierto a quien deseara dar testimonio u ofrecer un mensaje. Se instaló el Muro de la Vergüenza con la exhibición de nombres y fotos de agresores, violadores, homicidas, pedófilos, hombres que no dan dinero para la manutención de los hijos y acosadores.

La estatua del profesor Cuauhtémoc Cortez Vázquez se erige en esta plaza pública; las autoridades locales la cubrieron con cartón y emplayado, dejaron notas en la base del monumento donde se insta a las manifestantes a protegerla, «así como él protegió la causa de las mujeres», ya que fue un impulsor de la paridad de género en el sector educativo. Parecía que no transgredirían el llamamiento, pero no fue así. Con timidez, algunas chicas tomaron el micrófono y compartieron sus historias de sobrevivencia a la violencia física y sexual, prácticamente todas en el entorno familiar.

La mayoría solicitó no ser grabada ni fotografiada. Y es que hubo al menos una joven que por primera vez contaba el abuso sexual que sufrió de niña; no lo sabía ni su familia. Un sentimiento generalizado fue la vergüenza que arrastran desde las violaciones hasta el día de hoy. Todas terminaron en llanto y era cuando se escuchaba entre aplausos y a coro «¡No estás sola!».

Las historias eran dramáticas, estrujantes, dolorosas; cuando parecía que habías escuchado el peor caso, otro lo superaba. De los más conmovedores fue el de una chava cuya madre la vendió a un hombre a cambio de un teléfono celular; otra contó que siendo menor se fracturó una pierna y hubo de guardar reposo en cama (no podía moverse sin ayuda) y un primo al punto ebrio se metió a su cuarto y la manoseó con total libertad y descaro. Una joven compartió que además del terrible abuso sexual, su agresor se burlaba de ella, la humillaba, la culpaba por lo sucedido, y es fecha que la narrativa del agresor continúa torturándola al punto de sentir pena al tener intimidad con un hombre.

Otra narró que un tipo le quebró dos costillas y una más antes de contar el traumático suceso de abuso. Habló del maestro inmortalizado en la estatua, quien le dio clases y al que reconoció su lucha por la igualdad. Hubo quien habló en nombre de una amistad a la que la vergüenza de haber sido sometida sexualmente era más fuerte que la necesidad de compartirlo públicamente. «Eres una buena amiga”, le animaron quienes moderaban el uso del micrófono.

Algunas contaron que sus propias madres no les creyeron cuando se armaron de valor para denunciar los abusos e inclusive las llamaron mentirosas. Secuelas emocionales terribles.

Los policías que brindaron seguridad a la marcha, no se salvaron de las arengas y fueron acusados de no actuar cuando se les necesitaba, de preferir estar comiendo elotes en lugar de escuchar las realidades de las participantes y de cuidar más los monumentos que a las víctimas. Para entonces los ánimos y las emociones se desbordaron a tal grado que una muchacha subió al monumento del profesor Cuauhtémoc y empezó a desgarrar los cartones y el hule que le protegía, una o dos compañeras más la siguieron; como si fuera un pizarrón con un aerosol como lápiz, rayaron la estatua del docente. A unos metros, recargadas en una patrulla, tres oficiales femeninas miraban sin intervenir. En cuanto se percataron de que estaban siendo fotografiadas las trepadoras, una de las mujeres que encabezaba el mitin, visiblemente molesta, pidió que no se levantaran imágenes del hecho y/o en su caso, eliminarlas.

A momentos el aire del norte arreciaba, traía y llevaba hojas secas y basura, más no así las historias de las sobrevivientes de violencia; esas quedaron plasmadas en los corazones de los asistentes, quienes mostraron solidaridad y empatía.

El mural de la vergüenza se tiñó de tinta roja y de decenas de manos que sellaron las denuncias y testimonios. El sol perfilaba su retirada en el horizonte y el viento empezaba a sentirse fresco; algunas feministas se retiraron de la plaza, pero la mayoría se mantuvo. Los guardianes del orden permanecían en sus sitios. En el Pape el tráfico sabatino seguía normal, como si la marcha del 8M se hubiera desenvuelto en una burbuja, pequeña, cerrada e invisible para muchos, especialmente aquellos que se resisten a aceptar que la violencia hacia las mujeres y las niñas es un problema social grave y más profundo de lo que quizá imaginamos.

En el evento participaron menores, algunos de ellos portaban carteles o alas de mariposas con frases motivacionales; quizá en esos infantes se encuentre la esperanza de una sociedad sana y respetuosa, solidaria, que no juzga y que respalda a las víctimas, pero, sobre todo, que les crean cuando decidan verbalizar los abusos.

La marcha visibiliza el delito y el trauma de millones de mujeres en el mundo; en cada 8 de marzo el dolor, silenciado por imposición o vergüenza, es liberado en un grito de denuncia pública, de respeto y de justicia. Es una voz que durante años estuvo cautiva en la prisión del trauma, y que en esta fecha han tenido el valor y coraje para contar su historia, la de muchas, la de todas. E4

Monclova, Coahuila, 1973. Licenciada en Comunicación por la UAdeC. Desde 1996 ha trabajado como reportera en radio, prensa y el sector público. Premio Estatal de Periodismo en el 2000 y en 2005, además de Premio Estatal por Trayectoria Periodística de 25 años. Obtuvo Mención Especial en el «Primer Certamen Literario Internacional de la Fundación SOMOS» año 2015, de EE.UU. Sus fotografías han sido publicadas en medios locales, en el periódico español El País y en la revista Hispanic Culture Review. Colabora en Espacio 4 desde 2013.

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