Machado y el ocaso del Nobel moral; del sueño pacifista al cálculo político

La medalla concedida a la política venezolana genera polémica y profundiza la crisis de credibilidad del Comité Noruego. La dedicatoria de la excandidata presidencial a Donald Trump y su respaldo al intervencionismo extranjero ponen en entredicho al Parlamento nórdico

De Oslo a Estados Unidos: legiones desafían al «Rey» Trump

Cuando en 2009 el Comité Noruego otorgó el Nobel de la Paz a Barack Obama, recién llegado a la Casa Blanca, el mundo entendió que algo había cambiado. El entonces presidente prometía retirar las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, pero no lo hizo: las guerras continuaron, y su administración amplió el uso de drones y operaciones secretas en Oriente Medio. Las críticas no tardaron. Aquella distinción, se dijo, premiaba expectativas, no logros.

Dieciséis años después, la historia regresa sobre sus pasos, pero en dirección contraria. El Nobel de la Paz 2025 fue concedido a María Corina Machado, líder opositora venezolana impedida de competir en las elecciones de 2024, símbolo de resistencia para unos y de confrontación para otros. La controversia se desató no solo por su activismo político, sino por el gesto que dio la vuelta al mundo: Machado dedicó el premio a Donald Trump, a quien agradeció públicamente su «decisivo apoyo» a la causa venezolana, un reconocimiento que el propio exmandatario afirmó haber recibido como una llamada personal.

El hecho fue leído como una declaración política y como prueba del viraje ideológico del Comité Noruego, cada vez más permeable a las agendas de Occidente. Ya no se trata de reconocer a los promotores de la paz, sino de respaldar determinadas causas geopolíticas.

Expertos en diplomacia y derechos humanos coinciden: el galardón atraviesa una crisis de legitimidad. «El Nobel ya no mide la paz, mide la simpatía política», afirmó el analista sueco Johan Galtung, fundador de los estudios para la paz. La organización, creada sobre la idea de «fraternidad entre las naciones», parece haber olvidado las palabras del propio Alfred Nobel, quien destinó su legado a premiar a quienes redujeran los ejércitos o promovieran la reconciliación.

Desde Oslo, el Comité defendió su decisión alegando que Machado encarna «la lucha por la libertad y la democracia frente al autoritarismo», un argumento que recuerda el de Obama: la esperanza sustituye a los hechos. Sin embargo, la reacción global demuestra que el aura moral del premio se ha desvanecido.

Las redes sociales y varios líderes internacionales cuestionaron el nombramiento. Organizaciones de derechos humanos señalaron la incongruencia de premiar a una figura que ha respaldado abiertamente sanciones económicas y un posible intervencionismo extranjero. El Nobel de la Paz, advierten, se ha convertido en un campo de batalla político.

De Obama a Machado

El Comité Noruego del Nobel siempre ha defendido su autonomía. Pero su independencia se ha ido erosionando. En los últimos años, la selección de laureados parece responder más a coyunturas internacionales que a los méritos del pacifismo.

En 2009, la distinción a Barack Obama generó protestas en Oslo y titulares en todo el mundo. No había terminado su primer año de Gobierno y las tropas estadounidenses seguían desplegadas en Oriente Medio. Lejos de reducir la presencia militar, su administración amplió los ataques con drones en Pakistán, Yemen y Somalia.

Esa contradicción marcó el inicio de una tendencia: premiar el discurso más que los resultados. En 2012, la Unión Europea recibió el Nobel pese a haber atravesado la peor crisis social de su historia reciente, con manifestaciones reprimidas en Grecia y España. En 2022, el galardón fue para organizaciones de derechos humanos en Rusia y Bielorrusia, en un gesto más simbólico que transformador.

La elección de Corina Machado lleva esta lógica a un extremo. Su nombre fue promovido por legisladores estadounidenses y figuras del Partido Republicano, entre ellos el senador Marco Rubio, que la presentó como «heroína de la libertad». Esa cercanía con Washington ha sido motivo de suspicacias.

El comité, que en teoría actúa con neutralidad, no puede ignorar que su decisión se produce en plena disputa geopolítica por el control energético del Caribe y Sudamérica. En ese contexto, otorgar el Nobel a una líder que ha propuesto «abrir el petróleo venezolano a los aliados democráticos» parece menos un homenaje a la paz que una jugada de presión diplomática.

La crítica más dura provino del propio ámbito académico noruego: «El premio se ha convertido en una herramienta de política exterior disfrazada de moralidad», escribió el historiador Oystein Sorensen en Aftenposten. No se trata ya de celebrar la concordia, sino de legitimar causas.

Ingeniera industrial, egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, María Corina Machado fundó en 2002 la organización Súmate para monitorear procesos electorales. Fue diputada y enfrentó abiertamente al chavismo. Su figura creció con el desgaste del régimen, pero también con el apoyo explícito de Washington.

