Te quiero para abrazarte y ver desde nuestro silencio la lluvia y las gotas que bajan en pausadas ondulaciones por la ventana. Bebemos café a sorbos mientras la tarde se ha oscurecido prematuramente por la tormenta.
Te hablaré de mi día favorito cuando de niña jugaba en la calle de tierra bajo un cielo encrespado; tú me contarás de las crecidas del agua en el rancho y del abuelo santiguándose por la futura cosecha.
Reiremos por un chiste tonto y de pronto callaremos y hasta la lluvia hablará quedito.
Tomaré tu mano y bailaremos al ritmo de los últimos suspiros del aguacero; sujetaré tu cintura mientras observo tus caderas moverse en un vaivén que me recuerda las gotas al resbalar por la ventana.
Te quiero para abrazarte en una nube, para besarte mientras el relámpago nos observa de reojo desde las montañas.
Te quiero para susurrarte al oído frases cursis que dan ternura y tus ojos me obsequiarán la mejor de las miradas en mucho tiempo, y yo sonreiré, plena.
Caminaremos sobre la avenida anegada, mojaremos los zapatos y los pantalones; no hay más ruido que la bajada del agua por las calles que viene del sur. Es tan común esa escena para todos, pero a nosotras igual nos sorprende su destino final.
Te quiero para que caminemos entre charcos y cantemos canciones antiguas, para que debatamos temas sin sentido, para que mi locura la hagas tuya…
Para que la lluvia en la ciudad sea solo nuestra y de nadie más. Nos pertenece porque la vivimos diferente al resto, desde adentro, así como se gestan los chubascos desde las entrañas del cielo, donde parece reinar la paz y el misterio al mismo tiempo, pero cuando se desatan, se transforman en potentes estallidos de luz y de agua. Así nuestro amor, así nuestra esencia…