Después de la guerra de 1847 de los Estados Unidos contra México, en muy pocas ocasiones han existido crisis en la relación bilateral. Sobre todo si se considera que en los años 60 se habría llegado al reclutamiento de dos expresidentes como agentes de la CIA, por lo que la relación era de mutuo apoyo. Esto, ante la amenaza de la «marea roja» en América latina y un posible ataque por la puerta trasera de los gringos.
En los años 80, el asesinato de Kiki Camarena, atribuido a Caro Quintero —en complicidad con políticos y militares de alto rango—, provocó que el Gobierno americano ejerciera una tremenda presión a la administración Miguel de la Madrid. Incluso bloqueó por varios años el ingreso de México a la comunidad de comercio, exigiendo como condición que se extraditara al personaje. Antes, el embajador John Gavin había llevado la relación bilateral a la burla perniciosa y retadora, ante el hieratismo de la administración mexicana.
Trump ha sometido en dos ocasiones a la 4T y evidentemente ésta ha bailado «al son que le toquen» a efecto de su supervivencia, antes como movimiento y hoy como partido. En la primera oleada de madrazos del pelo de Barbie arrumbada al expresidente López Obrador, el mandatario mexicano fue obligado a incrementar en más de un 100% el salario mínimo y frenar el flujo de migrantes.
El contubernio de la 4T con los grupos del crimen organizado resultó evidente y fue un jugoso negocio para Morena en el aspecto político y para los criminales en el económico. Sin embargo nunca contaron los del Gobierno que estos últimos se tornaron incontrolables y con estrategia militar superior al mismo Ejército mexicano. Los remedos de policías fueron creados para alimentar al lumpen de la sociedad. Una sociedad creada por la decadente administración López obradorista, que a través del populismo desmedido alienta al pueblo para ser verdugo del mismo pueblo, en un laberinto para el que ni el mismo Borges tendría solución.
En la segunda vuelta, Trump venía en serio y el error de cálculo fue de la presidenta Caludia Sheinbaum y su deficiente equipo de negociadores. Marcelo Ebrard estuvo al frente de un puñado de inexpertos y asustadizos que cedieron en todo en cada viaje a la capital americana y retornaron con «las cajas destempladas», al decir de mi sabia abuela. Creyeron que con el estilo de las cajas chinas que cada día presentan al pueblo mexicano podían encantar al güero y fallote (Chava Flores dixit).
Un decomiso de fentanilo por aquí, de mercancía china de fantasía por allá o el despliegue de la soldadesca en la frontera no engañaron al Gobierno americano, que seguía poniendo el dedo en el renglón de la insuficiencia de resultados y la amenaza de imponer aranceles a productos mexicanos.
La administración Biden golpeó mortalmente al régimen de AMLO cuando se llevaron frente a las narices de la impunidad al «Mayo» Zambada y aunque el reclamo fue aislado por un tiempo, bastó una carta del procesado para cimbrar al Gobierno de la presidenta con «a». Descubierta la liga secreta del Gobierno con los diversos carteles para el control del voto duro, no quedó otra más que negociar con la ultima carta del Gobierno mexicano a fin de evitar no solamente los aranceles, sino que Zambada fuera juzgado con pena de muerte en ese país.
Durante años, diversos capos que poblaron las cárceles de alta seguridad de México fueron «considerados» a fin de evitar su extradición, a pesar de tratarse de criminales que habían aterrorizado a la población civil y al Gobierno de varias entidades y pueblos.
Las matanzas de San Fernando, Allende, el atentado de la plaza de armas de Morelia, la quema del casino Royale o el granadazo frente a la embajada de los Estados Unidos en Monterrey, fueron acciones para crear el terror, no solo para los grupos antagónicos sino para los ciudadanos de a pie.
La política de «abrazos, no balazos» y eso de que los criminales tienen derechos, fue la praxis que sumió al país en la más cruenta etapa de violencia y la pérdida de la inocencia de la población y su capacidad de asombro.