Durante años, defendió las sanciones contra el Gobierno de Nicolás Maduro y promovió la intervención de organismos internacionales. En 2014, declaró que «Venezuela necesita ayuda externa para recuperar la libertad» y en 2019 apoyó los intentos de Juan Guaidó de provocar un cambio de régimen con respaldo extranjero.

Sus discursos, en ocasiones, rebasan el tono pacifista. En una entrevista televisiva afirmó: «Al régimen hay que echarlo a patadas si no se va por las buenas». Y en 2020, en Houston, sugirió que el petróleo venezolano debía abrirse «a la inversión de las democracias aliadas». Frases como esas son difíciles de conciliar con el espíritu de reconciliación que el Nobel pretende simbolizar.

No obstante, Machado ha sufrido persecución, destitución e inhabilitación política. Su liderazgo opositor, sobre todo tras las elecciones de 2024, la convirtió en una figura de resistencia para amplios sectores de la sociedad venezolana. Para sus simpatizantes, representa el valor civil frente a la represión; para sus críticos, la encarnación del oportunismo geopolítico.

Su publicación en la red social X, en la que dedica el galardón «al sufrido pueblo de Venezuela y al presidente Trump por su decisiva apoyo a nuestra causa», colmó el vaso. El gesto, ampliamente difundido, fue interpretado como alineamiento político más que como gratitud personal. Varios exlaureados —entre ellos la periodista filipina Maria Ressa y el expresidente colombiano Juan Manuel Santos— expresaron su desconcierto.

Machado es, sin duda, una figura de polarización. Su reconocimiento divide tanto como su trayectoria. Y, en ese sentido, el Nobel vuelve a ser un espejo de la crisis de legitimidad que vive la comunidad internacional.

Mujeres de paz

Desde 1901, solo 19 mujeres han recibido el Nobel de la Paz. La mayoría ha tenido en común el activismo civil, el trabajo humanitario y la defensa de derechos fundamentales. La primera fue la baronesa Bertha von Suttner, autora del libro ¡Abajo las armas!; la última, la periodista iraní Narges Mohammadi, encarcelada por denunciar violaciones a los derechos humanos.

Entre ambas figuran nombres emblemáticos: Madre Teresa de Calcuta, Shirin Ebadi, Ellen Johnson-Sirleaf, Malala Yousafzai y Wangari Maathai. Todas dedicaron su vida a causas pacifistas, ecológicas o humanitarias, no a la lucha por el poder.

Corina Machado rompe ese patrón. No proviene de una organización civil ni representa una causa humanitaria, sino un proyecto político. Su estilo es frontal, combativo, muchas veces agresivo. Mientras las laureadas anteriores abogaron por la reconciliación, ella ha hecho de la confrontación su bandera.

Esa diferencia de perfil explica parte del desconcierto. «No se trata de excluir a las mujeres políticas, pero sí de preservar el espíritu del premio», advirtió la activista keniana Leymah Gbowee, también ganadora del Nobel. «No todo liderazgo femenino es liderazgo de paz».

La incorporación de Machado al panteón del Nobel de la Paz abre un precedente: el de premiar la lucha por el poder en lugar de la construcción de puentes. Con ello, el Comité confirma su giro hacia la política real, alejándose del idealismo original de Nobel.

En contraste, figuras como Alfonso García Robles, el mexicano laureado en 1982 por impulsar el Tratado de Tlatelolco —que declaró a América Latina libre de armas nucleares—, encarnaban el perfil técnico y diplomático que caracterizó al premio durante décadas. Hoy ese espíritu parece extinguirse.

La polémica que rodea al Nobel 2025 no es un accidente: es la consecuencia de una evolución lenta y previsible. En los últimos años, el comité ha sido presionado por Gobiernos, lobbies y fundaciones para premiar causas «de impacto mediático». El resultado es un premio cada vez más politizado y menos moral.

Para muchos analistas, el caso Machado simboliza el punto de quiebre. «Este Nobel marca el final de la era del idealismo», escribió The Guardian en su editorial del 12 de octubre. «El comité ha pasado de premiar a quienes hacen la paz a quienes la prometen», agrega.

Las consecuencias pueden ser duraderas. La reputación del Nobel de la Paz, otrora símbolo de neutralidad, se enfrenta a una crisis de confianza. Si la distinción deja de ser moralmente intachable, pierde su fuerza simbólica.

No faltan voces que piden una reforma del comité y la inclusión de observadores internacionales para blindar el proceso de nominación. Otros proponen crear un nuevo galardón global que recupere el espíritu original del premio.

Mientras tanto, María Corina Machado entra a la historia como una de las laureadas más controvertidas. Para unos, una heroína democrática; para otros, una operadora de intereses extranjeros. En cualquier caso, su Nobel ya forma parte de una nueva etapa: la del premio más prestigioso del mundo convertido en arena política.

