Érase una vez un próspero reino en el que los pobladores aparentaban vivir felices. Había empleo y seguridad como en ninguna otra comarca cercana; todo parecía estar en paz. Claro, había problemas, pero la gente prefería ignorarlos.
Como en todos los reinos, existía un grupo dominante que tomaba las decisiones y guiaba el desarrollo según sus propios intereses, los cuales no siempre coincidían con los de la mayoría de los parroquianos. Dentro de este grupo destacaban tres magnates, conocidos como los reyes magos: Quique, Victorín y Javi. Se decía que, al igual que el legendario rey Midas, tenían la capacidad de convertir todo lo que tocaban en oro.
No se trataba, literalmente, de que transformaran en áureo metal todo lo que tocaba su bien cuidada piel. Más bien, cualquier inmueble adquirido por ellos, milagrosamente, alcanzaba precios exorbitantes.
Su poder les había permitido lograr proezas inigualables. Uno de ellos, por ejemplo, convirtió el basurero del reino en una exclusiva zona de residencias y mansiones. Otro compró un terreno a un precio irrisorio y, unas semanas después, se lo vendió al reino por una considerable fortuna.
Así eran ellos: muy «listos» y expertos en el arte de hacer negocios. Además, los habitantes de la comarca sospechaban que actuaban de manera coordinada, trabajando en equipo para maximizar sus ganancias.
El problema con estos tres personajes era que les importaba muy poco la gente que habitaba el reino. Tomaban decisiones guiados únicamente por un criterio: aumentar sus ya grandes fortunas. No les preocupaba, por ejemplo, tapar algunos arroyos para construir viviendas. Tampoco les importaba que sus desarrollos inmobiliarios provocaran inundaciones. De hecho, uno de esos magos construyó un fraccionamiento residencial justo en una zona frecuentemente anegada, y, por supuesto, vendió los predios a precios elevados.
Todos los problemas que ocasionaban en el reino debido a sus decisiones tenían que ser solucionados por los incautos que les compraban inmuebles y por el propio Gobierno del reino, mientras ellos seguían acumulando tesoros.
Así, cada vez que llovía fuerte en el reino, iniciaban los problemas de inundaciones que dañaban el patrimonio de los parroquianos.
Aunque los tres reyes magos ya no operaban directamente, pues heredaron los negocios a sus hijos, sentaron un precedente con su poco ética forma de actuar. Otros desarrolladores de la comarca aprendieron la fórmula del éxito y construyeron colonias en lugares inadecuados. Poco les importó no contar con permisos, pues sabían que las autoridades, al final, aprobarían sus proyectos, ya sea porque recibían un soborno o porque no se atrevían a demoler las construcciones ya edificadas.
De poco le sirve al reino contar con los mejores planes de desarrollo si al final no se respetan. Tampoco es útil tener un consejo para guiar el crecimiento, si en dicho consejo pesa más la opinión de los potentados que la de los expertos.
En fin, la gente del reino sigue aparentando vivir feliz, salvo cuando llueve y se inundan las calles y las viviendas.
Y colorín colorado, este cuento se ha inundado… Ah, perdón, fue el corrector: este cuento se ha acabado.
Cualquier parecido con la realidad de Saltillo es mera coincidencia. E4