Hoy se vende esta patria al mejor postor gringo, que nos dirá cuánto ganar, cuánto gastar, cuándo viajar y disfrutar. Se vende mi país y se somete sin condiciones ante el descaro de sus autoridades ineptas y voraces.
Óscar Chávez lo definió mejor: «Se vende mi país, está en oferta / Se vende su razón alta y despierta / Se vende su lugar en este mundo / Se vende lo más querido y más profundo». Se vende y punto.
El clamor y el silencio
Refiere Julio Cortázar que «en algún lugar debe haber un basural, donde están amontonadas todas las explicaciones».
¿Cuándo sucedió que perdimos la capacidad de asombro? ¿Quiénes nos llevaron al extremo de considerar normal el hacer de los criminales y apartar nuestra vida de los paseos y los gozos?
Qué poca madre tuvieron nuestros gobernantes en esta tierra que permitieron la impunidad en todo momento y todos los confines del estado, otorgándoles patentes de corso para que llevaran la muerte y la desolación a cientos de familias, que vieron a sus hijos presas de las desapariciones.
¿De qué se pueden jactar los dos hermanos diablos y su gato respondón en relación a la seguridad que pregonaron?
De acuerdo con los datos presentados por el CENAPI, entre 2006 y 2017 Coahuila ha acumulado un total de 2 mil 151 personas desaparecidas. Lo anterior significa que durante los últimos 11 años la región coahuilense ha registrado una tasa anual promedio de 6.36 desapariciones por cada 100 mil habitantes.
Para actualizar la cifra, sumando el sexenio del gerente de negocios de la familia de la marca «M» patentada, en el cual según el centro Fray Juan Larios fueron 571 personas no localizadas, resulta que casi 2 mil 700 familias no han visto más a sus hijos y he ahí el desasosiego.
La reacción de los cuatro distintos gobernadores de ese lapso fue siempre la misma: un boletín en el que se lamentan los hechos, el levantamiento de la denuncia, algunas reuniones con los grupos de apoyo y búsqueda y el envío de los expedientes al archivo de casos pendientes.
El poder apostó al olvido y llegó inclusive al intento de soborno de las víctimas a fin de acallar sus lamentos.
La búsqueda es particular, con uñas y dientes, con el corazón roto y la única esperanza de encontrar restos, ante la cruel incertidumbre de no saber dónde están sus hijos.
Igual de criminales fueron los que pactaron con ellos, los que repartieron las posiciones y las ganancias y los que se esconden al momento de rendir cuentas. Partiendo de los mediados del sexenio del profesor bailarín, cuando el hermano botijón impedía el acceso del Ejército al estado para poner orden, pasando por la matanza de Allende y los muertos del desierto de Viesca y terminando con los desaparecidos por las fuerzas policiacas o los orcos auténticos, cuya voracidad provocó las desapariciones en el sexenio del mal encarado borrachín.
Campos de exterminio entre los que se cuentan: el penal de Piedras Negras, Patrocinio, Santa Elena, San Antonio del Alto o Estación Claudio, son el horror de los tiempos ante la sonrisa de los que así nos gobernaron.
La cuenta aun no se paga a las familias, pero pronto, más temprano que tarde, vendrá la condena.
La desaparición de personas es una táctica del terror y también de la cobardía, los criminales tratan de esconder sus fechorías mediante la cremación. Sin embargo, la barbarie de algunos no les da para ello y como si fuera un tiradero clandestino, se internan en el desierto para esconder las fechorías.
Como se afirma, la acción de las autoridades es una constante y surge de la complicidad con los mismos delincuentes: voltean para otro lado mientras se cometen las fechorías.
El colmo de lo acontecido recientemente en Jalisco, no es más que la repetición de lo ocurrido en Allende en 2011, ante la complacencia de las fuerzas policiacas estatales y del mismo Ejército.
Los poderosos podrán decir misa y dar mil explicaciones, pero lo que las familias de los desaparecidos y la sociedad requieren de acciones, como esa en la que el Gobierno federal fue forzado a entregar a la veintena de capos peligrosos.
La definición de la desaparición de personas como un acto terrorista es una acción que abonará a la justicia. ¿Qué les hace falta, desgraciados?