Y con ello —como dijo un analista noruego al resumir el momento— «no ha ganado la paz, sino la política». E4

Mujeres que hicieron de la paz su causa, no su bandera

AñoNombrePaís / RegiónMotivo del galardón
1905Bertha von SuttnerAustriaPionera del pacifismo moderno; autora de ¡Abajo las armas!
1931Jane AddamsEE. UU.Fundadora de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad
1946Emily Greene BalchEE. UU.Promotora de la cooperación internacional y los derechos de las mujeres
1976Betty Williams y Mairead CorriganIrlanda del NorteImpulsoras del movimiento pacifista tras la violencia sectaria en Belfast
1979Madre Teresa de CalcutaIndiaLabor humanitaria entre los pobres y enfermos
1982Alva MyrdalSueciaNegociadora del desarme nuclear y diplomática de la ONU
1991Aung San Suu KyiBirmania (Myanmar)Lucha pacífica por la democracia y los derechos humanos
1992Rigoberta Menchú TumGuatemalaDefensa de los pueblos indígenas y los derechos humanos
1997Jody WilliamsEE. UU.Campaña internacional para prohibir las minas antipersonales
2003Shirin EbadiIránDefensa de los derechos de las mujeres y la democracia
2004Wangari MaathaiKeniaActivismo ambiental y empoderamiento femenino
2011Ellen Johnson-SirleafLiberiaPrimera presidenta electa en África; reconstrucción tras la guerra civil
2011Leymah GboweeLiberiaMovilización pacífica de mujeres contra la guerra
2011Tawakkol KarmanYemenActivismo por los derechos civiles y la libertad de prensa
2014Malala YousafzaiPakistánLucha por la educación de las niñas frente al extremismo
2015Organización Tunecina del Diálogo Nacional (incluye mujeres líderes)TúnezMediación política tras la Primavera Árabe
2018Nadia MuradIrakDenuncia del genocidio yazidí y defensa de las víctimas de violencia sexual
2021Maria RessaFilipinasDefensa de la libertad de prensa frente al autoritarismo
2023Narges MohammadiIránActivismo por los derechos de las mujeres y contra la represión estatal

De Oslo a Estados Unidos: legiones desafían al «Rey» Trump

Las calles de Estados Unidos volvieron a vibrar en una serie de manifestaciones nacionales bajo el lema «No Kings Protests» (Protestas No Reyes), convocadas en más de 2 mil 600 ubicaciones y en los 50 estados del país. Los organizadores estiman la participación en más de siete millones de personas, lo que la convierte en una de las movilizaciones más amplias de la historia moderna del país.

Las protestas expresaron un rechazo rotundo al estilo de gobernar del presidente Donald Trump, al que los manifestantes acusan de tendencias autoritarias, militarización interna y trato agresivo contra la oposición política y la disidencia civil.

En ciudades como Chicago, Nueva York o Washington D.C., las concentraciones alcanzaron cifras extraordinarias. En Chicago, por ejemplo, se contabilizaron más de 100 mil personas sólo en el parque central de la ciudad.

Los manifestantes portaron pancartas con mensajes como «No thrones, no crowns, no kings» («No tronos, no coronas, no reyes») y disfrazaron simbólicamente al presidente como en una monarquía, evidenciando su escepticismo ante lo que consideran una deriva antidemocrática.

La reacción oficial del mandatario fue descalificadora: calificó las protestas como una «broma», acusó a los organizadores de estar financiados por «grupos radicales de izquierda» y publicó vídeos de corte satírico en los que se le representa como «Rey Trump».

Este episodio adquiere una relevancia particular en el marco del análisis del premio que recientemente fue otorgado a María Corina Machado, ya que ambos fenómenos —la distinción y las manifestaciones— confluyen en torno al mismo eje: la politización de los símbolos, la lucha por la legitimidad y la tensión entre el ideal democrático y el poder.

En concreto, las protestas refuerzan la tesis de que el sistema político estadounidense vive una fractura profunda, en la que un galardón internacional tan prestigioso como el Premio Nobel de la Paz puede perder parte de su autoridad simbólica si aparece vinculado a agendas geopolíticas, al igual que una gran movilización ciudadana puede perder su carácter cuando queda inscrita en un pulso partidista.

Mientras tanto, los líderes de las protestas advierten que no se trata de una acción efímera: «Si perdemos el impulso, perdemos la lucha», afirmaban algunos de ellos en entrevistas recientes.

Con el telón de fondo de un Gobierno inmerso en controversias, la combinación de premio controvertido y protestas multitudinarias revela una crisis de los símbolos, del poder y de la paz que —como señalaba tu análisis— no debe pasarse por alto. E4

Argentina, 1977. Periodista, editor y corrector de periódicos mexicanos y argentinos. Estudió Comunicación Social y Corrección Periodística y Editorial en Santa Fe, Argentina. Actualmente es jefe de Redacción de Espacio 4, donde trabaja desde hace más de diez años.

Deja un comentario