Miserable expresión del poder

¡Miserable politiquería la que necesita coro e incienso para vencer!

Severo Iglesias

Ebrios de poder, los políticos mexicanos exhiben su condición miserable expresándolo sin ninguna limitación y con total impunidad. Son abusivos.

Aligerado de todo peso de culpabilidad, desentendiéndose de conceptos éticos que le pudiera poner freno, el político mexicano ha corrido tanto sin ese equipaje, que ha abandonado el campo donde la moral impera y norma la conducta del individuo, para resguardarse en el dogma, en la certeza de que su palabra es única y verdadera.

El poder convertido en práctica embriagadora le hace ver al político que es él quien se ha producido a sí mismo como entidad capacitada para posarse sobre lo que sus ganas le den, pero con una dosis de benevolencia que esparcirá entre la congrega que desee seguirlo. Eso le hace pensar que está a buen resguardo su botín, constituido por su poder y su economía, y que cree merecer sin cuestionamiento de por medio, si trabaja tanto por el pueblo depositario de su bondad.

Pero huyendo de sí mismo, paraliza su pensamiento, y al paralizar su pensamiento, paraliza también sus acciones de razón, como diría Hegel en su Fenomenología del espíritu. Y sin ellas, todo lo ocupará la víscera, la emoción desbocada producto de la sinrazón que lo ocupa todo.

Un ser así, cuya esencia es huir eternamente de su realidad circundante, no sirve para la vida pública porque en su retirada, sin reposo ni estaciones de trasborde hacia mejores rumbos, acaba volviéndose indeterminación pura, incapaz de posarse sobre algo, una grotesca caricatura de un ser que nació para pensar en libertad.

Por eso el político mexicano es feo por naturaleza. Y no hablo de fealdad como estado opuesto a la belleza instituida como canon de occidente, sino de esa fealdad alucinante que parte del extravío del pensamiento. La repulsión que causa esa fealdad es la entrega de un individuo cosificado, inútil, inservible.

De alguna manera el político mexicano lo sabe. Pero convencido de su importancia, se mira a sí mismo y hace fluir la verdad de sus concepciones en una pasarela en donde es único espectador. Desde esa torre de Babel realiza la formulación de su sistema de pensamiento elevándolo a la categoría de oración milagrosa convertida en su forma de comunicación por excelencia. Bastará pronunciar el santo y seña, la palabra clave, el saludo oficial y entonces se restablecerá la intercomunicación con la grey.

Entonces también su sistema total concebido como doctrina, recordada y reafirmada en cada acto de su vida pública para presentarla como su teoría explicativa del mundo. A través de ella, el político mexicano, elabora sus proyectos y cree haber llegado a la verdad absoluta. A partir de ahí, no admite réplica.

Y ya subido a ese desenfreno, el político mexicano se convierte en un miserable que expresa su poder de mil maneras porque se cree dueño de todo. Van dos ejemplos.

El primero es el caso de Fernández Noroña obligando a un ciudadano a pedirle disculpas públicas por lo que él consideró un agravio a su persona y a su alta investidura. Esa conquista personal fue, sin embargo, una derrota para la democracia mexicana, hoy puesta en jaque por todos los frentes abiertos por el Gobierno y Morena y también es algo que deshonra al tal Noroña y derrumba su alta investidura.

Fue un acto de poder, un abuso basado en la soberbia de quien manda; simbólicamente un agravio humillante para ese pueblo por el que, dice, trabaja. Pero es también la confirmación de una acción miserable que traza bien la pequeñez intelectual de un funcionario público embriagado de poder y de soberbia y que, por eso, no sirve para nada.

Pregunta sana: ¿no debería ser él quien pidiera disculpas al pueblo mexicano por todos los agravios, insultos y desplantes de borracho de poder lanzados desde su tribuna y mejor retirarse de ese foro como un acto de humildad que bien se le podría reconocer públicamente?

El otro ejemplo es obligado, tiene qué ver con el ejercicio no democrático de elegir jueces, magistrados y otros con miras a reformar el Poder Judicial pero que sigue en el mismo tenor que el anterior ejemplo.

Porque eso de la tal reforma no es sino un monumento erigido para adorar la verdad del engaño. Se trata de un ejercicio de mala fe, una racionalización, una ficción que parece positiva en torno a algo que pareciera abandonado.

Pero es un engaño desde el principio que lo origina porque el político mexicano ya ha anulado la posibilidad de la verdad. En ese ejercicio sólo importa su pragmaticidad y la obtención de los resultados deseados y conseguidos a como dé lugar.

La posibilidad de la mentira introducida en la relación con los gobernados no sólo permanece intacta, sino que ha sido fortalecida por técnicas manipuladoras de la conciencia en amplio especto de aplicación: la educación, la pobreza, la religiosidad, la política, los programas sociales, son convertidos en simples instrumentos de control dando paso, así, a la opacidad más oscura.

Esta elección no tiene nada que ver con democracia sino con intereses que reflejan la miserable expresión del poder que necesita coro e incienso para vencer.

Y el coro y el incienso están en las formalidades que han de cumplirse para franquear la puerta a la mentira y al engaño. Los ritos llevados a cabo por Morena, los legisladores de ese partido la jefa de Gobierno de la ciudad de México y la candidata morenista en Durango, para calcular el valor de las pruebas con recursos públicos, las declaraciones de fe de todos ellos, coronadas por los catecismos y letanías recitadas una y otra vez para proclamar el triunfo.

Todo eso presupone una actitud de fe que, a su vez, supone la entrega del individuo a manos del Estado, confiando en su omnipotencia. Es, a todas luces, una religión civil, como diría Rousseau. Una religión civil privativa, soberana, con ritos y dogmas nacionales frente a lo cual lo otro, que no es seguidor de eso, es barbarismo.

¿Cómo luchar contra ese desacierto? La única opción es la crítica ejercida por un ciudadano que sabe bien que ésta no tiene sentido de condenar, sino el esclarecer y, verdaderamente, reformar. El resto es politiquería que necesita coro e incienso para vencer.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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